Los persistentes nubarrones tóxicos de Chernobyl
<P>Una semana antes del accidente de Fukushima, la embajada de Ucrania en EE.UU. y Global Green USA organizaron un seminario para conmemorar los 25 años de la catástrofe de Chernobyl. El asunto resultó ser más inquietante de lo supuesto.</P>
El próximo martes se conmemoran 25 años del desastre nuclear de Chernobyl y hasta hoy día persisten dos posturas, decididamente irreconciliables, acerca de la magnitud y los daños que provocaron las emanaciones tóxicas del reactor accidentado en la ex Unión Soviética. La primera de ellas sostiene que el percance no fue tan grave como se nos ha hecho creer: por causas directas de la explosión no murieron más de 50 liquidadores (en jerga profesional, los encargados de liquidar el siniestro), mientras que, según las cifras otorgadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por la Agencia Internacional de Energía Atómica Internacional (AIEA), las víctimas indirectas de la tragedia no habrían superado las nueve mil almas. La postura opuesta arguye que tanto la OMS como la AIEA erraron brutal e intencionadamente sus estimaciones, dado que, entre abril de 1986 y finales de 2004, dejaron de existir 985.000 individuos a raíz de los efectos letales de la radiación.
¿Cómo es posible, se pregunta uno, que los números de víctimas sean tan notoriamente discordantes entre una posición y otra? La respuesta, en parte, tiene que ver con la cooperación, si es que no franca colusión, que practican la OMS y la AIEA a raíz de un acuerdo firmado en 1959. Allí se establece que "cuando sea que alguna de estas organizaciones proponga iniciar una actividad o programa en el que la otra organización tenga o pueda tener un interés sustancial, la que propone ha de consultar a la otra parte con la intención de ajustar el asunto a un criterio común". El pacto, que también considera sospechosas cláusulas de confidencialidad acerca de la información que sendas organizaciones pueden o no divulgar, es más que exótico, sobre todo si consideramos que la OMS ha de velar por la salud en el planeta, mientras que la función de la AIEA es promover la energía nuclear.
El jueves pasado se llevó a cabo un seminario en la embajada de Ucrania en Washington -Chernobyl pasó a ser territorio ucraniano después de la caída de la URSS- en el cual, bajo el llamado de "Lecciones de Chernobyl: 25 años después", siete expertos expusieron sus razones para oponerse al uso de la energía nuclear. Entre ellos estuvo Janette Sherman, la editora en inglés del hoy en día famoso libro Chernobyl: Consecuences of the Catastrophe for People and Nature, escrito por el ruso Alexey Yablov y los bielorrusos Vasily Nesterenko y Alexey Nesterenko. La relevancia de dicha investigación es fundamental para entender buena parte de lo que ya se ha dicho: al cumplirse 20 años del desastre de Chernobyl, la OMS y la AIEA elaboraron un informe al respecto que sólo consideró 350 fuentes, la mayoría de ellas en lengua inglesa, cuando en realidad existen más de 30 mil publicaciones y cerca de 170 mil fuentes que tratan sobre las terribles consecuencias de Chernobyl.
Después de esperar casi 20 años a que la ONU reconociera los resultados de lo ocurrido en Chernobyl, los tres investigadores mencionados recolectaron, resumieron y tradujeron cerca de cinco mil artículos escritos por científicos multidisciplinarios, quienes observaron en terreno los efectos de la tragedia. El informe, publicado en lenguas eslavas no estuvo disponible en inglés hasta el año 2009, y hoy por hoy, gracias al desastre de Fukushima, vuelve a cobrar una siniestra notoriedad. En la actualidad, señala el estudio, hay cerca de 13 millones de personas, habitantes de Bielorrusia, Ucrania y la Rusia europea, que están siendo afectadas por la radiactividad persistente en la zona.
Al respecto, Sherman entregó un dato escalofriante: "En Bielorrusia sólo el 20 por ciento de los niños son considerados sanos hoy en día. El daño cerebral es la peor consecuencia de la radiación, y no el cáncer. Vamos a tener que lidiar con futuras generaciones cerebralmente dañadas". Según Jeffery Patterson, el doctor y académico de la Universidad de Wisconsin que viajó extensivamente por la ex Unión Soviética luego del accidente de Chernobyl, "no sabemos absolutamente nada de los efectos genéticos que la radiación pueda causar en el hombre. Los desastres naturales tienen un inicio, un desarrollo y un final. La radiación dura para siempre. Tendremos que observar a generaciones y generaciones de afectados, por cientos de años, para llegar a conocer los efectos reales de Chernobyl".
La activista rusa Natalia Mironova, líder en el campo de los derechos humanos y ex parlamentaria, ve coincidencias entre las situaciones de Chernobyl y Fukushima, partiendo por la falta de información que los responsables de ambas catástrofes entregaron al público: "Desconfío profundamente de las decisiones que en este momento se toman en Japón. ¿En base a qué consideraciones las toman? La peor mentira es la que entrega la mitad de la verdad. Para mí fue obvio desde el primer momento que el gobierno japonés tomó las mismas medidas que los gobernantes soviéticos en su momento, puesto que el caso de Chernobyl se había convertido en un modelo. En estas situaciones poco importa que uno haya sido un gobierno dictatorial y el otro democrático". Patterson sostiene la misma idea: "Respecto a un accidente nuclear, hay siempre tres actitudes clásicas distinguibles en los gobiernos y en la industria nuclear: secretismo, ocultamiento y minimización de los hechos ocurridos".
Por su parte, el científico Edwin Lyman expuso un paradigma que por estos días da mucho en qué pensar. Se trata de lo que él denomina "los mitos pre-Fukushima" (es imposible que vuelva a suceder algo como Chernobyl; la nueva generación de plantas nucleares son más seguras; la basura nuclear puede ser reciclada), y los mitos pos-desastre japonés: algo como Fukushima jamás podría suceder en Estados Unidos; Fukushima no fue tan terrible como Chernobyl; la próxima generación de plantas nucleares será más segura. A esto, Lyman agrega una amenaza real, la del terrorismo: "Las plantas nucleares son siempre vulnerables a ataques terroristas. Hay un 50 por ciento de posibilidades de que un equipo, compuesto por tres hombres pueda vencer la seguridad de un complejo nuclear. Las pruebas que avalan esta probabilidad fueron hechos por agencias de la inteligencia y la defensa estadounidenses".
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