Los fantasmas de Freirina

<P>Freirina cumple dos años sin la planta de cerdos de Agrosuper, cuyo cierre por malos olores dejó a 500 personas sin trabajo y a un pueblo dividido entre los que quieren la planta de vuelta y los que no. Reportajes volvió al pueblo, de poco más de seis mil habitantes, donde las heridas de ese cierre siguen abiertas. </P>




Milenko Espry tiene un negocio. Y ese negocio se llama Mayron, la única discotheque de Freirina. No hace mucho, Mayron abría viernes y sábados. Había shows y al lugar llegaba gente de los alrededores y las cercanas ciudades de Vallenar y Huasco. Hace dos años, cuando las violentas protestas contra la planta de cerdos de Agrosuper terminaron con la desvinculación de 500 trabajadores, Freirina se empezó a vaciar. La población flotante que vivía, consumía y se divertía en el pueblo terminó partiendo hacia otro lado. En el caso de Mayron, tampoco ayudó la nueva ley de alcoholes, que hizo que los que venían desde más lejos evitaran llegar a Freirina de noche. De repente Espry, que además trabajaba en la planta de Agrosuper como cargador frontal, se quedó sin trabajo y con un negocio en franca decadencia.

Hoy, su disco Mayron abre sólo un sábado al mes.

"Y lo hago para que no muera, para que esto no se convierta en un pueblo fantasma", dice Espry, con ojos cansados. El trabajo que tenía en Agrosuper, en el que ganaba 600 mil pesos, Espry lo reemplazó con un trabajo en Minera Escondida, en la Segunda Región. Un camino que siguió buena parte de los hombres que quedaron sin trabajo en el pueblo.

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La planta de alimentos de Agrosuper está ahí, abandonada en el camino que une Vallenar con Freirina. Las torres de metal brillan en la oscuridad, como si nada hubiese ocurrido, como si ese mismo camino no hubiese estado cortado hace dos años por gente que protestaba contra los malos olores provocados por los 480 mil cerdos mantenidos en cautiverio en la planta de producción de Freirina, tres kilómetros cerro arriba del pueblo. Como si ese mismo camino, también, no hubiese estado cortado por los mismos funcionarios de la planta, que protestaban para reincorporarse a sus trabajos.

Entre noviembre y diciembre de 2012, no sólo Freirina fue un polvorín. Al movimiento de Freirina Consciente, encabezado por los detractores de la planta, se sumó gente en Huasco, en Carrizal Bajo y en Maitencillo, un poblado ubicado entre la propia Freirina y Vallenar. Afuera de Huasco, las copas de los eucaliptos plantados en la entrada de la ciudad ardieron en enfrentamientos con carabineros, y el olor de los cerdos que venía de Freirina cuando el viento soplaba en dirección a la costa fue reemplazado por el aroma intoxicante de los neumáticos quemados. Al igual que en el conflicto de Aysén, los caminos quedaron cerrados para camiones y afuerinos, lo que significó un gradual desabastecimiento del comercio. Una carretera que pasa por sobre Freirina, en dirección a Huasco, fue cortada con una retroexcavadora, que rompió el camino para crear una zanja de dos metros de profundidad. Y mientras se negociaba una solución, cuatro casas de ejecutivos de Agrosuper fueron incendiadas, además de una bomba de agua en la planta de cerdos, y de un humedal cercano a la planta de alimentos, que colinda con el río Huasco. Ambos bandos se culparon mutuamente de ese incendio.

Todos esos momentos parecen estar enterrados ahora en Freirina, un pueblo bucólico que avanza a la velocidad del bolero más lento. El sol pega sobre las casas de estilo colonial del centro y las poco más de seis mil personas que viven en el lugar parecen estar escondidas en alguna parte. En El Uranio, uno de los dos restoranes que existen en el pueblo, un calendario con la foto de Felipe Camiroaga vestido de huaso vigila la hora de almuerzo. Aurora del Portillo (61) es la dueña del restorán y hace dos años estaba feliz con el cierre de la planta y el fin de los malos olores que provenían de las heces de los cerdos. En un pueblo con menos habitantes que hace dos años, en El Uranio no acusan el golpe.

-Usted vio la cantidad de gente que vino a almorzar hoy-, dice refiriéndose a la quincena de personas que paró en el lugar a comer.

En el otro restorán, El Haití, ubicado frente a la Plaza de Armas, sí asumen la pérdida. Dicen que Agrosuper les garantizaba unos 15 clientes al día, incluidos los jefes. "A veces pasaba algo en la planta y nos traían 200 personas a almorzar", dice la encargada tras la barra. "Tenían que almorzar por turnos".

En la Plaza de Armas, cuatro mujeres conversan post almuerzo. Comentan que la dinámica del trabajo ha cambiado, que los hombres se han tenido que emplear en faenas mineras y que otros trabajadores han sido absorbidos por la quinta etapa de la central termoeléctrica de Guacolda, en el puerto de Huasco, a unos 20 minutos de Freirina. Un par de las mujeres del grupo son trabajadoras municipales y no quieren tener problemas por dar su identidad. Admiten que el pueblo sigue dividido, que la pelea se ha seguido dando dentro de las familias. Y todas, menos una, coinciden en que los olores provenientes de la planta eran tremendos.

-Por Agrosuper conocí a mi novio, que vino a trabajar-, dice una morena risueña. -La planta se fue y él se quedó. Y yo, como andaba enamorada, no sentía nada, ningún olor. Probablemente andaba más pasado a chancho que los chanchos.

El resto de las amigas no contiene la risa.

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La planta de Agrosuper, a pesar de los malos olores, daba trabajo a unas 500 personas de la zona. En Freirina coinciden en que los sueldos que se pagaban estaban por sobre la media: promediaban los 500 mil pesos, los que se pagaban a trabajadores acostumbrados a ganar poco menos de la mitad que eso. Leonel Cepeda (58), ex alcalde DC por cuatro períodos consecutivos, entre 1992 y 2008, además de dueño de la única botillería del pueblo, dice que los tiempos de bonanza en Freirina se acabaron con la ida de Agrosuper. "La gente que ganaba esos sueldos, la mayoría mujeres, se proyectó, empezó a pagar universidades, se metió en casas. Nada de eso queda. Acá hay desesperación, porque la cesantía debe estar bordeando el 35%".

Cepeda tomó como causa propia el regreso de Agrosuper al pueblo y encabeza el grupo de Defensa de Freirina para el Desarrollo. Es la cara más visible del grupo que busca que la empresa vuelva. Ya en mayo viajó a La Moneda para entregar una carta para presionar en esa dirección. Ese mismo mes, una encuesta de la Universidad de Atacama realizada en Freirina decía que un 74% de los vecinos estaba de acuerdo con que Agrosuper regrese a operar a la zona. "Yo también creía que los olores eran insoportables", dice Cepeda. "Pero aquí hubo gente que no quiso dialogar con la empresa y no paró hasta que se tuvieron que ir".

Cepeda dice que hasta ahora ha reunido a favor del retorno de Agrosuper poco más de tres mil firmas, alrededor de la mitad de los habitantes del pueblo. Pero también acusa que el gran escollo se encuentra en el municipio, liderado por el alcalde PS César Orellana. "Las firmas podrían ser más, pero muchos temen una reacción violenta de los que todavía se oponen a la planta. El municipio quedó tomado por todos los que estuvieron en las protestas más violentas".

Orellana ganó las elecciones municipales casi simultáneamente con las desvinculaciones de Agrosuper a fines de 2012. Los hermanos de Cepeda, dueños de la botillería familiar, cuentan que cuando Orellana dio su discurso de agradecimiento, pidió a los presentes no comprar en la botillería de Cepeda. "Por suerte, muchos de los que nos dejaron de comprar han vuelto, porque también creen necesario que vuelva la empresa".

César Orellana, alcalde de Freirina, no ha estado disponible para contar su versión de esta historia.

Para los que esperan un regreso de la empresa, todavía existe esperanza. En octubre, Gonzalo Vial, dueño de Agrosuper, admitió a El Mercurio que la empresa está expectante respecto de Freirina, que por eso las dos plantas que quedaron abandonadas están con guardias y no han sido desmanteladas. "Está en estudio", dijo Vial. "Hay bastante interés de la gente de allá para que volvamos, creo que esto tiene que decantar un poco, porque siempre hay algunos cabezas calientes que son los mismos de Aysén, de Barrancones, porque se trasladan".

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Las últimas Fiestas Patrias en Freirina fueron un coletazo del conflicto de los últimos dos años: una fonda dividida en dos, con los que están a favor de un lado y los que están en contra del otro lado. Sin mezclarse.

"Las familias también quedaron divididas, esto se convirtió en una pequeña guerra civil", dice el funcionario de un colegio municipal.

En la tarde, después de almuerzo, empieza a verse más gente en la calle Río de Janeiro, la arteria principal de Freirina, donde está el comercio. Aquí nadie sabe por qué Río de Janeiro no se llama Prat, O'Higgins o Hermanos Carrera, como suelen hacerlo las calles principales de, virtualmente, todos los pueblos y ciudades de Chile. Ni siquiera Cepeda, quien fuera alcalde por 16 años de Freirina, sabe el motivo. "Desde que tengo uso de razón se llama Río de Janeiro y la verdad es que no sé por qué".

El tema es que en la calle con nombre de ciudad brasileña están instalados los almacenes y bazares de pueblo chico, además de la botillería de Cepeda. A los dueños de locales les cuesta hablar sobre lo que pasa en Freirina. Una señora, dueña de un almacén, dice que un día después de hablar a favor del regreso de Agrosuper en televisión, fue amenazada e insultada por una banda de encapuchados. Al lado de su almacén hay una peluquería. Y ambas mujeres dueñas de negocios, que ven sentadas en la vereda a los potenciales clientes pasar, dicen que aprendieron la lección. No dar nombres. Dicen que los agitadores llegaron "del sur" y que algunos se quedaron, a veces reinventándose como funcionarios municipales. Ambas están de acuerdo en que el olor de los chanchos era un tema de urgente solución, pero alegan que no hubo diálogo con la empresa. "Lo divertido es que algunos protestaron contra Agrosuper y después buscaron trabajo en la fábrica de pellets de la CAP en Huasco".

Tanto en Freirina como en el puerto de Huasco alegan que el polvillo de la fábrica de pellets ha afectado la producción agrícola de todo el valle de Huasco. Y no sólo eso: algunos dicen en Huasco que los casos de cáncer al pulmón y los nacimientos de guaguas con malformaciones congénitas ha ido en aumento en los últimos años. Una de las mujeres locatarias de Freirina apunta a las hojas de un arbusto en la calle, tapadas por el polvillo metálico de la planta de pellets de la CAP, que está a más de 20 kilómetros.

A pesar de los problemas ambientales, en Huasco lo único que sobra es trabajo. Encontrar una habitación disponible para dormir es prácticamente imposible en un pueblo invadido por las camionetas rojas de los proyectos mineros y donde llegan colombianas y argentinas a bailar a los boliches del lugar. Dinero para gastar, hay.

En Freirina, el pueblo vecino, la historia es otra.

"Esto después de las 8 de la noche parece una salitrera", dice apesadumbrado uno de los pocos vecinos que dan vueltas por Río de Janeiro cuando el sol ya se fue.

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