Los últimos camaroneros del Maule

<P>Son cada vez menos los que se dedican a la extracción del camarón de vega al sur de Talca, un oficio que la mayoría sabe hacer en la comuna de Maule, pero que a pocos les sirve para sobrevivir.</P>




APRENDIERON el oficio de niños, cuando a primera hora en el invierno, sin importar el frío o la lluvia, avanzaban junto a sus padres por extensos potreros al sur de Talca, en busca de los camarones de vega. La extracción y venta de estos crustáceos permitía a familias de campesinos sobrevivir durante los meses más difíciles, cuando la agricultura no aportaba ni un peso, pero, actualmente, quienes se dedican al oficio son cada vez menos, pues según dicen ellos, "el camarón ya no da para vivir".

Hasta hace pocos años era común verlos en la Ruta 5 Sur, vendiendo cuelgas de verdes crustáceos atados desde la cola y junto a ellos baldes repletos de camarones movedizos, recién arrebatados a la tierra húmeda de las vegas. Pero la extracción demanda demasiado esfuerzo en relación al número de unidades que se puede obtener durante una jornada. Además, cada año hay menos terrenos aptos, pues han sido utilizados para la siembra de maíz.

Enrique García (57) cuenta que comenzó a "camaronear" a los 10, "salía con mi papá y hermanos, porque me gustaba. Después, cuando sobrevivía gracias a ellos. Tenía para pagar mis cuentas y podía pasar todo el invierno, porque en un día yo sacaba entre 500 y 600 camarones, que después vendía en la carretera, pero ahora ya no es igual, porque no hay", se queja. Este invierno, García trabaja como obrero.

Como él, la mayoría de los hombres de la población Chacarillas, en la comuna del Maule, saben extraer camarones, pero todos tratan de mantener un trabajo estable en la construcción, en el rubro forestal o en la agricultura, y se dedican a la extracción sólo los fines de semana o cuando están sin trabajo, para el consumo familiar y, a veces, para vender.

La extracción no es cosa fácil y demanda bastante esfuerzo físico. García tiene una bomba succionadora que él mismo hizo con un tubo de PVC y, cuando está sin trabajo, sale con ella en su bicicleta , a eso de las 8.00, a recorrer los potreros cercanos. De pronto ve unos pequeños cerros de barro con un agujero al centro, en medio del pasto de los terrenos húmedos. Se alegra. Es la evidencia de que allí se esconden camarones. Primero se cerciora de tapar los agujeros que puede haber alrededor, para que el camarón no pueda escapar, luego aplana el pequeño montículo y coloca allí la bomba con la que succiona barro, agua y crustáceos.

Agosto es tiempo de apareamiento, por lo que no es extraño que por cada bombeo salgan dos o cuatro camarones. Sin embargo, García relata que "a veces uno está hasta las cuatro de la tarde trabajando en el barro, con frío, para sacar apenas un ciento de camarones y, luego, no le dan más de cinco mil o seis mil pesos por ellos en la carretera".

Pero quienes los consumen agradecen el esfuerzo. La forma más tradicional es en caldillo aliñado con sal y ají. Su sabor es parecido al de las jaibas, pero su tamaño es mucho más reducido, sólo 10 ó 12 cm, con cola y pinzas de no más de tres centímetros.

"Tiene muy poca carne, por eso no se ofrece en restoranes, y más bien se prepara en caldillo, como el que presentamos en el evento gastronómico Mercado de Caldillos y Cazuelas, donde preparamos una sopa de camarón con papas, que gustó mucho en la oportunidad", dice Rubén Tapia, presidente de la Asociación de Chefs del Maule.

Pese a todo, el oficio tiene herederos. Orlando Uribe tiene 15 años y cuenta orgulloso que "ayer fuimos a "camaronear" con unos amigos y sacamos 280, después nos fuimos a la casa, los echamos a hervir y los comimos hasta que no quedó ni uno".

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