Los desconocidos "cementerios" en lo alto de la ciudad

<P>No está prohibido esparcir las cenizas de un deudo en plena vía pública y aunque no es una costumbre, sucede. Cerros como el Santa Lucía, San Cristóbal e, incluso, el Manquehue se prestan para que los familiares de un difunto cumplan la última voluntad de este: quedarse anclado a esa parte de Santiago que marcó su vida. </P>




Su abuela se lo pidió antes de morir. Quería que sus restos descansaran en el cerro Santa Lucía, porque ahí el abuelo de Felipe le había dado el primer beso. Por eso, el 24 de abril de 2009, el ingeniero de 42 años subió hasta la ladera poniente del peñón y esparció ahí las cenizas de su abuela. "Lo hice en un lugar que estaba más o menos solo. No podría haberla dejado en la terraza Caupolicán, porque ahí pasa mucha gente. Parece que igual me vio un guardia, pero no me dijo nada", cuenta Felipe. Y cada vez que se cumple el aniversario de la muerte de su abuela, sube al cerro y la va a "saludar".

Lo mismo hizo el ingeniero mecánico jubilado, Clarence Fisk, un verano de 1997. En ese entonces trajo las dos ánforas de sus padres desde EEUU y echó sus cenizas cerca de la ermita de Benjamín Vicuña Mackenna. "Ellos pololeaban en el cerro Santa Lucía. Esa vez, planté también dos araucarias en la plazoleta Darwin", dice el norteamericano.

Lo que más le gustaba de esta idea, era que podría ir a visitarlos a un lugar que no fuera lúgubre y que podría llevar a sus nietos como si se tratara de un paseo. "Hace tres semanas, de hecho, subí y me senté a leer el diario en la plazoleta", cuenta. Clarence asegura que fue autorizado para realizar ese rito, eso pese a que la administración del cerro, a cargo de la Municipalidad de Santiago, dice no tener registros ni procedimiento específicos para darle curso a estos casos.

Esparcir las cenizas de un fallecido en un lugar público no está prohibido, pues no es considerado "un peligro para la salud pública" por las autoridades sanitarias, específicamente, por las seremis y los servicios de salud, encargadas de velar porque se cumplan las disposiciones del Reglamento General de Cementerios de 1970. Acá en Santiago, son la Seremi de Salud y el Servicio de Salud Metropolitano Norte las que regulan las cremaciones, las que autorizan a un familiar para convertir en cenizas a sus deudos. Para eso se debe acreditar la voluntad del fallecido a través de un escrito o, simplemente, de su deseo expresado antes de morir.

Una vez incinerado un cuerpo -en hornos especiales, a una temperatura que va desde los 800 °C a 1.000 °C- sus cercanos pueden llevarse el ánfora a la casa o depositarla en nichos columbarios (construcciones con pequeños compartimentos donde van las ánforas) o en nichos de jardín (algo similar a lo anterior, pero bajo tierra) disponibles en los cuatro cementerios donde hay crematorios: el General, el Parque del Recuerdo, el Parque del Sendero o el Cementerio Católico. Pero desde 2007, existe también la opción de dejar las cenizas de un ser querido en uno de los 43 memoriales repartidos en 23 comunas, que son de la empresa Acoger. Los más conocidos son los que están a los pies de la Virgen, en el cerro San Cristóbal.

Los servicios de cremación van desde los $ 600.000 hasta los $ 1.150.000, montos que incluyen el proceso mismo de incineración y un ánfora estándar. Quien quiera dejarlas en uno de estos espacios, debe pagar entre $ 109.000 o $ 1.000.000, dependiendo del cementerio y la ubicación del nicho.

La Iglesia Católica no permitía la cremación hasta 1963. Ese año el Código de Derecho Canónico la aceptó. El teólogo y académico de la Universidad Católica Silva Henríquez, Sergio Torres, lo explica: "Una creencia de fondo de la fe es la resurrección de los muertos, que incluye la resurrección de la carne. Hoy, en cambio, creemos en la resurrección de la dimensión integral del hombre". Actualmente, sólo el islamismo y los judíos ortodoxos prohíben la incineración.

En 2011, se tramitaron 2.840 incineraciones en el Servicio de Salud Metropolitano. Un porcentaje pequeño comparado con los entierros tradicionales, si se considera que cada año mueren cerca de 33.000 personas en Santiago. Sin embargo, las entidades a cargo de estos procedimientos funerarios en la capital, aseguran que en los últimos años han crecido sostenidamente.

Según datos del cinerario del Parque del Recuerdo, en los últimos cinco años las cremaciones aumentaron en un 53%. En Acoger, también se ha visto más demanda. "La incineración es una tendencia que ha crecido en los últimos años a tasas del 10% en todo el país. Era un nicho de negocio desatendido del que nos estamos haciendo cargo", dice el gerente general Ernesto Solís.

Aunque la empresa se encarga de vender pequeños habitáculos construidos en bloques de mármol llamados memoriales (cuyo costo fluctúa entre las 50 UF y las 150 UF por un espacio individual), hay santiaguinos que siguen prefiriendo esparcir las cenizas en espacios abiertos.

La opción de algunos capitalinos no es echar las cenizas de un ser querido en pleno Paseo Bulnes o al medio de un mall. Es por eso que los cerros aparecen como lugares de más bajo perfil para hacerlo. Como la actriz Tatiana Torés, que escogió el cerro San Cristóbal. La petición de su madre fue ser cremada y ser dejada en un sector del cerro que estuviera rodeado de aromos, su árbol preferido. "Fue liberador hacerlo en lo alto de la ciudad; tuvo un grado de belleza. Cuando paso por el cerro la siento cerca y sin esa tristeza que me provocan los cementerios tradicionales", dice.

Según explica el vicepresidente de la Sociedad Chilena de Anatomía, Julio Cárdenas, las cenizas de un cuerpo no son tóxicas, pero tampoco sirven de abono como algunos creen. "Al quemarse un cuerpo quedan aproximadamente 1,5 kilo de carbón de origen orgánico proveniente principalmente de dientes y huesos. Creer que es un fertilizante entra en el ámbito de lo mitológico", aclara.

Hernán von Marttens, pidió que sus cenizas fueran depositadas en la cima del cerro Manquehue, porque allá llevaba a sus hijos de excursión cuando eran niños. Fue en octubre pasado, cuando su familia se dispuso a escalar el cerro para concretar su deseo. "Subimos durante cinco horas, acalorados y cansados, pero valió la pena", cuenta Estrella Sepúlveda, la nuera del fallecido. Dice que no hubo tristeza en esa especie de ceremonia, sino al contrario: incluso, antes de bajar, hicieron un picnic. "Ahora cada vez que vemos el Manquehue es como si lo viéramos a él", dice.

El camino a Farellones es otro destino elegido. Fue ahí donde Paula Landaida (57), su familia y amigos subieron el 1 de mayo de 2004 para esparcir las cenizas de su madre, amante de la montaña. Una vez ahí, plantaron un árbol y pusieron las cenizas en las raíces durante un día soleado. "Tal vez no era tan bonito como un cementerio con pasto y flores, pero me hace sentido que mi mamá no esté enterrada, sino en un lugar más libre".

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