Lucy, la hija de Hawking

<P>Lucy es la única hija mujer del físico inglés Stephen Hawking, autor de <I>Una breve historia del tiempo</I>. La cercanía entre ambos se vio plasmada en una trilogía de ciencia ficción infantil que escribieron juntos y cuyo último libro está a punto de aparecer. De regreso en Cambridge, tras un año y medio en Arizona, esta narradora y periodista repasa su vida junto a uno de los científicos más famosos del mundo. Dice que no siempre ha sido fácil. Pero que los versos de Neruda han ayudado. </P>




Stephen Hawking buscaba un rapto de inspiración, diaria y afanosamente, en su oficina de la Universidad de Cambridge, a finales de 1970. A principios de ese año había demostrado junto a Roger Penrose un teorema que daba sustento matemático a la teoría del Big Bang, y estaba convencido de que el mismo análisis podría aplicarse a los agujeros negros. Su musa no estaba muy lejos: era esa pequeña niña cuyos llantos interrumpían su sueño en el número 6 de Little Street Mary's Lane.

Había decidido llamarla Lucy, un velado homenaje al código de puntos luminosos impresos en la bóveda celeste que emplea el universo para hablarnos de su inmensidad. Ya habría tiempo en el futuro para aclarar, una y otra vez, que el nombre no tenía nada que ver con los Beatles y su contemporánea Lucy in the sky with diamonds. Como sea, la pequeña Lucy inspiró, en sus primeras noches de vida, los más notables hallazgos de la teoría de la relatividad desde Albert Einstein. Hizo honor a su nombre, paradójicamente, iluminando los objetos más oscuros del Universo: los agujeros negros.

Han pasado cuatro décadas y Lucy mantiene una sonrisa que remite a los días alegres de la niñez. Está sentada en un banco de piedra, de espaldas a la misma iglesia medieval en cuyo jardín jugaba con su hermano mayor, Robert. Un rato antes nos habíamos encontrado frente al sorprendente reloj del college Corpus Christi, una sofisticada pieza mecánica en la que un grillo se devora un tiempo que transcurre sin agujas. Su padre lo inauguró hace tres años, justo antes de que me encontrara con ambos en Santiago de Compostela. Estaban en España presentando el primer libro de la trilogía de ciencia ficción juvenil que han escrito juntos. El último de ellos, George y el Big Bang, a estas horas se está imprimiendo en casi 40 idiomas. Con entusiasmo, Lucy me cuenta que es el mejor de los tres.

La atmósfera del jardín en el que estamos hablando invita a la evocación. Lucy recuerda los años de su infancia en Cambridge, luego de que la familia pasara un año en California por una visita de su padre al Instituto Tecnológico de California, Caltech. Un día, en la primaria de la Escuela Perse para niñas, la maestra pidió a las alumnas que realizaran el clásico dibujo de su familia. Una compañera observó el de Lucy y le preguntó por qué había dibujado a su padre sentado. Esa simple observación le produjo una gran turbación. No recordaba haber visto jamás a su padre de pie, pero nunca había pensado en ello. Como se sabe, a Stephen Hawking se le había diagnosticado a los 21 años una esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad degenerativa del sistema nervioso que produce una atrofia muscular progresiva. La esperanza de vida era de un par de años. El diagnóstico hundió a Hawking en un pozo depresivo del que salió por el amor a una mujer, Jane Wilde, la madre de Lucy. En lugar de esperar la llegada de la muerte, se casó con ella y continuó su doctorado en Física, iniciando una de las más portentosas batallas de un ser humano contra el peor de los carceleros: su propio cuerpo.

Hace poco regresó de pasar un año y medio como escritora residente en la Escuela de Exploración de la Tierra y el Espacio de la Universidad de Arizona, y por estos días Lucy planifica su mudanza a Londres. Mientras, está viviendo en la pequeña y arquetípica casa victoriana de la infancia. De ella tuvieron que partir cuando regresaron del año sabático en Caltech, debido a las dificultades que ofrecía una escalera muy estrecha. Sin embargo, la casa, cuya puerta mantiene el color verde que su madre jamás permitió cambiar, continuó siendo propiedad familiar. Entre risas, Lucy recuerda el día en que un rapto de rebeldía adolescente la llevó a pintar la puerta de otro color, viéndose obligada a regresar de inmediato al verde. Le pregunto si su padre solía trabajar en la casa. "No. A mi padre le encanta ir a la oficina. El día en que se casaron el príncipe Carlos y Lady Di, todo el Reino Unido se tomó el día libre, salvo mi padre, que rehusó hacerlo".

El nombre de la escuela en la que estudió Lucy se debe a Stephen Perse, un académico del siglo XVI quien no sólo comparte con su padre el nombre de pila, sino también el hecho de estar asociados al college Gonville and Caius, fundado en 1348. Al regresar de California, el college le ofreció a Hawking una vivienda más cómoda desde la cual ir diariamente a la universidad en la silla de ruedas que conducía a velocidades temerarias por las irregulares calles de Cambridge. Lucy recuerda el nuevo hogar como el típico departamento reservado a los estudiantes graduados, con candados en las puertas y sin calefacción central. "Era una vida algo excéntrica para una niña, rodeados de estudiantes, con los colegas de mi padre viniendo seguido. Cuando nos íbamos de vacaciones, casi siempre lo hacíamos a lugares donde se celebraba alguna conferencia de física".

Le propongo visitar el college, y Lucy se entusiasma con la idea de mostrarme el despacho en el que escribió los primeros dos libros de aventuras de George. Pero nos encontramos con una prohibición inesperada: un retrato de Stephen Hawking preside el despacho y su autor, el célebre pintor británico David Hockney, ha prohibido cualquier fotografía en que se vea la obra. Los guardias del college extendieron la prohibición a cualquier clase de visita. Si bien esto a Lucy la avergüenza e irrita, no pierde la compostura. Recuerda que Hockney le regaló el cuadro a su padre. Finalmente, sonríe avergonzada. "Cambridge es un lugar muy extraño", dice.

Decidimos visitar el viejo Departamento de Matemática Aplicada y Física Teórica, en el que Hawking trabajó hasta su mudanza al moderno Centro para las Ciencias Matemáticas en 1999. Lucy recorre sus rincones y se recuerda con nostalgia a sí misma junto a su hermano mayor corriendo por los pasillos. Subiendo y bajando por el viejo ascensor. Mirando absortos una máquina que producía burbujas cúbicas. Pero la mayor felicidad aparecía cuando tomaba una tiza y agregaba garabatos a aquellos que poblaban el pizarrón de su padre. Le sugiero la posibilidad de que haya sido responsable de alguna providencial corrección a las ecuaciones que describen la termodinámica de los agujeros negros, y la sonrisa traviesa de aquella niña se dibuja en su rostro.

La década del 70 se cerró para Stephen Hawking tal como se abrió: con la llegada de un hijo, Tim. En esos años, Hawking se consolidó como uno de los físicos teóricos más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Tras ser nombrado miembro de la Royal Society y recibir numerosas distinciones, fue elegido como el nuevo ocupante de la legendaria Lucasian Chair, la cátedra en la que le precedieron Isaac Newton y Paul Dirac, en abril de 1980. El universo académico, en todo caso, era críptico para una adolescente rebelde y autosuficiente, más preocupada por esperar al momento preciso para escapar por la puerta trasera de la casa montada en su bicicleta. El inconsciente es un guardián implacable de los recuerdos de nuestra niñez: la travesura que Lucy realizaba a escondidas de sus padres sería repetida años después por George, el joven personaje de la trilogía de ciencia ficción que acaba de concluir con su padre.

A pesar de que la enfermedad neurodegenerativa del padre avanzaba lenta pero progresivamente, no fue hasta 1985 cuando su salud se convirtió en auténtica preocupación para la familia. Una neumonía que lo tuvo al borde de la muerte, mientras visitaba el Consejo Europeo de Investigaciones Nucleares (Cern), en Ginebra, obligó a realizarle una traqueotomía de emergencia. Pudo regresar a Cambridge a salvo, pero la traqueotomía lo dejó mudo. A partir de allí, nada sería igual.

La necesidad de enfermeras y cuidadores a su servicio las 24 horas cambió la dinámica familiar. Lucy rememora esos momentos más por el relato de su madre que por sus propios recuerdos. Eran tiempos de exploración literaria y teatral para ella. "Pasaba el tiempo con la gente de la sociedad teatral de Cambridge, siendo parte de obras que se llevaron incluso a Londres. Quería ser actriz. Estaba, en definitiva, muy ocupada con mis propios asuntos". Era una buena alumna con inclinación a las humanidades. Pese a ello, una evaluación de aptitudes y vocaciones del colegio dio como resultado que Lucy podría inclinarse por las ciencias naturales. Stephen Hawking recibió el dato con alegría, confirmando la secreta certeza que atesoraba sobre su hija, desde su inspiradora llegada al mundo.

Lucy, sin embargo, quería dedicarse al teatro. Recuerda nítida la frase de su padre: "Si no estudias ciencias, no estarás nunca donde las papas queman". Pero ella pensaba distinto. "¡Yo no quería estar donde las papas queman!, no parece un sitio confortable para estar". La decepción de su padre reclamaba un compromiso: si no estudiaba ciencias en Cambridge, como su hermano Robert, debería cursar una carrera humanística en Oxford. Lucy abandonó entonces sus aspiraciones teatrales y se fue a esa universidad a estudiar francés y ruso.

La tarde ofrece un sol espléndido. Le pregunto a Lucy si se anima a navegar el río Cam en los tradicionales botes de Cambridge. Recordamos a Isaac Newton al pasar debajo del puente matemático, cuyo diseño se le atribuye, y retomamos la historia. Con la publicación de Una breve historia del tiempo, en 1988, la fama de Stephen Hawking abandonó los recintos académicos para extenderse a todos los ámbitos. "Mi padre siempre dice que lo escribió para pagar mis estudios. ¡No le creas! Quería comunicar sus conocimientos de física, sin intermediarios, a la sociedad. Sus charlas en la universidad siempre fueron muy populares. Usaba un lenguaje inusualmente coloquial, ilustraciones (¡muchas hechas por mí!) y referencias al arte pop. Recuerdo un viaje que hizo a Leningrado, en 1987, donde dio una conferencia con traducción simultánea. La traductora sufría horrores para adaptarse a una jerga que no le parecía aceptable. Cuando escuchó a mi padre decir que 'el universo es tan sólo un asunto de plomería', se rehusó a continuar y se marchó a su casa".

Los ecos del fenómeno en que se convirtió el libro de Hawking alcanzaron a Lucy en Oxford, demasiado ocupada escribiendo el guión de su propia vida como para indagar en las razones de la repentina celebridad de su padre. La estancia de unos meses en París -como parte necesaria de la inmersión idiomática- y, sobre todo, más de medio año en la desfalleciente Unión Soviética, ofrecían multitud de razones para no preocuparse por lo que pudiera suceder en Cambridge.

Después de cuatro años en Oxford, Lucy fue a la Universidad de la Ciudad de Londres para hacer un año de periodismo. Sus padres se habían separado. La celebridad y el cuidado permanente habían terminado por configurar un muro infranqueable alrededor de su padre, y lo alejaron de su familia. Robert se fue a vivir a Estados Unidos. Lucy, por su parte, estaba muy ocupada con sus primeros trabajos como periodista. Los hizo para el Daily Mail, la New York Magazine y The Times, entre otros medios. "Siempre en aspectos de interés humano, no en la cobertura de las noticias sensacionalistas de última hora". Recorrió muchos rincones del planeta. Pero una nueva dificultad se interpuso en su camino.

"Cuando a mi hijo William le diagnosticaron autismo, me di cuenta de que no podría dedicarme a un trabajo tan demandante como el periodismo en una redacción. Debía tener tiempo para atender sus necesidades y convertirme en una escritora free lance", dice. Corría el 2001, y se vio enfrentada a más circunstancias difíciles. Las relaciones con la segunda esposa de su padre eran tensas e impedían cualquier encuentro entre ellos. Además, Lucy se separó de su marido y dedicó esos años a su hijo con ayuda de su madre. Y a la literatura, movida por la necesidad de encontrar un universo de ficción en el cual descansar de su dura realidad. Publicó dos novelas con títulos muy elocuentes: Jaded (Harta) y Run for your life (Corre por tu vida).

Hablar de ese período con Lucy no es sencillo. Decidimos ir en taxi a visitar el despacho que hoy utiliza Stephen Hawking. La suave brisa que entra por la ventana parece despejar las densas nubes de un pasado tormentoso. Entonces acepta hablar del reencuentro con su padre tras el segundo divorcio de éste. Si bien no lo dice, es fácil percibir que ella ocupó el lugar de la hija que debió soportar el peso de las desventuras familiares. Es la más cercana a su padre, y tantos años de distanciamiento debían llegar a su fin con un sonoro reencuentro. En este contexto, escribir algo juntos se antojaba como un hecho muy natural. Por ese tiempo, en 2006, ella regresó a Cambridge. "Tenía la idea de escribir la historia de un niño que vivía con sus padres ecologistas, con un cerdito como mascota. Hicimos la mayor parte del trabajo durante las cenas. A mi padre le encanta comer. Lo hace con abundante mantequilla y grasas, que él necesita…, ¡pero yo no!". El proceso de escritura la hizo subir de peso. Pero no importaba. "Fue el momento más feliz con él".

Las desventuras de George fueron concebidas como una trilogía. La única premisa era que fueran "científicamente exactas y emocionalmente satisfactorias". Su padre quedó satisfecho. "Para él fue una experiencia tan diferente a lo que hace en su carrera como académico, discutiendo los personajes, el guión… Intentamos llegar a esos niños que no están interesados en la ciencia, que te giran el rostro con desdén. Cuando doy una charla, los que más me gustan son aquellos que se acercan al final y te confiesan que vinieron sólo para evitar la clase de educación física, y que luego se engancharon con lo que escucharon". Le pregunto si uno de ellos podría ser la Lucy adolescente, y no duda en asentir en medio de risas.

"¡Trabajar con mi padre es un proceso tan lento! La gente a veces se olvida de que él tiene una discapacidad severa. Están tan acostumbrados a verlo funcionar con la silla de ruedas y el sintetizador de voz, que se olvidan de la tremenda lucha y esfuerzo que hay detrás", dice.

Bajo una tarde soleada, me despido de Lucy. Antes de partir, me cuenta que está enamorada de un poema de Pablo Neruda, "que habla del entendimiento, de cómo de repente un conjunto de elementos disociados se convierten en una idea clara. Me parece la mejor forma de sintetizar mi trabajo con mi padre. De repente aparecen esos momentos en los que veo la maravilla extraordinaria del orden del universo. Alguna frase de mi padre que quedó dando vueltas en mi cerebro hasta que se revela en todo su sentido. Son momentos de comprensión cósmica. Pablo Neruda es mi referencia literaria chilena".

La veo alejarse en dirección al río Cam, mientras giran en mi cabeza esos versos nerudianos: "Y vi de pronto el cielo desgranado y abierto, planetas, plantaciones palpitantes, la sombra perforada, acribillada por flechas, fuego y flores, la noche arrolladora, el universo".

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