Manifiesto: Verónica Villarroel, soprano
Yo salí de Chile a los 22 años, el 86. Desde entonces han sido 29 años de ir y venir. El país era muy diferente cuando partí. Los cambios con que me encontraba en mis venidas siempre me tomaban por sorpresa y hasta me chocaban, porque me hacían revivir esa separación que tanto me costó en un comienzo. En estos años he podido ver desde afuera no sólo cómo Chile se ha vuelto más reconocido mundialmente y recibe a muchos grupos de diferentes nacionalidades, sino también cómo la clase media ha roto ciertas barreras. La veo más libre.
Me ha tocado sufrir mucho, porque nunca tuve en la cabeza que me iba a convertir en cantante. No tenía eso en la mira y no me gustaba. Yo lo vi en su momento como una oportunidad económica. Yo pensaba volver a Chile a estar con mi familia, tener una vida normal y retomar mis estudios de publicidad. La disciplina me costó demasiado. Por ser latina, por no tener el deseo de convertirme en cantante y, sobre todo, porque no sabía que tenía que aprender lenguas, música, historia, etc. Uno cree que teniendo la voz y listo, pero no. Es necesario cultivarse en todo los aspectos. Y por flojera sé cuatro lenguas y nada más. Otras cantantes saben más.
Aparte de las figuras del fútbol, me gustaría que Chile supiera reconocer aún más a su propia gente. Hay que reconocer que de a poco eso está sucediendo, lo que me da alegría, pero todavía falta. Pensar que podemos ser tan grandes como los extranjeros en distintos ámbitos y que la única diferencia ha estado en la falta de oportunidades. Mi historia es muestra viva de eso. Si a mí no se me hubiese dado la oportunidad de conocer a una gran diva, de acceder a una beca en Julliard, de haber conocido a otras personas, nunca hubiera llegado donde estoy. Sería fantástico pensar que no necesitamos ir, viajar, sino que salir listos de aquí. Evitar traumas de pequeña. Es eso lo que quiero hacer con la academia que he abierto en Santiago.
Me gustan el hip hop, el funky, el R&B, el jazz, el crossover, whatever. Hay muchos estilos que me gustan. La música es maravillosa. Creo que la gente que no está habituada a la música clásica se puede comenzar a acercar asistiendo a estos eventos al aire libre. Porque la música y el arte les pertenecen a todo el mundo, no le pertenecen a un solo grupo. Es verdad que hay algunos teatros y organizaciones que son más apoyadas económicamente por ciertos sectores, pero en realidad este tipo de arte le pertenece a toda la gente.
Me gusta Nueva York, porque soy libre. A nadie la miran, una puede estar vestida como quiera. Voy al gimnasio. Me gusta ir porque lo encuentro cool. Me gusta observar a la gente, cómo se comportan, su expresión, cómo perciben esto o lo otro. Es como una onda energética, como de visualización, me gusta percibir otras cosas del ser humano. Allá ando sin maquillaje, lo que acá no me permito. Porque no me siento segura sin maquillaje, pero allá como a nadie le importa nada, salgo a la calle sin mucha producción. Uno es otro más. Puedo ir a los lugares que yo quiera, como a la hora que quiera. Salgo mucho, camino.
El que nunca me casara o no tenga hijos no tiene nada que ver con mi carrera. Yo quería ser libre. Veía a mi madre y a todas las demás mujeres atadas, obligadas a renunciar a sus carreras y vidas por tener sus hijos. Y todavía lo veo. Lo único que tuve claro en mi vida cuando era más joven fue lo de la libertad. Naturalmente, como todo ser humano, a veces uno siente miedo a estar sola. Por eso, sí necesito el cariño de mi familia, de mis padres, mis hermanos, mis sobrinos. Ahora la comunicación con ellos es más fácil, porque hay WhatsApp, nunca he estado más cerca de ellos.
A veces tengo que cuidar un poco mi temperamento, porque soy muy expresiva. Entonces tengo que cuidarme para no afectar a otros. Si yo doy la mano y la doy fuerte, a lo mejor esa persona no quiere eso, o si digo algo muy fuerte le molesta, no sé.
En el mundo en que me desenvuelvo es muy dura la competencia. Varias veces no lo pasé bien, primero por ser sensible, pero también por ser soprano. La mayoría de las mujeres son soprano y muchas cantamos el mismo repertorio. Es más corta la vida de la soprano. Ahí hay un poco de las injusticias de la música. La competencia puede ser positiva en el sentido de hacerte mejorar, pero hay quienes caen en cosas que no son nobles, y eso afecta.
Siempre traté de no leer ninguna crítica. Ni las buenas ni las malas. Lidiar con la crítica es parte del proceso de aprendizaje. Si yo a usted no le gusto, bueno, qué le voy a hacer. Ni Dios, ni Alá, ni Buda es aceptado mundialmente, es imposible que yo les guste a todos. Yo he optado por no leerlas, porque igual afecta. Aunque uno esté preparado te puede poner triste, te puede poner feliz. Recién ahora, después de muchos años, he leído algunas.
Así como he recibido grandes aplausos, también me han abucheado. Se pierde un poco la concentración, pero pasa. Una vez en Génova, Italia, un señor se acercó a mi camarín y me dijo que era el jefe de ahí. Me preguntó si quería tener éxito, o sea que toda su gente aplaudiera, tenía que pagarle. Por el contrario, iba recibir pifias. Yo me negué, mis principios no consideran pagar porque me aplaudan. Ese tipo de cosas pasan.
Soy maestra, y espero que mi vida termine como mi maestra, que enseñó hasta los dos días antes de morir. Y ella es mi ejemplo, mi inspiración. Cuando yo enseño la tengo conmigo, al lado, mirando las flores, el pasto. Porque ella me enseñaba a mirar, las flores, los pajaritos, cómo le llega el sol a esa flor. Todas esas cosas inspiran, están en el espíritu. Es una guía, es apreciar lo que tenemos alrededor. Es apreciar quiénes somos, quiénes podemos ser, en qué nos podemos convertir.
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