Los evangelios de Manuel Rodríguez
<P>El historiador Ernesto Guajardo publica un libro notable que entrega a la discusión 25 artículos, escritos entre 1904 y 1994, que abordan al personaje desde múltiples aristas.</P>
Muchos pasajes de la historia de Manuel Rodríguez son una boca de lobo dentro de la cual sólo advertimos chispazos, pequeños destellos en la oscuridad. Lejos de ser esto un impedimento para su valoración tras el desastre de Cancha Rayada, las preguntas que aún quedan por contestar sobre el caudillo popular son el principal motor que alimenta su leyenda.
Desde el real contexto en que pronunció el inmortal "aún tenemos Patria, ciudadanos", la verdadera calaña y destreza militar de quienes conformaban los "Húsares de la Muerte" y, finalmente, los misterios que rodean su asesinato por encargo, en mayo de 1818, el cual incluye a O'Higgins y a San Martín dentro de la lista de sospechosos, la figura de Rodríguez ha estado marcada por la ambigüedad, las dudas e incluso la confusión. Todo lo cual, por cierto, es una clara muestra de que su leyenda alcanza hasta para alimentar teleseries que lo definen como "El guerrillero del amor".
En ese contexto, Manuel Rodríguez, historia y leyenda, de Ernesto Guajardo, viene a ser un notable aporte, más que por animarse a establecer verdades, por entregar a la discusión (y sobre todo al conocimiento del gran público) 25 artículos escritos entre 1904 y 1994, los cuales abordan al personaje desde su ámbito familiar, político, militar e intelectual. Reseña, también, los principales libros dedicados al héroe, asignándoles a todos un justo valor en cuanto matizan la importancia de este abogado y doctor en Leyes que prefirió quedarse a dar pelea a los realistas mientras el "jet-set" independentista emprendía la retirada rumbo a Argentina.
A modo de evangelios que perfilan al personaje, y cada cual con su voluntad de traer la buena nueva, destacan textos como el de Ramón Huidobro, publicado en 1912, sobre sus años de estudiante modelo, lector voraz y crítico. También Un episodio de su vida, construido a partir de lo que "ha referido un vecino de Doñihue, nieto de un amigo del héroe": pasaje breve y poderoso en imágenes, como una página arrancada de la mejor novela costumbrista, en la que se logra ver a Rodríguez "con su montonera de huasos" perturbando a los realistas.
Del mismo modo que se ofrecen pequeñas piezas periodísticas de mérito evidente, como la del investigador Manuel Tapia, quien 140 años después visita el calabozo donde estuvo el héroe, figuran otros trabajos que, por su contexto, como Caudillo del pueblo, publicado en la revista Punto Final en su edición del 11 de septiembre de 1973, permiten ver la destemplada acomodación del mito a los fervores de entonces.
Hay un asunto básico para conocer de manera amplia, menos ingenua y menos idealizada la vida de Manuel Rodríguez, el cual el compilador de este libro lo consigna de entrada: el cruce entre historia oral e historia escrita, entre el dato comprobable y el relato que va de generación en generación, como aquel que da cuenta de Rodríguez disfrazado, abriéndole la puerta del carruaje al temible Marcó del Pont. Un dato "referido", pero no "documentado".
"La opción de considerar aquellos textos dados a conocer en diversas publicaciones periódicas, tanto de masas como de circulación más restringida, se debe a que en estos artículos se encuentran los elementos constituyentes de una imagen oficial de Rodríguez junto a algunos componentes que provienen del imaginario popular, particularmente de la tradición oral", precisa el autor. "Lo interesante del caso son los puntos de encuentro que se pueden apreciar en ambos espacios discursivos, en donde se evidencia la mutua influencia".
¿Hay desconfianza del relato oral? De ninguna manera, pues reconstruir no es, necesariamente, sinónimo de recrear. Allí donde quedan espacios para la duda, donde falta una pieza para el engranaje, la ficción ha hecho su trabajo, moviéndose siempre en un límite peligroso, pero lleno de condimentos que estamos dispuestos a aceptar como tales.
Aquí está el otro aporte de este trabajo: cuanto se haya dicho, con más verdad o con más fantasía, sobre las andanzas de Manuel Rodríguez, sobre su astucia para burlar al enemigo saltando por los techos a medianoche, sobre sus saqueos a los ricos para darles a los pobres, no fue siempre producto de su arrebato o de su carácter impulsivo. Contra el mito reduccionista que lo ha expuesto de ese modo, está la prueba de que Rodríguez actuó motivado por sus convicciones independentistas. No era un pililo iluminado en el fervor de la épica, sino una intelectual que un día decidió que la diplomacia no era suficiente.
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