Los relojes que aún marcan el paso de los capitalinos

<P><span style="text-transform:uppercase">[vigentes] </span>A pesar de los celulares, los cuidadores de los relojes que aún coronan encumbrados edificios de la ciudad, aseguran que los peatones los siguen mirando. En tiempos en que la regla era no tener un aparatito que diera la hora, no solo eran útiles, sino que, además, símbolos de estatus. </P>




EN LO ALTO de la iglesia San Francisco, el ingeniero eléctrico Rodrigo Contesse no siente vértigo cuando su-be los 90 escalones hasta el reloj que está a su cargo, en un cuarto blanco y hermético, con carteles en latín incluidos: Tempus Fugit, dice. "El tiempo es fugaz", como el poema de Virgilio.

Ahí descansa la enorme bestia de dientes y engranajes que hacen funcionar este reloj de cuatro esferas, traído en 1857 de una iglesia de La Serena. El ingeniero abre una ventana de madera y mira 50 metros hacia abajo. "Probablemente, para muchos de estos peatones el reloj de esta iglesia es algo tan familiar, que ya es casi invisible. Ahora tienen relojes en sus pulseras o en el smartphone", dice Contesse. El se encarga de echar a andar las manecillas más antiguas de la ciudad, una vez a la semana.

Hay 24 relojes de este tipo en Santiago, repartidos en lo alto de iglesias, universidades y otras instituciones. Son el testimonio de una época de esplendor en que estas piezas se encargaban especialmente a Francia o a EE.UU. para mostrar estatus y brindar un servicio a la comunidad. Contesse calcula que hay otros más escondidos en palacetes privados o lugares como el observatorio del cerro Calán. Otros han sido dados de baja o están recubiertos con ladrillos en muros de edificios.

La mayoría de estos ingenios se encuentra en edificios públicos por una razón práctica y hasta obvia, explica el arquitecto Sebastián Gray: "Hace dos o más siglos no todo el mundo tenía acceso a un reloj y, por otro lado, el orden administrativo dependía fuertemente de tener al tanto de la hora correcta a sus departamentos y personas", dice. Recuerda que esa necesidad, por ejemplo, fue la génesis del cañonazo de las 12 en el cerro Santa Lucía.

Similar función cumplía desde 1872 el del Museo Histórico Nacional, que era el que daba la hora en el centro de la ciudad pero, además, la llegada de los diarios a la Plaza de Armas. Y había otros, como el que corona la estructura metálica del frontis de Estación Central (1885) que cumplían una función tan importante como coordinar el flujo del transporte ferroviario. De ese reloj no solo dependían los pasajeros, sino que los vigías que coordinaban la llegada de trenes. Cualquier error en el minutero podía producir un accidente. Por lo tanto, la hora debía ser exacta.

El que varias iglesias tuvieran en sus cúspides esas esferas de números romanos, no era un capricho; obedecía a la misión de hacer cumplir horarios. "Era una institución con varios ritos asociados a diferentes horas del día y la manera de llamar a los feligreses era esta", explica Gray. "Lo mismo las universidades donde así se normaba la entrada de los estudiantes", agrega.

Algunos relojes de la ciudad funcionan esporádicamente por lo complejo de su mantención y la fabricación de sus piezas. "Varias eran hechas a mano, solo con una lima contra el metal. Además, el péndulo, que es parte del mecanismo que hace funcionar las manecillas, es muy sensible a los cambios de temperatura y la polución. Si entra polvo en el engranaje que lo mueve, la máquina se detiene", según Contesse, también a cargo del reloj de la torre de la Escuela de Derecho de la U. de Chile, en Pío Nono, y del que está en la Escuela de Carabineros, en Antonio Varas.

Este experto no es el único que hace correr los relojes de la ciudad. José Robles está a cargo de la mantención del reloj de la Intendencia de Santiago y el del Museo Histórico de la Plaza de Armas. Cuenta que el primero, que está en Morandé esquina Moneda, es una réplica del Big Ben de Londres. "Si se les hace una mantención permanente, estas máquinas duran siglos. Es cosa de mirar cómo siguen funcionando los del Museo Histórico de la Plaza de Armas o el de la iglesia Santa Ana. Desgraciadamente, su reparación no es parte de los ítems de restauración de las iglesias", explica.

El celador de los punteros de la iglesia San Francisco, agrega que cuando los fondos no provienen de las propias iglesias o instituciones, debe conseguirse financiamiento público vía concurso o con proyectos municipales. Actualmente, de hecho, explora la posibilidad de convencer a privados para que se involucren en la mantención como parte de políticas de responsabilidad social empresarial.

El experto Robles siempre viste de traje a la medida y corbata en su taller de Ahumada, incluso, cuando hace la mantención de sus dos relojes regalones tres veces a la semana. También, es el hombre detrás del funcionamiento de piezas gigantes en el Club de la Unión, los Tribunales de Justicia y la iglesia de San Ignacio, traído desde Bilbao, España, en 1901.

Mientras da cuerda a estos clásicos del centro, repasa algunos de sus favoritos llegados a la ciudad desde mediados del 1800, particularmente, durante la intendencia de Benjamín Vicuña Mackenna: el de la iglesia Santa Ana -que proviene de otra que tenía la Compañía de Jesús en Graneros-, el de iglesia de La Merced en Mac-Iver, el de la Estación Central y otros "más jóvenes", como el de la Catedral Castrense de Providencia o el de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile (1938), uno de los pocos que no tiene números romanos, sino simples puntos. Este, más moderno, funciona con electricidad, a diferencia de sus antecesores que son completamente mecánicos y a cuerda.

Hay más guardianes. Oscar Barraza, que es el hombre orquesta de la iglesia de Santa Ana. Es un convencido de que todavía los relojes son parte importante del paisaje y le dan distinción a cada espacio en la ciudad. De hecho, cuenta que todavía hay gente que entra al museo de la Plaza de Armas a avisar que el mecanismo está atrasado o detenido. "Tal como a una persona se le puede sentir el pulso en determinadas partes del cuerpo, los relojes del patrimonio son los lugares donde también se nota la vitalidad de una ciudad", remata.

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