Manifiesto: Javiera Contador, actriz
Sé que voy a ser una vieja a toda raja. Tengo toda la fe puesta en esa etapa de mi vida. Voy a estar mina, chora y lúcida. No me da miedo envejecer, porque creo que va a ser una etapa entretenida. Hoy, escucho a gente de 50 decir que esa edad es mejor que todas las anteriores, porque están más seguros y lo pasan mejor. Y lo creo. Por lo mismo, sé que voy a ser una viejita que lo pasa bien. Creo que se debe a que la cara de la vejez ha cambiado con el tiempo. Tengo amigas de 60 que están súper bien y eso es muy alentador.
Cuando chica le tenía mucho miedo a la muerte. Era inexplicable, porque no era por alguna cosa particular, sólo me bajó un pánico terrible. En esa época pensaba que mientras tuviera actividades y cosas por hacer, no me iba a morir, entonces, cuando estaba en el colegio me sentía muy bien, porque tenía clases de matemáticas y, entonces, no me iba a morir. Después lo superé. Hoy encuentro que sería muy fome morirme, porque tengo muchas cosas por hacer y porque no puedo dejar a mis hijos solos, pero no le tengo ese miedo terrible que sí le tuve antes.
Sueño con ser fotógrafa del National Geographic o de la Revista Life. Desde siempre he disfrutado de lugares nuevos donde mis niveles de adrenalina se elevan en gran medida. Debe ser porque la adrenalina tiene algo parecido a la droga: es adictiva. Me gusta, además, ser parte de momentos únicos e irrepetibles. Esas experiencias me dejan una sensación rica, porque, al final del día, siento que fui parte de una historia que, considerando las proporciones, termina siendo un privilegio.
Mi capacidad de culpabilidad es tremenda. Me carga ser así. Todo me da culpa. Cada saludo de alianza que no mando y que me dicen que por favor lo haga y yo por tiempo no puedo, lo sufro. Hace unas semanas, una mamá conocida me dijo que tenía unos sobrinos que necesitaban un saludo para su colegio y yo le puse: odio los saludos de alianza, pero aquí va. Acto seguido: ella se sintió muy mal y yo me sentí peor por haberla hecho sentir mal. Si igual me daba lo mismo. Terminamos dándonos explicaciones y me sentí peor. Soy culposa total y sin límites. Tenía un pololo que me preguntaba siempre por qué sentía tanta culpa por todo, si yo no era de colegio católico. Ahora, que lo acepto como un problema, me lo tomo con humor y me río de eso.
Hace seis años me fui a sacar la carta astral con un caballero y me dijo que si no me desahogaba, era candidata segura a tener una enfermedad como el cáncer. Me cuesta mucho contar mis penas. Con el tiempo, he aprendido a abrirme, pero ha sido un proceso lento el querer que sepan que tengo una pena personal o familiar. Me he abierto más, pero no es fácil y no sé el origen. Puede pasar por querer verme poco vulnerable. Es raro, pero por el mismo tema tengo muy poca tolerancia con la gente que es muy sensible. Me dan rabia, porque creo que la vida es rápida y no es para sufrirla tanto.
Trato de no ir a estrenos, porque no estoy de acuerdo con el juicio por el que hay que pasar por cómo te vistes y cómo te ves. Cuando veo estos programas de moda me da un poco de pena, porque hay gente que se pegó la lata de arreglarse, pero los hacen pebre porque la tela de su ropa parece barata. Les gusta la producción y la marca, y eso a mí me parece agotador. Encuentro que esa superficialidad es un chupón de energía terrible. Para el estreno de Alma, mi última película, obviamente nos superprodujimos, porque era como nuestra fiesta de cumpleaños, pero hacerlo siempre encuentro que es medio falto de relajo y un poco frívolo. Debería haber dos entradas: la de los que quieren jugar al juego de la crítica y los que no queremos jugar, pero igual queremos ver la película y a nuestros amigos.
Después de mi primera separación tuve miedo de no volver a ser feliz. En esa época estaba haciendo una obra de teatro con actrices más grandes y una de ellas me dijo: ¿Sabes? No dura para siempre la pena. Esto duele, pero se pasa. Entonces, tomé ese consejo y me relajé. Yo, en esa época, todavía creía en la pareja fantástica y el príncipe azul de aventuras. Ni siquiera tenía el rollo de hacer familia. Separarme esa vez fue como romper el cascarón y perder un lado de la infancia. Pero se pasa, y hoy estoy muy contenta. Te puedes ir un rato a la cresta, pero, definitivamente, no es la vida.
Me dolió que me criticaran la ropa cuando hacía el Mucho Gusto en Mega. Lo pasé súper mal, porque lo decían todo de una forma muy cruel. Eso pasó porque yo tenía una inseguridad enorme. En vez de haberles dicho que qué les importaba y que yo me sentía regia, los escuché. Como yo no me sentía bien, no podía defenderme. Hoy, que estoy más grande, me da lo mismo. Cuando me produzco, encuentro que me veo la raja. Y al que le guste bien y al que no, ¡qué pena! Eso tiene un efecto de convencimiento: cuando estás segura, mucha más gente encuentra que te ves bien. Ahora, también me lo tomé con humor, porque tampoco me pareció tan importante. Además, fue la única crítica que me hicieron en ese momento. Hoy lo veo así: si no te gusta la ropa, no la mires. Así de simple.
Tengo mi lado esotérico bien desarrollado. Empecé cuando chica, porque tenía amigas de mi mamá que eran así y yo terminé bien metida en esa onda. Después me quedaron de grande algunas cosas que encuentro que son bonitas. Hoy, por ejemplo, puedo sacar el tarot del osho. No creo en Dios, pero sí en la energía que todos depositamos, en los rezos y la fe como única fuerza. Me he sacado mil veces la carta astral y tengo amigas bien esotéricas, que son bien secas y talentosas en lo suyo. Es entretenido. A veces estás en la disyuntiva del qué hago y sirve mucho como guía. Es medio jodorowskyano y me gusta que así sea. Me encantan los rituales y el darles sentido a las cosas.
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