Manifiesto: Natalia Riffo, ministra del Deporte




Me casé por primera vez a los 16 años. El era seis años mayor que yo. Mis papás no entendieron mucho mis argumentos, pero me dieron permiso. Soy la menor de cinco hermanos y explicarle a cada uno de ellos fue casi un acto de valentía. Era la regalona, pero también era muy vieja chica, así es que me tomé todo muy seriamente. Me casé y me fui a Santiago a terminar cuarto medio al Liceo 1. Luego estudié Teatro y a los 18 me separé. Fue todo muy intenso, pero nunca pensaría que fue un error. Fue una linda experiencia, porque aprendí muchas cosas. Debe haber influido la dictadura, que antes estudiaba en colegio de monjas y que el contexto social era otro. Tres años después me casé con mi actual marido.

Me siento tan provinciana que todavía tengo el prejuicio con la ciudad. Como mi papá era detective, lo trasladaban a distintos lugares de Chile. Viví en Punta Arenas, donde recuerdo la nieve, el viento y la luminosidad. Recuerdo las centollas vivas con las que mi mamá llegaba a la casa y el dulce de ruibarbo. Pero más me marcó vivir en San Pedro de la Paz. Ahí pasaba en la calle, arriba de los árboles, y tenía una vida de provincia que hoy extraño mucho. Aunque no es más relajado que Santiago, se lleva una vida más tranquila. No sé por qué será, pero me costó mucho adaptarme a que en la ciudad, donde me establecí en 2005, no se acostumbrara a llegar a la una de la tarde a almorzar a una casa de improviso o que llegue con un vino y una empanada para compartir. Esa costumbre la echo mucho de menos.

Una de las veces que he sentido más miedo en la vida fue cuando me volví a Concepción después de haberme separado. Fue a los 18 años y mi familia tenía hartos problemas económicos, por tanto, la única que se podía rearmar era yo misma, y sola. Ahí me curtí. Hay una cosa que yo no le permito al miedo: que me paralice. El miedo es un golpe de adrenalina, de energía y de que te pongan un espejo al frente, porque en el fondo te pone como visibles las debilidades. Eso me pasó en ese momento. Era tan niña, y tenía que rearmarme y empezar de nuevo como pudiera. Me hice grande siendo chica y eso lo veo como algo totalmente positivo.

Trabajé 12 años en Radio Bío-Bío. Antes de eso, mi primer trabajo fue animar cumpleaños en fiestas infantiles. Cuando me fui de mi casa, me hice cargo de mis gastos, así es que pasaba el tiempo trabajando y estudiando. En la radio tuve la suerte de conocer a su fundador, Nibaldo Mosciatti. De cierta manera, él me adoptó, lo que se traducía en mucha flexibilidad horaria para estudiar (Psicología), trabajar y me permitía seguir haciendo mi vida. El tenía una paciencia infinita conmigo y fue muy apoyador. Hasta hoy recuerdo una frase que siempre repetía: las palabras tienen colores, y los locutores tienen que descubrir el color de esas palabras. Cuando uno hace eso, puede recién ser un buen comunicador. No sé si descubrí el color o no. Lo que sí, nunca quise estudiar Periodismo.

Fácilmente podría pasar arriba de un auto con chofer y desvincularme del mundo, pero esa no es la gracia. Me gusta hacer las cosas que hacía antes dentro de lo posible: caminar, tomar metro, salir a la calle. A mi hijo menor todavía lo voy a dejar todos los días caminando al colegio. Esa es una rutina que no cambio y que demuestra que mi vida no ha cambiado del todo. Es algo que, además, necesito. Para mí es fundamental saber que puedo tener cualquier cargo en la vida, pero que seguiré siendo la misma de siempre.

Para mi familia no es tema que sea ministra. Les agradezco infinitamente que para ellos sea un trabajo más, aunque el consumo de tiempo es superior a todo lo que he hecho antes. Las primeras semanas en que el tema en la mesa era yo fue súper incómodo. Creo que no es justo para nadie, porque cada uno tiene su pega, los niños van al colegio y todos tienen su vida, entonces no es más o menos importante que yo salga en la tele, qué sé yo.

Mis hijos son súper críticos y no se dan muchas vueltas para decirme que hice algo mal. Con mi marido tenemos cuatro niños: dos de él, que son de 27 y 25, y entre los dos tenemos uno de 19 y otro de 12. Para mí, en todo caso, los cuatro son mis hijos. A ellos no les gustan las entrevistas que doy, me lo dicen. Pero es una opinión bien profesional y con cariño de parte de ellos. Lo peor que me han dicho es "estuviste horrible". Igual, a mí lo que más me importa es que ellos estén contentos, porque si ellos no son felices con lo que yo hago, sería complicado para mí. Por suerte, lo están. Hay cosas con las que nos reímos y tratamos de buscar soluciones. También saben y respetan que, finalmente, soy yo la que toma las decisiones.

Con los años me he puesto mucho más de piel de lo que era antes. Debo haber sido más distante, porque de chica mi tema fue estudiar, criar estudiando y trabajar. Siento que estos últimos años he podido salirme de eso. En 2010 nos fuimos a vivir por un año a Uruguay con mi familia. Eso me cambió mucho. Tomamos los ahorros y decidimos dedicarnos a los niños ciento por ciento. Fue una locura, porque fuimos cinco días con mi marido y si no encontrábamos departamento, no nos íbamos. Pero el último día encontramos uno. Después todo fue rápido: conseguí trabajo, los niños colegios y ahí vivimos un año felices. Creo que fue súper bueno para recomponer los cariños.

Nunca quiero terminar los libros que leo. Muchas veces los he dejado a páginas de llegar al final para no tener la sensación de haberlos terminado. Haruki Murakami me vuelve loca, aunque el último que leí fue Gente mala, de Guarello, que estaba muy bien escrito. Mis ratos libres los dedico al placer de leer. También escribo y estudio harto, aunque no debería decirlo en presente, porque la verdad es que hoy no puedo hacer nada de eso.

Nunca he militado y siempre he sido muy crítica de las estructuras partidarias. Creo en los partidos y creo que tienen que existir, fortalecerse y ojalá crecer en las bases. Son un buen camino, pero nunca me he sentido cómoda pensando que yo puedo ser parte de una estructura así. Me lo imagino y creo que no me sentiría cómoda. Soy bien librepensadora, soy parte de una coalición de gobierno y respeto y adscribo lo que es esta coalición y programa, pero los partidos muchas veces tienen los bordes más duros y a mí me gustan los bordes más blandos, donde uno pueda pensar distintas cosas.

No me proyecto en política. Respeto a la gente que está en un cargo y que después quiere ser electa popularmente, pero a mí me pasa lo opuesto: no está en mis planes dedicarme a esto después. Eso me da una libertad maravillosa y eso es muy bueno.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.