Manifiesto: Rafael Gumucio, escritor
Mi primer beso fue a los 25 años. A los 26 mi primera polola y a esa edad perdí mi virginidad. He sido de relaciones largas, pero con pocas mujeres. Antes de casarme con Kristina Cordero -con quien llevo 13 años emparejado y con quien tengo dos hijas- pololeé dos veces. Ocurre que soy un conservador y creo que hay cosas que se hacen grandes. Hay gente que pierde la virginidad a los 14 años, pero ¿qué pueden hacer con eso? No saben dónde están parados. El sexo es algo demasiado revelador, peligroso y placentero como para que lo hagan dos niños. Además, mucha gente que empieza muy temprano, termina también muy temprano.
No supero las críticas que les hacen a mis libros. Me duelen mucho, me preocupan, me importan y, creo, siempre tienen algo de verdad, por muy absurdas y banales que a veces sean. Soy mucho más sensible de lo que se necesita para el tipo de vida que llevo. Es ilógico y hasta estúpido cuando sé que le hago a otra gente cosas que no me gusta que me hagan a mí: insultar, burlarme o desprestigiar. La violencia y el ensañamiento me molestan. A veces me abruma que haya tanto cerebro completamente desviado donde cualquier tipo de luz racional o de cualquier visión del mundo desate la gigantesca crueldad, ignorancia y ansias de linchaje de la gente. Esas cosas me duelen.
A mis grandes amigos los conocí en Canal 2. Fueron los primeros que tuve, porque no se me dieron muchas posibilidades de socializar; no tomaba, no fumaba y tampoco bailaba apretado. Al entrar a la televisión conocí gente a partir de cosas que yo hacía y empecé a formar lazos por afinidad. Antes de eso sentía mucho miedo de participar, de jugar, de hacer cosas que no tuvieran que ver conmigo y después no poder deshacerme de ellas. Tenía mucho miedo de quedarme atrapado en la vida. Hubo días en que incluso no quería ser parte de ella. Tampoco me gustaba ir a fiestas o a lugares donde no sabía cómo iba a volver. Sólo cuando empecé a tener plata para ir en taxi a fiestas que estaban en un barrio cercano al mío pude salir. Me demoré mucho tiempo en superar esas incomodidades y en conocer a gente que fuera como yo.
No soy un personaje ni me quedé pegado en lo que hacía en Plan Z. Soy muy parecido a lo que hacía ahí. Quizá, en ese tiempo, era más divertido en la pantalla, pero porque en esa época vivía acosado por angustias. Yo era tan idiota que no me daba cuenta de que estaba viviendo un momento de alegría y de total plenitud. No podía controlar mis amarguras. Ahora me doy cuenta de que fui un imbécil, ya que lo que me amargaba era que no era escritor y muchos otros ya estaban haciendo cosas. Nadie me reconocía, y eso me hacía sentir muy infeliz. Y era una estupidez, porque lo que yo estaba haciendo en ese tiempo era mucho más interesante que las cosas por las que sufría.
Nunca vivo períodos completamente felices. A los cuatro años asistí por primera vez a terapia psicológica. Al llegar a Francia, por el exilio, a mi hermano y a mí nos mandaron a tratarnos. El, por suerte, se liberó rápido. Yo, en cambio, me quedé totalmente succionado. Desde entonces seguí yendo con algunas interrupciones, pero siempre he tenido que volver. He tenido depresiones intermitentes con episodios bien horrorosos. Mi adolescencia fue un túnel negro del que salí recién a los 25 años. Tuve momentos extremos de angustia y soledad. Ahora, por suerte, estoy en el período de mayor estabilidad y tranquilidad en que he estado en mi vida. Pero es inevitable: una de mis angustias grandes de hoy es que esto se va a acabar.
Lo que ha hecho mi primo Marco Enríquez-Ominami en política me interpreta totalmente. Con él somos muy cercanos. Hubo un tiempo en que lo encontraba insoportable, pero de grande hicimos cosas juntos, trabajamos y eso ha creado un vínculo de mucha complicidad. Compartimos nuestra historia en Francia y el humor. Pese a que he preparado discursos a algunos políticos, a él jamás le he hecho uno, porque no lo necesita. Marco ha crecido y ha madurado harto. Hoy tiene más paciencia, algo de lo que antes carecía. Admito que los dos somos ansiosos, pero él lo es mucho más que yo. Además de eso, ambos vivimos con cosas similares, como la insatisfacción permanente, el ser muy críticos con nosotros mismos y la relación con el país, que es muy ambigua: de amor-odio, necesidad y distancia.
El divorcio es una falta de sentido común. No estoy en contra de él por motivos religiosos, es porque hay una pérdida de patrimonio, hay un dolor que uno causa y uno se causa dolor con el divorcio. Mi abuela Marta Rivas pensaba y recomendaba mucho que quienes fuera a divorciarse, mejor fueran infieles. Y eso lo veo posible. También creo que cuando uno tiene hijos con una persona la relación tiene que ser para toda la vida. Ahora, que la convivencia, el día a día y cómo hemos construido nuestra sociedad, donde es tanta la presión que uno recibe con los hijos y la familia, hacen que muchas veces sea difícil o imposible lo que digo, eso es otra cosa. Pero, por lo pronto, eso es lo que creo.
Me quisieron matar, pero resucité. Traté de razonar lo de los animales en Valparaíso, pero después vi que no había ninguna manera de hacerlo. Me costó un tiempo darme cuenta de que en el fondo no sacaba nada con razonar el tema, porque en realidad no era razonable. Alguien que vive en la miseria y deja parte del alimento que recibe para alimentar a sus perros, no es alguien que está hablando desde la razón, está hablando desde el corazón o lo que él cree que es su corazón. ¿Qué puedo decir contra eso? No tengo nada que decir.
Las redes sociales son un escusado mental. Muchas veces son desagües mentales de muchas personas, y lo veo como tal: a través de su excremento uno puede saber qué comieron. A veces los excrementos son muy buenos para saber la salud de alguien, pero son, al fin y al cabo, excrementales. Yo también lo uso así, porque no tengo ningún problema con los excrementos. No soy estítico para nada. De hecho, soy adicto a Twitter. Tiene muchas cosas que me gustan, pero debo decir que últimamente me horroriza, al mismo tiempo, la necesidad de ser políticamente incorrecto para que te lean y al mismo tiempo ser políticamente correcto para que no te maten.
No tengo hobbies. No soporto a la gente que los tiene. Encuentro que la profesión que tengo es tan absorbente que no me da tiempo para tener cosas que hacer en mis ratos libres. Me gusta comer, veo mucha televisión y siempre estoy pegado a alguna tecnología. De niño, en cambio, tenía ganas de hacer otras cosas: quería ser actor cómico. Mi ídolo era Charles Chaplin y ser así era mi objetivo. Es un objetivo que, al fin y al cabo, creo que cumplí.
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