Los tesoros de la Ruta Moche

<P>Visitar el norte peruano, en los alrededores de Chiclayo y Trujillo, es un encuentro con el Perú preincaico, de hace más de 17 siglos. Vestigios de un antiguo imperio que nos transportan al pasado de grandes gobernantes, como el Señor de Sipán y la Señora de Cao. </P>




IMAGINE una gran sequía que tiene a toda la población atemorizada. Los mochicas atribuían los desastres a la ira de los dioses y por eso los grandes gobernantes deciden realizar una ceremonia de sacrificios para calmarlos. Varios guerreros son llamados y honrados para luchar. Pelean por horas, cuerpo a cuerpo, hasta que uno de ellos logra tomar el tocado de la cabeza del otro. Los perdedores son desvestidos y amarrados, para llevarlos en procesión a la zona de sacrificio. En el templo, sacerdotes y sacerdotisas preparan a las víctimas para el sacrificio. La mayoría son decapitados y la sangre es entregada a una elite de cuatro misteriosos personajes en una ceremonia. Uno de ellos, el gran señor, toma la copa en sus manos.

Eso es lo que muestra la "escena del sacrificio" representada por los moches en iconografías en vasijas de cerámica. No se sabía si las imágenes eran mito o realidad, pero en 1987, el arqueólogo peruano Walter Alva y su equipo hicieron un descubrimiento que revolucionó la historia peruana y de América. Los ornamentos y atuendos de un gobernante encontrado en una tumba coincidían con el señor de la copa. La escena no era un mito.

Era primera vez que se encontraba intacta y sin huellas de saqueos una tumba de un gobernante del antiguo Perú, un tesoro de información en tecnología, cultura, filosofía, organización social y creencias religiosas de ese tiempo. Al poderoso personaje lo llamaron el Señor de Sipán y su descubrimiento fue noticia en todo el mundo. "Descubriendo la tumba más rica del nuevo mundo", aparecía en la portada de National Geographic. "Hazte a un lado Tut", titulaba Newsweek, haciendo alusión a la famosa tumba de Tutankamón, en Egipto.

El norte peruano comenzaba una revolución científica y turística de la mano de la arqueología.

Tras los pasos de Sipán

Lo más recomendable para visitar la Ruta Moche es hacer un circuito en forma cronológica. Por eso iniciamos nuestro recorrido en la Huaca Ventarrón, a 11 km de la ciudad de Chiclayo, donde se encuentra el inicio de las civilizaciones del norte peruano.

A primera vista el sitio no dice mucho. No parecen más que una serie de enormes montículos de tierra en distintos niveles, unidos por escalinatas y cubiertos con toldos. Pero al ver un hombre trabajando centímetro a centímetro en uno de los muros con guantes y una jeringa, uno comienza a tener indicios de que algo importante esconde este lugar y que no sabemos apreciar a simple vista.

Por eso lo ideal es andar con un buen guía, alguien que logre seducirnos con la historia y sepa interpretar lo que vemos. Tenemos la suerte de encontrar a Ignacio Alva (hijo de Walter Alva), arqueólogo que descubrió este sitio y trabaja en él hace ya cinco años. Acá se encuentran restos arqueológicos que datan de 3.000 años a.C., siendo el centro ceremonial más antiguo de la región. "Este es el centro de origen de las civilizaciones de la costa norte del Perú. Fue donde se originó la arquitectura ceremonial, con un lenguaje iconográfico simbólico pintado en los murales", nos cuenta. En una hora nos llenamos de información (y tierra) recorriendo varios niveles, hasta llegar al último punto que coincide con el vestigio más importante del lugar: el mural policromado más antiguo de América.

Continuamos viaje a la Huaca Rajada, donde descubrieron al Señor de Sipán el 26 de julio de 1987. No sólo lo descubrieron, sino que lo salvaron de los saqueos de los huaqueros, ladrones especializados en restos arqueológicos, que estuvieron a 20 centímetros de destruir toda esta valiosa información.

En una réplica exacta de lo que encontraron los arqueólogos, se puede apreciar que el gobernante fue sepultado junto con ocho personas, tres mujeres jóvenes, el guardián de la tumba con los pies amputados (para que no desertara de sus funciones), un jefe militar, un portaestandarte y un niño. Además, había dos esqueletos de llamas y de un perro. El gran señor llevaba más de 600 objetos de cobre, oro, conchas y textiles. ¿Para que enterrarlo con todo? "Porque la muerte era considerada un viaje, todos estos objetos y personas los necesitaba en la otra vida", cuenta Manuel Acuña, el guía que nos acompaña a la Huaca.

En total se han encontrado 16 tumbas en este sitio, todas se exhiben en el Museo de las Tumbas Reales (www.museotumbasrealessipan.pe), que es nuestra siguiente detención. El museo es excepcional, quizás el mejor de todo Perú. Miles de objetos hablan de la compleja religión moche, de sus dioses y de la dualidad eterna, con entidades opuestas pero complementarias, como el sol y la luna, el día y la noche, la vida y la muerte. En el primer piso se encuentra una monumental réplica de la tumba del Señor de Sipán, acompañada por los restos óseos auténticos y su ostentoso ajuar que demuestra el poderío de este personaje. Un ejemplo son las enormes narigueras que impedían ver las expresiones de su rostro y que distorsionaban su voz, o las descomunales diademas semicirculares que lo hacían ver más alto. Por supuesto, todo de oro, como correspondía a su estatus de semidiós.

Los tesoros continúan

Debido a la erosión provocada por el clima y el tiempo, la mayoría de las construcciones moches se asemejan más a pequeños cerros de tierra, que a importantes santuarios ceremoniales. Pero avanzando hacia el sur, en las cercanías de la ciudad de Trujillo, se encuentran dos de las huacas más impresionantes y mejor conservadas del recorrido: las de El Brujo y El Sol y la Luna. Aunque los hallazgos encontrados son menos importantes que Sipán, acá se logra vislumbrar en terreno -y no en reconstrucciones- la magnificencia de la cultura moche.

El Brujo está ubicado en un fotogénico lugar entre cultivos de caña de azúcar y el borde costero. Aquí se descubrió en mayo de 2006 la momia de la famosa Señora de Cao, mujer que desempeñó un rol protagónico en aquella sociedad. Antes del hallazgo, se creía que sólo los hombres habían ejercido altos cargos en el antiguo Perú, pero el lujo de los adornos y vestidos que acompañaban su fardo funerario confirman su importancia. Tal vez fue una gobernante o una destacada sacerdotisa.

La Huaca de El Sol y la Luna, a 15 minutos de Trujillo, fue la capital de la cultura moche entre los años 400 y 600 d.C. En La Luna se ve claramente cómo los templos crecían por adiciones a lo largo de los años, las fachadas se cubrían con pintura y eran adornadas con motivos religiosos. Aquí se han descubierto seis edificios superpuestos, donde se localizan los relieves policromados en mejor estado de toda la Ruta Moche, con escenas similares a la "escena del sacrificio", decenas de simbolismos y dioses. En los museos uno se encanta por lo ostentosa que era la elite de los moches, pero este es el sitio donde a uno se le erizan los pelos y finaliza por entender el poderío y grandeza de una cultura que sigue guardando cientos de secretos bajo tierra. Una historia que recién está comenzando para los arqueólogos.

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