Los viejos y nuevos ritos del Día de Todos los Santos
<P>Santiago se prepara para recordar a los que ya no están y los cementerios se convierten en el lugar de peregrinaje de miles de deudos. Una tradición en retirada, si el fin de semana es largo. </P>
S viernes 29 de octubre, pero Nelson Balmaceda, tataranieto del ex presidente José Manuel Balmaceda, ya está instalado en su mausoleo. El celebra de un modo diferente a los demás el Día de Todos los Santos: no sólo va el mismo día, sino que trabaja una semana antes en la preparación de la tumba de su ancestro en el Cementerio General. "El piso siempre está lleno de papeles con mensajes que deja la gente. Le piden favores y se encomiendan a él como a un santo", cuenta. De hecho, todavía hay algunos escritos sobre las murallas ("Gracias por el favor concedido"). "El 1 de noviembre llego temprano y abro las puertas para que las decenas de visitantes puedan entrar. Me preocupo de que todo esté lo mejor posible", explica mientras pone los últimos crisantemos blancos y rojos frente al ataúd de mármol.
Nelson es uno de los cientos de visitantes que llegan hasta uno de los 16 cementerios más importantes de Santiago en el Día de Todos los Santos. Pese a que, en general, los capitalinos conservan las mismas tradiciones de siempre, algunos ya han ido modificando sus rutinas en este día.
Como Carmen, que visita a sus deudos al menos cuatro días antes, porque sabe que durante esa jornada no se puede circular con tranquilidad entre las tumbas. Además, prefiere aprovechar los días libres que suelen aparecer para estas fechas.
Osvaldo Torres, antropólogo de la Universidad Central, cree que hay dos factores que influyen en que los visitantes prefieran descansar: "A comienzos de los 90 aumentaron los autos. Por esto, hoy, cerca de 200 mil autos dejan Santiago el fin de semana largo".
Otro de los cambios de hábitos experimentado por los santiaguinos en el Día de Todos los Santos es su forma de "peregrinar" hasta los cementerios: ahora, un gran porcentaje llega en su propio auto, lo que obligó a Carabineros a desviar el tránsito por las calles cercanas a los cementerios y levantar un perímetro de seguridad, de 150 metros, donde los visitantes sólo pueden ingresar caminando.
La cantidad de vehículos que concurre este día a los cementerios, especialmente entre las 10.00 y las 17.00, obliga al Ministerio de Obras Públicas a desplegar un plan de contingencia. Tomando en cuenta que son cinco los camposantos colindantes a las autopistas urbanas (Central y Vespucio Sur), ese día hay mayor patrullaje de personal de la conce- sionaria y de Carabineros.
Transantiago debe hacer lo suyo también. Refuerza sus recorridos. Este año, de hecho, tendrá servicios especiales para el encuentro evangélico que se realizará en Plaza Italia y habrá mayor frecuencia de buses en los terminales interurbanos durante la noche del 1 de noviembre.
En una medición realizada este año por el Parque del Recuerdo y la consultora Vision Humana-sobre los chilenos y la relación con la muerte-, el 76% cree que existe vida eterna y por eso necesitan expresar su preocupación por los difuntos. Hace dos años y después de realizar dos versiones de una "misa del recuerdo" a comienzos de marzo, en este camposanto se dieron cuenta de que la gente necesitaba espacios comunes para conmemorar. Fue por eso que para este 1 de noviembre pensaron en hacer algo distinto: crear una instancia para que los familiares puedan escribir cartas a los que partieron desde sus casas y luego entregarlas como ofrenda en las misas de los tres recintos que tiene el Parque del Recuerdo. "Nos dimos cuenta, con el tiempo, que la gente necesitaba de estos espacios comunitarios", cuenta Sergio Cortés, gerente comercial de ese recinto.
Doris Pimentel (59), florista de uno de estos recintos, resume otro de los giros de las tradiciones de antaño durante este día. "Los adultos siguen llevando lo mismo de siempre: claveles, en su mayoría. Pero los más jóvenes introdujeron una nueva petición: lilium y gerberas. Ni conocen los claveles", cuenta.
El primer cementerio de Santiago fue el General, inaugurado en 1821. Este buscaba terminar con la tradición de sepultar a los muertos en las iglesias y capillas. "Existía en Europa una tendencia higienista preocupada de las condiciones sanitarias de la ciudad, para evitar infecciones y epidemias. Por eso se opta por sacar a los muertos de la zona urbana", comenta Enrique Vial, urbanista de la Universidad Andrés Bello. En esos años, este reciento, ubicado en Recoleta, quedaba en las afueras de Santiago y enterrar a las personas fuera del radio urbano no cayó bien en la aristocracia de la época. "Sepultar en las iglesias y capillas daba cierto estatus. Por eso muchas familias simulaban misas, con acuerdos de los párrocos, para continuar con esa tradición", agrega Vial.
Claudia (nombre ficticio) dice que llegó por primera vez al Cementerio General en el vientre de su madre. Es la tercera generación en la dinastía de mujeres cuidadoras de patios. Según ella, desde que aparecieron los cementerios tipo parque, bajó la cantidad de peregrinos.
En 1980 se inauguró el Parque del Recuerdo, el primer cementerio parque de Santiago. Siguiendo esta tendencia, en 1985 se crea el Parque Santiago, en Huechuraba; en 1988, El Prado, en La Florida, y el Parque del Sendero, en Maipú, en 1989. El gerente general de Parque del Recuerdo, Juan Pablo Donetch, dice que al principio, la gente era más reticente a enterrar a sus familiares en los cementerios parques, pero dice que a mediados de la década de 1990 se consolida la tendencia.
"El concepto nace en EE.UU. después de la II Guerra Mundial, cuando se deben repatriar miles de soldados muertos y los cementerios no daban abasto", comenta Juan Pablo Donetch, gerente general de Parque del Recuerdo. "Ahora la tendencia mundial es que la gente prefiera más los cementerios parque, porque, además, son un pulmón verde para la ciudad", agrega.
A diferencia de los mexicanos, que celebra el Día de los Muertos con fiestas, comilonas, bailes y música alegre como una manera de comunicarse con ellos, de invitarlos a comer, acá la tradición de llorar a los difuntos no muta.
El año 80, Magdalena Urzúa llegó al Cementerio General para llorar a su hijo, Maxito, que murió a los siete meses de vida. Estuvo durante un año completo visitándolo todos los días. Tanta era la pena, que terminó convirtiéndose en una cuidadora no sólo de su tumba, sino de 800 más. La bodega donde guarda sus implementos de aseo está a dos metros de su hijo.
Quien mejor puede entender el duelo es José Miguel Mendoza, el propietario de El Quitapenas, un local que lleva 17 años en Av. Recoleta, justo frente a este cementerio, ayudando a ahogar la tristeza. En ese lugar se hacían velatorios en el año 1900. "Anti- guamente esto se llenaba, porque los ataúdes eran transportados casi a pie, a puro pulso, y terminaban todos con sed. Hoy, el negocio de las funerarias y de los cementerios ha crecido mucho. No sólo les ponen el muerto adentro del féretro, sino que hasta les facilitan una micro a los más pobres para transportarse", afirma Mendoza, para explicar por qué este fin de semana no puede ausentarse ni por nada.
Pero de velorios ni hablar. "Cuando alguien fallece, un vecino, un conocido, no puedo dormir solo", el tercero que ha tenido en sus más de cien años de historia el bar de Recoleta. "Yo vivo de la desgracia", continúa el guardián de la caverna donde caben 150 personas, y tal vez ahí radique su tormento. Por un lado, está el beneficio económico, las cien porciones de arrollado (cada una a $ 1.500) que prepara a diario crecen a 300 el 1 de noviembre. Por otro, el costo emocional que tiene trabajar viendo desfilar, día y noche, carrozas fúnebres, trajes negros y corazones destrozados por la vereda opuesta. "Yo no me quiero morir nunca. Le tengo terror a la muerte".
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