Luanda, considerada la ciudad más cara del mundo, vive entre la pobreza y la opulencia
<P>Tiene crudo. Mucho. Y las petroleras, las inmobiliarias, los bancos y China han elevado a la capital de Angola a la cúspide. </P>
Desde la planta 25 del hotel Presidence, el panorama de la ciudad más cara del mundo es una alucinación, un bosque de grúas sumergido en humo de tráfico y colores de arrabal; entre el sueño que levanta el dinero y el caos de la miseria. La ciudad más cara del mundo no está en Suiza, Estados Unidos o Japón. Ni en China o Rusia. Tampoco figura en ninguno de los países conocidos como "tigres asiáticos", ni en las economías emergentes. Está en Africa, continente rico en materias primas y maldito por décadas de colonialismo, guerras, sequías, enfermedades, hambrunas y gobernantes sin escrúpulos. La urbe más cara del planeta para los expatriados, según un estudio pormenorizado de la consultora internacional Mercer, es en 2010 Luanda, capital de Angola (en 2009 lo fue Tokio, hoy en segundo lugar).
Una ciudad con casi cinco siglos de vida desde su fundación por los portugueses en un puerto natural en el Atlántico, y una nación que ha padecido y padece varios de los grandes males africanos. El más grave, la guerra que duró 38 años, primero contra las tropas coloniales portuguesas y luego entre grupos guerrilleros que lucharon por la independencia (1975). Una guerra que devastó 70% de las infraestructuras y dejó el país sembrado de minas. El gobierno (J. E. dos Santos es presidente de la república desde 1979) ha recuperado la red principal de carreteras entre Luanda y las provincias, pero hay miles de kilómetros de rutas secundarias y puentes por reconstruir.
Con la firma de la paz en 2002, Luanda se convirtió en un hervidero de obras, donde proliferaron los rascacielos, sedes de compañías petroleras, de seguros y bancos, que han enriquecido a promotores inmobiliarios. Las Torres Atlántico, frente a la bahía de Luanda, que albergan las sedes de tres empresas petroleras, Sonangol (la compañía estatal), Esso y British Petroleum (BP), y un edificio de pisos, 250 millones de euros de inversión; la Torre Angola, de 70 pisos, en fase de construcción, y la torre China International Fund, son símbolos del boom económico de Angola que ha dado a luz a la nueva Luanda, una especie de El Dorado para modernos pioneros. Pero la corrupción (figura entre los 20 países más corruptos) y las pésimas condiciones de vida de la mayoría de los angoleños no han desaparecido del escenario.
"Un termitero", así define el escritor luso José Eduardo Agualusa, hijo de colonos blancos portugueses, la atmósfera de Luanda, con su arquitectura colonial decadente, castigada por impactos de mortero; con los rascacielos que brotan, irregulares, clavados en el enredo de calles demasiado pequeñas y destrozadas para permitir el flujo de todoterrenos y autos de alta gama. Las plazas hoteleras en Luanda son limitadas. Por una habitación se debe casi suplicar aquí, conseguirla cuesta tiempo y dinero, no menos de US$ 500 diarios. Los departamentos para arriendo oscilan entre US$ 5.000 y US$ 20.000 al mes, y un almuerzo en un restaurante no baja de US$ 50. El salario mínimo oficial es de US$ 200, pero muchos no ganan más de US$ 50. Dos tercios de la población cuenta con apenas dos dólares al día.
Hoy en Angola, como en casi todo el continente africano, brigadas de obreros chinos trabajan de sol a sol en la construcción de autopistas de seis carriles, puentes, hospitales, presas, centrales eléctricas. El trato es simple. China pone en pie las infraestructuras inexistentes a causa de la guerra o el subdesarrollo, a cambio de las materias primas que necesita para alimentar su propio crecimiento: cobre, madera, hierro, aluminio, níquel. En este caso, el material de intercambio es el petróleo. Angola (1,9 millón de barriles/día) es junto a Nigeria (2,1 millones) el mayor productor de crudo de Africa. Así, su economía gira alrededor del oro negro, que genera el 80% de los ingresos del Estado.
Pese a esa riqueza, Luanda tiene escasez crónica de viviendas. Más de cuatro millones de habitantes (son seis, en total) viven hacinados en los barrios de musseques, un inmenso mar de poblaciones en la periferia, que nacieron desordenadamente en la guerra, sin agua ni luz y sin mínimas condiciones de habitabilidad. Seguramente. En el país donde se alza la ciudad más cara del mundo, la esperanza de vida no llega al medio siglo.








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