Los días de aprendizaje y fiesta de Andrés Pérez en el Théâtre du Soleil

<P>El director de <I>La Negra Ester </I>estuvo seis años en la compañía francesa.</P>




Los ojos que miran son los de Maurice Durozier. El sujeto observado es Andrés Pérez, pelo largo, escoba en mano. El lugar es una antigua fábrica de armamento. Es 1983. Pérez barre el piso del parisino hogar del Théâtre du Soleil cuando se saluda por primera vez con Durozier. Antes, otro saludo. A un lado del teléfono, Ariane Mnouchkine; al otro, una amiga que le cuenta de un chileno y le pregunta si podría recibirlo en el Soleil.

Cuando Andrés Pérez llegó a París, lo más francés que tenía era la beca que lo llevó ahí. Del idioma, ni una palabra. En esas condiciones partió en la histórica compañía que entonces terminaba de preparar uno de sus Shakespeare. En Enrique IV (1984), Pérez alcanzó a hacer papeles pequeños, "de esos con lanzas y caballos", recuerda Mnouchkine. Al año siguiente se quedó con el reemplazo del bufón del rey en Ricardo II. En el camino, Shakespeare había sido su maestro de francés.

Pérez vivía solo en un taller que había arrendado en la Place des Abbesses. También en Montmartre, cerca, muy cerca, vivía Durozier. Compartían barrio y trabajo, luego empezaron a compartir metro, bus, juegos, desayunos, clases, fiestas.

El 11 de septiembre de 1985, el Soleil estrenó La historia terrible pero inacabada de Norodom Sihanouk, rey de Camboya. En el proceso de creación, Pérez "llegaba todos los días con personajes diferentes, algunos para morirse de la risa", cuenta Mnouchkine. Finalmente, se quedó casi con tantos papeles como palabras tiene el título de la obra: hizo cuatro. Uno de ellos compartía una escena algo cómica con el personaje de Durozier y Georges Bigot. En una de las funciones, los tres comenzaron a agregar ciertos elementos de danza a la escena, hasta que al final los tres terminaron bailando. A Mnouchkine no le gustó nada la ocurrencia y los citó a ensayo de emergencia. Lo que Ariane Mnouchkine no sabía era que Pérez iba con Durozier y Bigot a clases de danza contemporánea y que la ocurrencia había salido de esos cursos.

Las clases las tomaban por la mañana, luego iban a la obra que duraba más de ocho horas y después comenzaba la fiesta. Maurice cuenta que los lunes eran unos zombies, los martes tomaban desayuno en un café del que aún recuerda sus croissants y después seguían con clases, teatro, juerga. "Vivimos la edad dorada, el París de los 80, de libertad, apertura y triunfo de la izquierda". Estaban en una compañía de teatro colectivo, una utopía fundada por Mnouchkine en 1964 con forma de tropa, y adhesivo compuesto a base de amor por el teatro y amistad. "Como Meryl Streep en Las Horas, pensábamos que era el inicio de la felicidad, pero estábamos equivocados, era la felicidad".

Andrés no olvidaba a Chile. Hablaba de su grupo, hablaba del sur en el que había nacido, hablaba del dolor de la dictadura. Sabía que debía volver, ¿pero cuándo?

Cuando Andrés comenzó a preparar Gandhi para L'Indiade (1987) se metió tanto en el papel, que Ariane se asustó. "Se transformó en un esqueleto y ahí empecé a mostrarle fotos para que viera que Gandhi era delgado, pero no tanto". Maurice recuerda que Andrés se alejó del grupo, entonces pensaba que era por la concentración con que preparaba los papeles. Después entendió que había algo más.

Andrés tenía entonces una frase que siempre ponía en su camarín: "La verdad es frágil como la flor y dura como un diamante". La llevaba a todas partes. Como a Israel, donde la tropa tuvo una gira y una reunión significativa con música típica y el símbolo árabe de fondo. Ahí Andrés se puso a llorar y les dijo: "Los amo a todos".

No hubo más Soleil para Andrés después de Gandhi. Tampoco hubo despedidas. No le dijo a casi nadie que se iba, ni a Maurice. A Ariane sí, "y yo estaba muy enojada, porque lo estábamos perdiendo". Andrés volvió a Chile en 1988, trayendo las enseñanzas con las que cambiaría la historia del teatro nacional. Hoy, a 10 años de su muerte, su antigua compañía, maestra y amigo también están acá.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.