Manifiesto: Nurieldín Hermosilla, abogado




Formé a gran parte de los abogados que defienden los grandes casos de la contingencia de hoy. Soy abogado penalista y de aspectos penales comerciales. Tengo 83 años. También soy coleccionista de todo lo que tenga que ver con Pablo Neruda. Por lo mismo, estoy dedicado a la edición de sus libros y participo en la fundación que lleva su nombre. Tengo cinco hijos en total, repartidos entre dos matrimonios. De ellos, hay dos muy conocidos y respetados: los abogados Luis Hermosilla y Juan Pablo Hermosilla. Con ellos no hacemos nada en conjunto. Con mis hijos abogados, para evitar momentos donde me impusiera yo como padre y no el mejor consejo en una reunión, decidimos no hacer reuniones, sino que hacer consultas donde la respuesta puede tomarse para bien o para mal. Y nos funciona.

Si se trata de atraer a la gente, entonces al aeropuerto de Santiago hay que ponerle Pablo Neruda. Si fuera por eso, habría que cambiarle el nombre a Chile y habría que ponerle "Neruda" al país. Todos, en todo el mundo, están de acuerdo en que Pablo Neruda es el chileno más conocido. En el tiempo del dictador Pinochet, fue incluso más conocido que Pinochet. Todos los años se están imprimiendo, en el mundo, ediciones de 20 poemas de amor y una canción desesperada. Neruda es un hombre que sigue haciendo historia. Por lo tanto, el cambio de nombre del aeropuerto no es una pelea que haya que dar. Todos deberían estar muy agradecidos de la imagen de Pablo Neruda, especialmente en el extranjero y, por supuesto, también en Chile.

Fui muy amigo de Violeta Parra. Estuve cerca de ella en los peores momentos de su vida: en vísperas de su suicidio. Con mi primera señora Luz Elena Osorio, a veces llevábamos a Carmen Luisa, su hija, a nuestra casa los fines de semana, los cuales eran especialmente malos para Violeta. En sus días finales, Violeta estaba muy mal. Incluso, había días en que Luz Helena llevaba a la niña al colegio. Recuerdo muy bien a Violeta y creo que en el país hace falta que exista algo parecido a la peña de los Parra para recordarla. Es algo que echo de menos.

En la secundaria fui socialista y después comunista. Como dirigente comunista en la educación media me instalaron altiro en los puestos importantes. Debe ser porque era canchero. Al final me di cuenta de que la Juventud Socialista no tenía ningún destino orgánicamente y nadie sabía por qué estaba peleando. En cambio, los comunistas tenían su cosa ordenadita, cada uno tenía su carpeta y sabía qué tenía que hacer. Por eso preferí adherirme a ellos, aunque, finalmente, me salí, porque ya estaba casado, con hijos, y me tuve que poner serio ante las discrepancias del Chile de los años 50.

El ateísmo debería enseñarse en las escuelas como una alternativa de vida. Yo siempre fui laico, salvo un período en que hice la Primera Comunión escondido de mi papá. Después dejé de creer. Descubrí que no necesitamos la ayuda divina. Lo que necesitamos es perdonarnos a nosotros mismos, no que alguien venga y nos absuelva. Creo que es muy importante que eso se enseñe. Mis hijos no quisieron seguir mis pasos en el ateísmo: Luis, por ejemplo, se bautizó y se casó por la Iglesia con una viuda.

El diputado Ignacio Urrutia me pidió en la Cámara que le explicara por qué razón Neruda cometió el desatino de haber apoyado a Allende y haber formado parte de su gobierno. Le dije que no sabía y que ni siquiera voté por Allende. ¿No era comunista usted?, me dijo. Y le contesté: Sí, pero hoy no existe la idea de que vengan los militares a tomarse el poder, ¿cierto? En esa época, tampoco. Recuerdo que en esa elección voté por Radomiro Tomic; no iba a votar por la derecha. La derecha se ha farreado 200 años, y todavía se lo sigue farreando. En general, siempre evito hablar de esas cosas, porque me producen asco.

No soy poderoso, ni anduve detrás del poder. Estoy en los momentos en que se requiere realmente un acto de entrega. Saber relacionarse con todos no es estar cerca del poder. Eso lo digo aunque he conocido a gente muy importante, políticos, industriales, ministros de Estado, presidentes y vicepresidentes de la República, pero siempre ha sido una relación de respeto y con distancia, no desde el poder.

Dicen que tengo fama de ser muy carero. No es gracioso, porque en realidad he atendido a mucha gente gratis. He cobrado buenos honorarios, pero sólo a la gente que puede pagar, y si no pueden yo los atiendo de todas maneras. Nunca, además, fijo honorarios si no sé cuánto es el trabajo que voy a tener. La cantidad de gente que yo he defendido gratis es inimaginable. He tenido muy buenos clientes también y logros en mis casos. Luché por la pena máxima para Cupertino Andaur, que asesinó a un niño, y la Corte de Apelaciones y la Corte Suprema impusieron la pena de muerte que conmutó el Presidente de la República. Todavía espero que esté cumpliendo el presidio perpetuo.

No soy abogado del diablo. De repente, a uno le toca defender casos que aparecen como terribles: padres que son acusados de abusar de hijas, violadores, curas acusados también de abusos sexuales. Algo hay que dejar claro: no puede juzgarse por la opinión pública, sino que por tribunales independientes. El cura John O'Reilly, por ejemplo, merecía que se le defendiera, había que creerle, porque la prueba consistía en un testimonio -uno solo- afectado por la duda razonable que se expuso en el juicio. Fue condenado, pero digámoslo de una vez: votación dos por uno y claramente son razones muy valederas para formarse uno opinión propia de inocencia. Es distinta la situación del cura "Tato", en que las pruebas eran múltiples. En consecuencia, no soy abogado del diablo si entendemos que el diablo es tan malo como dice la leyenda.

Cuando Michelle Bachelet salió de Villa Grimaldi, inmediatamente concurrió a mi oficina profesional. Llegó sola y a media tarde. Me contó de su prisión y, principalmente, su preocupación por su madre, al mismo tiempo en que estaba asumiendo la muerte de su padre. Su preocupación era decidir si se quedaba en Chile o tomaba la decisión de viajar a Australia, donde había parientes que podían protegerla. Todo lo hicimos considerando qué era lo mejor para la defensa de su mamá. Entonces, estimamos que era mejor que ella viajara y así se decidió. Después de esa reunión nunca me he encontrado con ella, aunque sí, en varias oportunidades, con su madre.

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