Los mejores alumnos

<P>Hace una década se rindió por primera vez la PSU. A dos semanas de una nueva versión de esta prueba y cuando el foco está puesto en facilitar el acceso de los jóvenes más destacados de su promoción, buscamos a los que ocuparon esos mismos lugares en 2003. ¿Qué pasó con ellos? Hay muchas historias de triunfo, pero también muchas en que el esfuerzo de ser los primeros en el colegio no se tradujo en el éxito esperado.</P>




Paola Sarmiento: "No me sirvió haber sido la mejor alumna"

Paola sacó uno de los mejores promedios de notas del Internado Nacional Femenino Carmela Silva Donoso, de Ñuñoa. Pero los 684 puntos que promedió en la PSU no le alcanzaron para entrar directamente a una universidad estatal a estudiar Tecnología Médica, como ella quería. "No me sirvió haber sido la mejor alumna. Las notas me crearon buenas expectativas, pero cuando vi que mi puntaje no me daba, la desilusión fue grande. Uno piensa que el esfuerzo puede ser suficiente, más si estuve prácticamente cuatro años preparando la PSU, y es duro darse cuenta de que eso no basta", reflexiona hoy.

Paola es la hija mayor de una pareja de profesores de Lampa. Había expectativas sobre ella. Y hartas. "Sentía la presión de que me fuera bien. Más que por ellos, por mí. Por eso me bajoneé mucho. Mis papás no me dijeron nada, fui yo la que me dije a mí misma unas cuantas cosas...".

Y en eso estaba, rumiando la rabia, cuando un primo la remeció. "Acá no se acaba el mundo, muévete y haz algo", le dijo. Ella le hizo caso.

Buscó una carrera corta y con buen campo laboral que le permitiera juntar plata para pagarse un preuniversitario. Entonces, estudió Técnico en Enfermería dos años y trabajó otros dos años en un centro médico de Santiago Centro. "Nunca pensé en cambiar de planes. Yo quería esto y en esto estoy", dice.

Hoy Paola está donde pensó estar cuando salió del colegio: cursa quinto año de Tecnología Médica en la Universidad Austral. "Me demoré más de lo que pensé, pero es lo que me gusta", dice.

Jessica Rivas: "Tuve miedo de no volver a estudiar"

Jessica era muy buena alumna (con promedio 6,9), quería estudiar Pedagogía y sabía que esa era su primera y última oportunidad para transformarse en la primera profesional de una familia campesina. Por eso fue que uno de sus profesores del Liceo C-92 Puente Ñuble (en la VIII Región) la inscribió en un preuniversitario. Además, si no hubiera sido ese profesor, no habría sido nadie. Para la familia de Jessica, que ella siguiera estudiando sólo era una pérdida de tiempo y plata.

Ese año 2003, entonces, estudió fuerte, hizo cada facsímil que le daban y no faltaba a clases. Su buen promedio le daba la seguridad de que si se esforzaba podía llegar a lograr su meta, aunque, por otro lado, le asustaba la competencia. "Al compararse con los estudiantes de colegios particulares o subvencionados, uno se siente con pocas proyecciones, porque en el liceo se reciben estudiantes muy vulnerables con pocas expectativas, por lo tanto, la exigencia en los estudios es menor".

Pero ella se esforzó y alcanzaba ya 560 puntos en los ensayos... Lo suficiente para inscribirse en la universidad que quería. Sin embargo, en la PSU sacó 482 puntos. "Mi cabeza estaba en otra cosa", cuenta sobre un hecho que cambió radicalmente todo: meses antes supo que estaba embarazada.

"No dije nada porque sabía cuál sería el discurso. Por eso prefería dar la PSU, arriesgarme y ver qué pasaba. Cuando vi ese puntaje se me vino el mundo abajo. Se alejaba mi carrera y mi futuro" , recuerda.

Aun con ese puntaje, una profesora del liceo la ayudó a matricularse en Pedagogía en la Universidad del Bío Bío, en Chillán, pero sólo logró estar dos meses. En mayo de 2004 tuvo que congelar la carrera para cuidar su embarazo.

"Tuve miedo de no volver a estudiar. Yo tenía la beca Presidente de la República por las notas del colegio; pero por otro lado, pasaba el tiempo y veía que mi hijo necesitaba cosas y se me hacía más lejano retomar la universidad".

Un año después, tras ver cómo ella tomaba y tomaba trabajos para juntar plata para poder pagar la matrícula universitaria, su madre se ofreció a cuidar al niño. En 2008, Jessica se tituló sin reprobar ningún ramo y ahora tiene un postítulo en trastornos del aprendizaje. "En Cuarto Medio nunca me hubiera imaginado que iba a poder demostrarle a mi familia y a mí misma que podía ser madre y profesional al mismo tiempo".

Sebastián Astroza: "Nunca he pagado un peso por educación"

"No puedes vivir como pintor. No podemos costear eso. Trata de buscar otra cosa". A finales de 2002, el padre de Sebastián Astroza echó por tierra las aspiraciones artísticas de su hijo, que estaba a punto de pasar a Cuarto Medio en el Liceo Ruiz-Tagle, de Estación Central, como uno de los alumnos más destacados del plantel.

En ese escenario es que apareció la arquitectura. Su padre estaba feliz, él no tanto: esa carrera pedía 50% del puntaje en matemáticas. Lo que quedó, entonces, fue tomar un curso de verano intensivo de matemáticas... y ahí apareció la ingeniería. Así las cosas, en un año preparó la PSU; sus profesores lo inscribieron en olimpiadas de conocimiento y fue becado en el preuniversitario de la U. Católica.

Todo iba bien. Y se puso mejor. La noche anterior a la entrega de los resultados recibió una llamada del rector de la Universidad de Chile, Luis Riveros, quien le informó que por haber sacado puntaje nacional en matemáticas había entrado a Ingeniería en Transporte y se había ganado la beca de estudios. Lo que pasó después, como dicen, es historia conocida: terminó la carrera y en la misma U. de Chile hizo un magíster, y hoy está en Austin, Texas, Estados Unidos, realizando un doctorado.

Mirando hacia atrás, dice que la PSU "es un método de evaluación de memoria. Algo que no es lo mismo que conocimiento, capacidad o inteligencia. Si una persona se prepara bien, puede sacar un mejor resultado, pero en la U puedes dar bote". No fue su caso, le fue muy bien y, por eso mismo, pudo estudiar gratis: "No he pagado ni un peso por educación. Ha sido una constante en mi vida".

Consuelo Willumsen: "Siempre supe que iba a privilegiar a la familia"

En las páginas de internet de venta y arriendo de propiedades es común encontrar anuncios del tipo "casa cercana al colegio Newland". Y es que el establecimiento fundado en 1980 en avenida El Tranque, Lo Barnechea, reúne dos características muy valoradas por los apoderados: su ubicación en uno de los barrios más exclusivos de Santiago y una excelencia académica que le ha valido tener habitualmente representantes entre los puntajes nacionales de la PSU.

Por eso no es de extrañar que los mejores alumnos del Newland logren ingresar a las carreras más cotizadas y después alcanzar buenos puestos de trabajo. Un ejemplo es Consuelo, quien egresó en 2003 con promedio 6,8, el mejor de su generación. "Salí del colegio con ganas de estudiar ingeniería, en la prueba me fue bien y todo se ajustaba bastante con mis planes", recuerda Willumsen, quien logró 787 puntos en la PSU. Lo suficiente para ingresar a Ingeniería Civil Industrial en la Católica, su primera opción.

Fue ahí donde el panorama cambió radicalmente y conoció experiencias como sacarse un rojo o reprobar un curso. "El paso del colegio a la universidad fue muy duro. Al principio te va mal y cuesta. Hay que estudiar más y ser más disciplinada", recuerda. ¿Lo peor? Experimentar por primera vez la sensación de irle mal a pesar de esforzarse.

"Ahí aprendí que tener buenas notas no tiene nada que ver con la capacidad de lograr cosas a futuro", recuerda sobre un período que dice le sirvió para aterrizarla.

Finalmente, se tituló con promedio 5,3 en 2010. Después encontró su primer trabajo en una línea aérea, pero hace un año se trasladó junto a su familia a Puerto Varas, acompañando a su marido, que trabaja en la industria del salmón, mientras ella encontró un empleo de mediodía para dedicarle el resto del tiempo a su hija. ¿Algún remordimiento por dejar la carrera? Ninguno. "Siempre supe que iba a privilegiar a la familia por sobre el tema profesional", concluye.

Carlos Deck: "Entiendo la frustración que pueden sentir los buenos alumnos de colegios menos privilegiados"

Carlos Deck no se puede quejar. Fue el mejor alumno de los 120 salidos en 2003 del prestigioso Grange School, en La Reina, con promedio 6,8 y luego logró un puntaje PSU de 802, también el mejor de su generación.

Por eso es, en números, una especie de leyenda dentro de su colegio. "Hoy incluso en generaciones más chicas igual se acuerdan de que me llevaba los premios por notas", dice Deck.

Esas notas son las que le sirvieron en 2004 para entrar a Ingeniería Civil en la Universidad Católica, carrera en la que se fue de intercambio a la Colorado School of Mines en Estados Unidos y por la que desde agosto estudia un máster de cuatro años en Ingeniería Industrial en la U. de California en Berkeley.

"Yo no esperaba ser el mejor puntaje del colegio, pero lo logré. Y ya una vez en la universidad sabía que si ponía el mismo empeño que en el colegio me iba a ir bien", recuerda. Y así fue. Nunca reprobó ningún ramo y se tituló con un promedio 6,0 (uno de los 20 mejores de su generación).

"Hasta el día de hoy puedo decir que las cosas han salido como he querido", asume. Aunque, más allá de todo su éxito, dice ser consciente de las ventajas comparativas que tienen tipos como él. "He aprendido que existen muchos caminos para lograr el éxito. Algunos pueden tener uno más pavimentado, con una buena red de contactos. Por eso entiendo la frustración que pueden sentir los buenos alumnos de colegios menos privilegiados, ya que muchas veces no basta con el rendimiento académico".

Adrián Bascur: "Cuando vi el puntaje me decepcioné"

Adrián Bascur siempre creyó lo que todos piensan, que si a uno le va bien en el colegio, lo más probable es que le vaya bien en la universidad. Y su 6,8 de promedio lo reafirmaba, porque esa fue la nota más alta de su generación del Liceo Pablo Neruda, de la comuna de Navidad, Sexta Región. "No me esforzaba mucho y me sacaba buenas notas. Tenía sietes a cada rato", cuenta. Pero esa felicidad le duró lo que se demora el sistema en entregar los resultados de la PSU: "Cuando vi el puntaje me decepcioné. Ahí me di cuenta de que el nivel del liceo era bajo", dice. De todas maneras, con su promedio y los 455 puntos de la PSU consiguió entrar a Ingeniería Civil en la Universidad de Concepción (nunca le encantó esa carrera; lo suyo fue una decisión basada en la proyección económica). También lo ayudaron un crédito universitario, la beca municipal de alimentación y la beca Presidente de la República.

Estaba adentro. Lo había logrado. Pero pesaban mucho los 455 puntos. En el primer y único semestre que subsistió en la U. de Concepción, sólo pasó un ramo. "Fue un golpe duro. Me pasaban materia y no entendía nada, y eso que me pasaba horas estudiando". Apoyado por su poco puntaje y el fracaso universitario, eligió nuevamente qué hacer y esta vez apuntó distinto. "Entendí que tenía que ir por mi gusto por el arte y me cambié a la U. de Valparaíso para seguir mi rumbo en diseño". Tras titularse, se dedicó a hacer tatuajes corporales y hace tres meses tiene su propia tienda de tatuajes (NVMEN), en Valparaíso.

Hoy, en perspectiva, mira con desconfianza: "La PSU serviría si la gente tuviera el mismo nivel de enseñanza, pero nunca es así. Lo que me pasó a mí, por ejemplo, que tuve excelentes notas, pero no significó nada".

Juan Facundo Díaz: "Sentía que el 6,8 era garantía de algo y eso me daba confianza"

Cuando Juan Facundo Díaz (28) salió del colegio Mayflower School, en Las Condes, quienes lo conocían no tenían dos opiniones: siendo uno de los dos mejores promedios de su generación, con nota 6,8, le tenía que ir bien. Las proyecciones se confirmaron en la PSU. Obtuvo 791 puntos y 827 en matemáticas, a una pregunta de los puntajes nacionales.

Esto hizo que el siguiente paso fuera el lógico: Ingeniería Civil en la Católica. "Esperaba tener una trayectoria 'normal', que me fuera bien en la universidad, salir al trabajo y empezar a 'subir'", cuenta Díaz.

Pero la universidad lo hizo variar la forma en que veía las cosas. "El cambio fue duro", dice y se acuerda de la primera prueba de Geometría que tuvo: 3,3 y el primer "rojo" de su vida en matemáticas. ¿Cómo lo enfrentó? Recordando sus logros escolares. "Yo pensaba 'vengo de un colegio exigente y saqué promedio 6,8'. Sentía que el 6,8 era garantía de algo y eso me daba confianza en momentos así".

Aunque esa no fue la única impresión que le causó el colegio del que salió. En las primeras clases de Cálculo I, uno de los ramos más difíciles de la malla de la carrera, comenzó a darse cuenta de sus ventajas comparativas. "Tenía compañeros a los que les costó mucho más al principio y sentía que había tenido suerte", recuerda.

Se tituló con promedio 6,0, la quinta mejor nota de su generación. Fue ahí donde inició un camino totalmente distinto del que había pensado hace seis años: partió a hacer clases con Enseña Chile a Cunco, una localidad de escuelas vulnerables en la Araucanía.

Hoy trabaja como asesor de la Secretaría General de la Presidencia. ¿Qué se viene? Espera salir a estudiar algo fuera de Chile. ¿Qué cosa? No sabe. "Una de las razones de por qué no lo hago ahora es porque aún no lo tengo tan claro", concluye, seguro que cuando quiera lo logrará.

Andrea Isla: "Mis papás tenían un plan de vida para mí. Yo tenía otro"

Meses después de dar la PSU, Andrea dejó Nacimiento, en la Octava Región. Tuvieron que pasar seis meses después del examen, para que la alumna promedio 7 del Liceo Comercial Camilo Henríquez de Los Angeles , pero que apenas obtuvo 338 puntos en la Prueba de Selección Universitaria, se diera cuenta de que no quería lo mismo que sus padres tenían pensado para ella.

"Mis papás son bien chapados a la antigua. Ellos me planteaban una vida fácil, de trabajar, de casarme y tener hijos. Yo tenía otro plan", recuerda.

Y su otro plan era lejos de la cordillera de Nahuelbuta, de las lluvias copiosas de invierno, del puente colgante y el fuerte de esta comuna ubicada en la Región del Bíobío. Por eso viajó, a los 18 años, los 550 kilómetros que separan Nacimiento de Santiago. Llegó sola y arrepentida. "Si me hubiera preparado para la PSU, habría terminado mi carrera antes y no estaría estudiando a los 27 años".

Sin embargo, seguir estudiando después del colegio no era opción en su entorno. Ni siquiera tenía la inquietud de hacerlo. "Además de un tema económico, gran parte de que no iba a hacer nada después del liceo, creo que pasa porque mis papás no querían. No tenía incentivo por parte de ellos. Creo que me faltó esa ayuda , que alguien me cateteara para hacerlo", dice.

Después de estar sola en Santiago, de hacer trabajos que no le gustaban, hace tres años que trabaja de día y estudia auditoría en la noche. "Cuando le conté a mi mamá que tenía el crédito, me preguntó para qué iba a estudiar. No es algo con mala intención, es una forma distinta de pensar. Hoy me apoyan".

Marcela Ruiz: "No fue un fracaso volver a mi pueblo"

Coelemu está a una hora de Concepción en bus. Tiene 17 mil habitantes y hay sólo dos establecimientos con enseñanza media: el Liceo Domingo Ortiz de Rozas (municipal) y el Colegio Santa Teresita (particular subvencionado). Los jóvenes que estudian ahí tienen sueños: salir a buscar oportunidades y construir un futuro estable económicamente. Esos sueños tenía Marcela cuando salió con promedio 7 del liceo. Y ese promedio les dio un impulso a sus 556 puntos promedio en la PSU para ingresar a Pedagogía en Historia y Geografía en la U. de Concepción.

Era la primera vez que salía de su casa. Y ahí, en Concepción, se dio cuenta no sólo de las "lagunas" académicas que le dejó su paso por el liceo, sino de la falta de roce cultural. De ella y del resto. "Allá me topé con chicos de colegios particulares que viven su metro cuadrado y que les da lo mismo quién está al lado. Como en su imaginario Coelemu es considerado campo, me trataban como campesina o huasa. Creían que llegaba en carreta a estudiar", cuenta.

El título no le abrió puertas per se. Y en 2009 comenzó a trabajar en una escuela básica... en Coelemu.

"Cuando se te expanden los límites quieres ir más allá de lo que conoces y seguir ampliando tus horizontes", dice Marcela. En ese momento, eso significaba radicarse con Concepción, trabajar en un colegio de esa ciudad o, tal vez, participar en publicaciones internacionales sobre Educación. No le resultó así.

"Pero con el tiempo me he dado cuenta de que hay nuevos aprendizajes que necesitaba tener", dice.

Hoy trabaja como orientadora del Colegio Santa Teresita. Y habla de esos aprendizajes que le dan sentido a su regreso a Coelemu. "No fue un fracaso volver a mi pueblo. La vida me acercó a una realidad que no conocía: la carencia emocional de los alumnos. Y hoy tengo una mirada más integral de la educación", concluye.

María José Méndez: "Sabía que ingeniería era difícil, pero nunca pensé que sería tanto"

Salió con el mejor promedio de su generación (6,9) del Instituto Miguel León Prado de San Miguel, uno de los colegios subvencionados que suele aparecer en los rankings por su calidad y exigencia. Y aun así, el 15 de diciembre de 2003, María José estaba nerviosa. "Yo sabía que tenía 20% ganado por las notas, pero tenía cierto nerviosismo en la prueba porque te la juegas todo. Estaba más nerviosa de dar la prueba que de no quedar en lo que quería".

Por eso decidió olvidarse del tema hasta que entregaran los resultados. El relajo llegó cuando supo que ponderó 743 puntos. Con ese puntaje, ingresó a estudiar Ingeniería Civil Industrial en la U. Católica en 2004. Recuerda que ya los primeros días estaba claro que era un mundo distinto.Y que de ser la mejor en el colegio, pasaría a ser una más del 25% de alumnos que terminaron con mejor nota en la universidad.

"La primera semana ya me di cuenta de que iba camino a echarme un ramo. No entré a clase y no entendí nada. Yo tenía un sistema de estudio en el colegio, pero no me sirvió de nada durante el primer año y eso que el colegio era bueno", dice desde Edimburgo, donde vive hace más de un año y medio.

En ese momento, además, notó otra cosa, mientras en las primeras pruebas ella sacaba malas notas, sus compañeros que habían salido del Instituto Nacional o del Alonso de Ercilla vivían otra realidad: "A ellos en el colegio les habían pasado las primeras nociones de cálculo y geometría...".

En esa época también se dio cuenta de que si bien las notas le habían servido para entrar, ya estando adentro tener buen promedio no dependía de qué tan buen alumno había sido en el colegio. "Me costó adaptarme, al segundo año le agarré el ritmo, pero el primero me eché dos ramos. Sabía que era difícil, pero nunca pensé que sería tanto". Después de salir de la universidad, trabajó dos años en Chile, pero renunció para probar suerte en Escocia; después de tres meses de estar allá, encontró trabajo.

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