Los llamados que nadie escuchó en el Puerto

<P>Levantamiento irregular de viviendas, tardía reacción de bomberos el segundo día del incendio, escasa fiscalización de la Dirección de Obras, vertederos ilegales en las quebradas de los cerros, regulación de tomas en estado precario por parte de Bienes Nacionales y una serie de estudios de riesgos de especialistas que no fueron tomados en cuenta conformaron una tormenta perfecta sobre los cerros porteños. </P>




En los cerros Ramaditas y Rocuant y también en la Cuesta Colorada pensaron que se habían librado. Entre la noche del sábado y la madrugada del domingo el incendio había destruido las partes más altas de los cerros El Litre, Las Cañas, La Cruz y Mariposas.

En esta parte de Valparaíso, mientras veían esos cerros arder, no sabían que serían los próximos.

Ema Donoso (48), dueña de casa vecina de Cuesta Colorada, responsabiliza parcialmente a Bomberos.

-Nosotros les decíamos durante el día (domingo) que el fuego iba a volver, porque conocemos la zona, los vientos, dice Donoso. -Ellos estaban en las quebradas sin hacer nada durante la tarde, casi como queriendo que el fuego se reactivara.

La casa del padre de sus hijos, en la quebrada Pajonal, abajo de Cuesta Colorada, se quemó completamente. La suya fue salvada por los vecinos. Bomberos quisieron evacuar su calle, pero ellos se resistieron. "Si les hacemos caso, esta parte desaparece", dice Donoso.

Según la oficina de sistema de organización geográfica de la Municipalidad de Valparaíso, el incendio que empezó la tarde del sábado y pudo ser controlado recién el martes, alcanzó a 1.020 hectáreas, unos 10 km cuadrados de terreno. La zona urbana afectada, donde 3.040 casas resultaron siniestradas, correspondió al 10% del total del incendio.

Una parte de uno de los mayores desastres que haya afectado a Valparaíso desde que se tenga memoria se puede ver en los cerros de Ramaditas, Rocuant y Cuesta Colorada, sector compuesto mayoritariamente por tomas. Aquí las casas son de material liviano: madera, formalita, techos de lata, pero todo lo que quedó fueron las latas. A dos días del incendio, los sitios están totalmente limpios, listos para empezar a construir, pero nadie quiere moverse del lugar. Como son pocos los que tienen títulos de dominio, el miedo a perder el terreno a manos de extraños los hace permanecer. Es martes, día nublado y frío, y un pelotón de Carabineros pasa cantando cerro arriba. Los vecinos aplauden, algunos con emoción.

El tema de la seguridad ha sido factor en Valparaíso. En la noche del domingo, mientras Bomberos apagaba el incendio en el cerro Rocuant, un grupo de hombres se metió al carro a robar sus celulares. Postragedia también comenzó todo un mercado de venta de hojalatería. Durante la evacuación fue común ver a extraños ingresando a casas no afectadas por el fuego para desmantelar cañerías de cobre.

El sitio que Sergio Norambuena (31), albañil cesante, tiene en Ramaditas ya está totalmente limpio. Sólo espera materiales para empezar a construir. Este ha sido tiempo de tragedias para Norambuena. Hace cinco meses perdió a su padre y hace dos semanas terminó de construir su casa. Dos días antes de perderla había podido instalar cable e internet. Y justo el día en que su equipo, Colo Colo, se coronaba campeón, la colección de camisetas del Cacique que juntó por años, se deshizo con las llamas. Norambuena también apunta a Bomberos: "A las 8 de la noche del domingo estaban muertos de la risa. Nosotros les advertimos del viento".

La noche del domingo el fuego entró por la quebrada Pajonales. El viento hizo que las chispas y pedazos de hojas en llamas volaran hacia la quebrada siguiente, entre los cerros Rocuant y Ramaditas. En el fondo de la quebrada la combustión fue aún más rápida. A los eucaliptos plantados ahí abajo se suman los vertederos informales, alimentados por algunos habitantes que viven al borde de la quebrada y que lanzan desperdicios hacia abajo.

Fue justo casi un mes antes del incendio, el 12 de marzo, cuando Ricardo Valdés, jefe de emergencias de la Municipalidad de Valparaíso, acudió al concejo municipal a exponer un grave problema de seguridad sanitaria que habían detectado en la zona de Rocuant, donde tiene su casa Norambuena. Valdés denunció la existencia de un gran vertedero, en el fundo de propiedad de la familia Galety. El jefe de emergencias expuso ante el concejo la necesidad de aprobar algunas obras importantes, como la creación de un cortafuego en la quebrada ante la inminente propagación de un gran incendio. Según la bitácora de Bomberos, un incendio que se registró en noviembre pasado demoró casi cuatro meses en extinguirse al encontrarse contenido bajo tierra, en las raíces de los árboles quemados. Esa vez, Bomberos utilizó 60 mil litros de agua sin mayor éxito.

La alerta de Ricardo Valdés fue una de varias advertencias que el encargado de emergencias dejó en el concejo municipal. Pero lo del microbasural en Rocuant fue una suerte de predicción bíblica.

El fuego ahí empezó a consumir las casas desde abajo de la quebrada hacia arriba, alcanzando primero los pilares sobre los que las viviendas fueron construidas. Luego, el fuego subió quebrada arriba. Sólo un cambio en la dirección del viento podía salvar una casa. Por eso, las construcciones ubicadas en las partes altas de estos cerros tuvieron más posibilidades de salvarse.

Otro problema de Ramaditas y Rocuant es que las últimas 30 cuadras cerro arriba no cuentan con varios servicios básicos. No hay alcantarillado y el agua es repartida por camiones aljibes que pasan una vez al día. Al no haber sistema de cañerías, los grifos se encuentran decenas de cuadras abajo de las casas que limitan con los bosques.

Este martes brumoso ya no hay fuego y los voluntarios ayudan a limpiar terrenos. En la subida de Cuesta Colorada, en Ramaditas, unos muchachos ofrecen refresco mientras los voluntarios, entre ellos un grupo de media docena de universitarias, caminan cerro arriba.

-¿Agüita, chiquillas? ¿Un masaje? ¿Algo más?

No hay respuesta verbal. Sólo risas coquetas.

***

De acuerdo a los estudios urbanísticos y geográficos, en la V Región, cada cuatro o cinco años se registra un megaincendio en las quebradas del Puerto. Así lo hizo ver el director de la Escuela de Geografía de la UC de Valparaíso, Luis Alvarez, quien expuso sobre eventuales riesgos a varias autoridades del gobierno regional, como parte del equipo técnico que está diseñando el nuevo plan regulador de la comuna.

Alvarez dictó una charla a todos los servicios públicos sobre el gran incendio ocurrido hace siete años en el cerro La Cruz. Ahí expuso las principales conclusiones del diagnóstico que, tras varios meses de estudio, finalizó a fines de 2013. Alvarez concluyó que Valparaíso es una ciudad cuyas quebradas cumplen una función de verdaderas chimeneas naturales, lo que se suma a las viviendas construidas de forma irregular, los pequeños basurales y la gran cantidad de eucaliptos bordeando la parte alta de los cerros.

Lo que Alvarez había advertido hace unos meses se convirtió en su propia sentencia: el geógrafo de la UC perdió su casa en el cerro La Cruz el sábado pasado.

Hace casi un mes también, el 19 de marzo, la concejala de la ciudad Marina Huerta leyó en el concejo municipal una petición del vicesuperintendente de Bomberos, Jaime Grondona, que solicitaba cambiar el nombre de una calle en el mismo cerro La Cruz por el de Gabriel Antonio Lara, un bombero que murió ahí el 14 de enero de 2007.

Y es en este mismo cerro donde Marco Olivares lo perdió todo. Olivares tiene 74 años y está vestido como hiphopero: polerón rojo con capuchón, una inscripción en el pecho que dice "australian surf" y un jockey verde en la cabeza. Es la ropa que le entregó una familia amiga cuando la noche del sábado se quemó su casa.

Hasta el cerro La Cruz llegó el año 66, pagando 11 mil escudos por el terreno. Olivares es carpintero de profesión y construyó su casa a pulso. Pieza por pieza. Como es costumbre en los cerros de Valparaíso, su hijo vive en la casa del lado, también carbonizada por el fuego. La noche del incendio, su señora fue evacuada al lugar de un conocido, cerca de Quilpué. Olivares no quiere que ella regrese y vea los esqueletos de su antiguo hogar. "La impresión puede ser muy grande para que su corazón resista", dice sin pena, como entregando la dirección de una calle.

Por ahora, Olivares ha dormido en una suerte de clóset de 2X2 donde guarda las cosas que le han ido entregando los voluntarios. Dice que la noche del incendio aguantó hasta el final en su casa, hasta que los bomberos y los carabineros lo sacaron. A diferencia de los testimonios de los vecinos de Ramaditas y Rocuant, Olivares dice que Bomberos hizo todo lo que pudo en la madrugada del domingo. El testimonio en los cerros La Cruz, Las Cañas y El Litre no cambia en ese sentido. Aquí no hay reparos para la acción de Bomberos.

Frente a la casa de Olivares pasan cientos de voluntarios, en su mayoría universitarios, con palas y picotas en mano y con las caras totalmente ennegrecidas, como si fueran mineros de Lota. Pero es más arriba, en La Cruz, donde el desastre es total. En la subida El Vergel, el camino principal del cerro, por donde pasan los colectivos, son cientos las casas quemadas. Al ser este un barrio de clase media emergente, como sus propios vecinos lo definen, lo que se aprecia en las calles es diferente a lo que ve en los cerros más precarios, donde desapareció prácticamente todo. En La Cruz, así como en Las Cañas y El Litre, tres cerros que están interconectados, las casas son de cemento o ladrillo. Por eso, sobre la vereda se apilan varias toneladas de concreto -también muchos autos quemados- que tuvieron que ser demolidas por las retroexcavadoras y las picotas de los voluntarios. Lo que no ha sido demolido ha quedado como el triste recuerdo de algo que alguna vez fue un barrio.

El viento, sumado al material en suspensión, afecta ojos, narices y gargantas. Lisette Vidal (39), administradora de un consultorio en el vecino cerro Las Cañas -que también se quemó-, ofrece una mascarilla. Su casa parece un milagro. La fachada blanca de dos pisos se ve intacta, flanqueada por dos casas quemadas que los voluntarios demuelen. Vidal aclara de inmediato que la fachada miente. Sólo el primer piso, donde viven sus padres, se salvó. El segundo, donde vivía ella junto a su marido y tres hijos, fue consumido por el fuego.

-Fui evacuada el sábado y el barrio se quemó esa misma noche-, cuenta Vidal. -Alguien me dijo que mi casa se había salvado y subimos con mi familia cuando el fuego de las otras casas se había apagado. Toda la calle humeaba cuando llegué. Como a las tres de la mañana hubo un rebrote por la parte de atrás de mi casa. Me resguardé en la casa del frente, que ya se había quemado, y vi cómo el segundo piso de mi casa ardía.

Vidal piensa que al menos tendrá un techo sobre su cabeza, el de sus padres. Pero ya tiene una certeza: cuando termine la limpieza de escombros y los voluntarios se vayan, estará viviendo prácticamente sola en su calle hasta que llegue la reconstrucción. "Eso va a ser fuerte".

Más arriba, en El Vergel, la calle empieza a cambiar. La calle pavimentada da paso al camino de tierra. Y los esqueletos de cemento son reemplazados por casas de madera totalmente arrasadas por el fuego, una imagen parecida a la de Ramaditas y Rocuant. Arriba, donde está la transición de cerro urbano a bosque, están las últimas tomas de La Cruz.

En el municipio aclaran que este tipo de crecimiento irregular ocurre porque los propietarios de los terrenos, que son fundos forestales, no hacen nada para evitar las tomas. No se establecen denuncias y no piden el desalojo, por lo que se va generando un crecimiento sin planificación, afectando a los pobladores que instalaron su casa de manera correcta.

"Muchas veces denegamos los permisos, pero la gente regulariza en Bienes Nacionales", acusa el director de Obras de Valparaíso, el arquitecto Matías Valdés. "Aquí hay un doble estándar. Hay leyes que prohíben, pero por otro lado hay normas que permiten mantenerse ahí. La culpa es de todos. La misma gente tiene responsabilidad al instalarse al lado del bosque. Tampoco limpia y allá no llega la supervisión nuestra".

La ex directora de Obras de la comuna Adriana Germain, quien renunció al cargo en 2013 y estuvo en el puesto por más de 15 años, ha sido objeto de críticas por parte de varios especialistas tras el incendio. Ella se defiende diciendo que "una de las cosas que es muy problemática es que la gente se obstina en hacer lo que se le da la gana y eso es un problema gravísimo. Valparaíso es una ciudad espectacular, planeada hasta la avenida Alemania. Sin embargo, en las zonas altas es muy difícil fiscalizar las tomas. Eso es un tema incompatible de inspeccionar. A mí me decían la Señora No, te imaginarás cuál es mi posición sobre el tema".

Por la calle de arcilla en el sector tomado del cerro La Cruz pasa un grupo de parvularias con girasoles en las manos y un dúo que canta un desafinado cover de Los Bunkers en charango y guitarra, como tratando de levantar la moral después de un incendio que ha dejado un saldo de 15 personas fallecidas.

El efecto es el contrario.

***

La empinada subida al cerro Mariposas sugiere que ahí no ha pasado nada. No se ven móviles de televisión y la circulación de empolvados voluntarios yendo y viniendo es casi nula. Las casas afectadas por el incendio están al final y es difícil encontrarlas.

Mariposas es el clásico caso de tomas que le fueron ganando al cerro y que luego se fueron regularizando. Erminia Pérez (57), dueña de casa, cuenta que llegó al cerro hace 20 años como parte de una toma. Para construir sus casas tuvieron que cortar árboles del bosque. "El camino era un tierral en invierno y no se podía bajar. Esto era como colonizar: no teníamos ningún servicio básico". Pérez cuenta que los títulos de dominio llegaron hace unos 10 años, junto a la luz y el agua. El pavimento llegó hace apenas cinco años. Para este incendio, el único grifo del barrio no funcionó: el agua llega a las casas y al grifo a través de motobombas, las que no funcionan si se corta la luz. Y la noche del sábado, a causa del incendio, no hubo luz.

En Mariposas el daño de las llamas no fue tan profundo. Cinco casas se quemaron en el pasaje 2. Y más arriba, en una toma no urbanizada, se quemaron otras 10 viviendas. La hija de Pérez, Arlette, sufrió quemaduras en su cara mientras trataba de salvar la casa de su madre. El fuego llegó hasta los árboles frutales del patio.

Pero los incendios en Mariposas no son algo nuevo. En los 20 años en que Pérez ha estado en el cerro, ya ha sido testigo de cinco incendios, todos a causa de incendios forestales. "Por eso las aseguradoras no aprueban seguros de incendio aquí". Lo mismo ocurre en Curauma y Placilla, los dos barrios ubicados detrás del camino La Pólvora, donde comenzó el fuego el sábado pasado.

Pérez recuerda que a fines de los 90, el alcalde Hernán Pinto quiso cobrar una cuota mensual a las viviendas del Puerto para crear un fondo antiincendios. Pocos pagaron y ese fondo quedó en nada.

Por eso, tras la tragedia, el municipio a cargo del alcalde Jorge Castro decidió reactivar un antiguo proyecto que se estaba pensando como sistema de protección de incendios. Se trata de un camino de agua, el cual empieza desde el camino La Pólvora y atraviesa los cerros por la avenida Alemania y el camino Cintura hasta Playa Ancha. Prácticamente disecta la ciudad en dos y da la posibilidad a Bomberos de tener acceso al agua en forma simple. El diseño inicial tiene contemplado entre dos a tres pistas por lado, con una red de agua para enfrentar estas emergencias. Según la Secplac, el costo oscila entre los $ 27 mil y los $ 30 mil millones.

Por ahora, lo que queda es la urgencia, el trauma y la reconstrucción. En las cinco casas quemadas del pasaje 2 del cerro Mariposas, lejos del hormigueo de los cerros más afectados, y casi sin voluntarios, unos pocos hombres limpian el terreno. El viento de la tarde porteña pega sobre un lienzo pintado con letras negras. Dice: "Sólo el pueblo ayuda al pueblo".

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