Los sastres de la Escuela Militar

<P>Las gorras de Pinochet eran, por expreso encargo, siete centímetros más altas que las de sus pares. Algunos sastres conocen este tipo de detalles porque desde hace 47 años trabajan para el Ejército. </P>




El afiche que cuelga al fondo del taller está descolorido y ajado, tan a mal traer que podría desprenderse. Ese afiche, o lo que queda de él, muestra a Augusto Pinochet sonriente, luciendo su gorra de general. Una gorra que no es cualquier gorra: difiere de la de cualquier otro comandante en jefe del Ejército, dice Oscar González, el más antiguo y veterano empleado de la sastrería de la Escuela Militar.

En rigor, todas las gorras del Ejército de Chile son diferentes, de cadete a general, porque son hechas a mano, pieza por pieza, en la sección donde trabaja González, la Sección Gorras. Pero la de Pinochet era todavía más distinta que la de los generales que vinieron antes y después de él. La suya, por expreso encargo, era siete centímetros más alta que la de sus pares.

Oscar González Loperfett conoce ese tipo de detalles porque hace 47 años llegó a trabajar a la sastrería de la Escuela Militar. Fue su primer empleado. La fábrica que anteriormente confeccionaba los uniformes del Ejército, en la que González también trabajaba, quedó reducida a cenizas por un incendio ocurrido en marzo de 1965. Entonces, ese mismo año, fue necesario montar un taller, que se instaló en el segundo piso de la nave central de la Escuela Militar.

La sastrería aún sigue donde mismo, al igual que González, de 89 años, pelo cano, bigote ralo y movimientos lentos pero seguros. Un día cualquiera cose y corta cuatro o cinco viseras, que luego llegarán a manos de una de sus dos compañeras de trabajo, que las unirá a un casquete para comenzar a dar forma a una gorra.

González es civil, como todos los 39 empleados y empleadas de la sastrería. Comenzó de talabartero, en 1952, confeccionando correas y cinturones para la antigua Fábrica Militar de Vestuarios y Equipos del Ejército. Un par de años después, ante una vacante, pasó a trabajar en gorras y desde entonces no ha hecho otra cosa. Gorras y más gorras, a razón de cinco por día, con el mismo sistema siempre.

"Acá seguimos en la edad de piedra", dice Oscar González.

Sección Gorras es la más despoblada de la sastrería de la Escuela Militar. Sólo trabajan tres personas, 17 menos que en la Sección Blusas y tres menos que en Pantalones. Esas tres personas, que son González y las hermanas Patricia y María Isabel Galaz, confeccionan a mano, ayudados por máquinas de coser Singer y Adler que datan de 1965, estos accesorios de todos los cadetes y oficiales del Ejército chileno.

Edad de piedra quizás sea mucho decir. En esta sección también llegó la era industrial.

"Usted ve: hay máquinas, pero el taller sigue siendo artesanal", dice Andrés Morales, de la Sección Cortes. De ahí salen trozos de pantalones, blusas, guerreras y capotes. Perfecto ejemplo de la división del trabajo.

Morales cuenta que las telas con que se confeccionan los uniformes de los oficiales son nacionales, con una sola y simbólica excepción: las de las guerreras y capotes, que son de color azul prusiano, provienen de Perú.

"Es cierto", concede Morales, enseñando una sonrisa incómoda, "allá fabrican buenas telas".

Pero por muy buenas telas que sean, parece decir Morales con esa sonrisa, no es algo que acomode a los militares chilenos. Las importan desde 2010 y en unos pocos meses dejarán de hacerlo, una vez que el antiguo proveedor nacional esté en condiciones de volver a producir como lo hacía antes del terremoto.

Morales, que llegó a trabajar en 1974 y hoy es el jefe de la sastrería, dice que siempre hay trabajo. Nunca hay días flojos, sólo días más intensos que otros, aunque ninguno como los de febrero y comienzos de marzo, cuando se confeccionan la mayoría de los uniformes de los 240 cadetes que ingresan cada año.

Considerando que todo se hace acá y que el personal es cada vez más escaso, se hace imposible fabricar ese número de uniformes en un mes y medio. Por eso adelantan trabajo a fines de septiembre, inmediatamente después de la Parada Militar, apostando por medidas estándar.

En la Sección Gorras saben que la media de una cabeza es de 57 a 58 centímetros. La de Pinochet, que era más pequeña que el promedio, medía 57 y medio. La de Carlos Prats, 57 y tres cuartos. Y la de René Schneider, 58.

En esta sección dicen que un caso como el de Carlos Ibáñez del Campo, cuya cabeza medía 63 centímetros, afortunadamente ocurre muy rara vez.

Desde un rincón de esta sección, sobre un pupitre escolar, Marcelina Rojas borda los uniformes de todos los oficiales. Absolutamente todos. Los borda a mano, con hilo y aguja.

Al frente tiene el afiche ajado de Pinochet; al costado, una imagen en yeso de la Virgen de Lourdes. Hay una radio que emite música romántica en español y marca el ritmo y las horas. A la una de la tarde se levantará de su asiento y a las dos volverá de almorzar para sentarse y volver a lo suyo.

Los uniformes de generales son los que más tiempo le demandan: seis días hábiles por cada uno, considerando que debe decorar gorras, cuellos, presillas y bocamangas. Quizás ni siquiera los generales saben que los bordados que lucen pesan casi 100 gramos, y que el kilo de ese hilo de canutillo dorado que les da pompa, cuesta $ 400 mil. Cargan en el cuerpo unos $ 40 mil sólo en hilo dorado.

Como ocurre con las gorras, no hay diseños iguales. Para bordar las hojas de laurel en cuellos y bocamangas de generales, Marcelina calca el dibujo de un molde antiguo, trazado a mano, que alguien ya había dibujado cuando ella llegó a trabajar, hace 31 años, en reemplazo de su hermana.

Marcelina Rojas, como todos en la sastrería, trabaja contra el tiempo. En estos días concluye los bordados de los siete coroneles ascendidos a generales.

Ha tenido años más intensos, pero ninguno como 2006, cuando recibió la orden de bordar la guerrera y la gorra que en diciembre de ese año, para la ceremonia de velación, terminarían a los pies del ataúd del general Pinochet. Le avisaron con meses de anticipación, pero ese uniforme en particular demandaba más trabajo que el de cualquier otro oficial de Ejército. Casi el doble de trabajo. Además de llevar cinco estrellas, y no cuatro, para diferenciarse de los otros generales, lucía una rama de laurel adicional.

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