Manuel Rodríguez: el mito incombustible
<P>Como novedad de la Feria del Libro de Santiago, dos ediciones ayudan a entender la manera en que se ha construido la imagen de Rodríguez.</P>
El "eterno revolucionario", lo llamó Edwards Bello. También ha sido el héroe popular por antonomasia, el prócer, el aventurero, el líder, el espía de San Martín, el amigo de los Carrera, el patriota, el caudillo, el mujeriego, la imagen del billete de dos mil pesos, el emblema del FPMR y el "guerrillero del amor", en la versión 2010 de Chilevisión.
¿Quién fue Manuel Rodríguez Erdoyza? Atendido el escaso material documental que refrende tanta afirmación temeraria sobre su vida, sus actos y su propia muerte, la pregunta es difícil de responder, lo que ha llevado a gente como Sergio Villalobos a hablar de una "leyenda sin valor histórico": un "mito" originado en la "pereza mental" de un país donde "nadie quiere que le cambien ninguna idea, ningún símbolo, ninguna imagen". Así, la interrogante puede también plantearse en otros términos, acaso más útiles para hablar de las construcciones culturales llevadas a cabo en estos 200 años: ¿Qué hemos hecho con Rodríguez?
El hombre que en sus narices habría engañado a Casimiro Marcó del Pont y a cuya cabeza este puso precio en 1816, había ocupado cargos de gobierno durante la Patria Vieja, dada una amistad con José Miguel Carrera que se remontaba a la infancia (aunque también se le acusa de haber operado a favor de los realistas). Pero su performance durante la Reconquista le ganó el estatus de leyenda, mientras su ejecución en Tiltil contribuyó a generar una memoria en torno a su nombre. Una necesidad, nunca plenamente satisfecha, de evocarlo y revisitarlo cada tanto.
Rodríguez es el personaje rebelde de la Independencia. También una figura a la que, cada tanto, se escoge para representar una chilenidad distanciada de las formalidades rituales del Estado. Así al menos lo constata el investigador Ernesto Guajardo, para quien la elección de Rodríguez a la hora de bautizar clubes deportivos, juntas de vecinos, compañías de bomberos o medios de comunicación poblacionales se conecta con un fenómeno observado a inicios del siglo XX, cuando "se hablaba de Rodríguez como una figura histórica que representaba a los sectores medios y populares, buscando así integrar a estos en una ambigua noción de 'comunidad nacional' a través de una figura icónica".
Guajardo, tras una década de investigación, publicó Manuel Rodríguez: historia y leyenda, volumen que ayer fue presentado en la Feria del Libro de Santiago por Patricio Manns y Alejandro Lavquén. El texto antologa el abundante material que sobre el personaje se escribió en publicaciones de muy diverso orden a lo largo del siglo pasado.
Embellecer el mito
En 1910, el año del Centenario, se realizó la primera película argumental chilena: Manuel Rodríguez, cortometraje hoy inencontrable como casi todo el cine mudo rodado en el país. Entre estas últimas sobresale El húsar de la muerte (1925), dirigida, escrita y protagonizada por Pedro Sienna. Exitosa en su minuto, se musicalizó y reestrenó en los 40, se rescató en los 60 y tuvo una nueva restauración en los 90, pudiendo hoy verse íntegramente en la red. ¿Qué Rodríguez mostraba la película? Primero que nada, y cosa inhabitual en la historia del celuloide chileno, un héroe de aventuras, perfil no muy distinto al que definiría el cómic Guerrillero, que circuló dentro y fuera de Chile en los años de la UP. Igualmente, asoma un respetado líder que es también un maestro del disfraz: en una habitación llena de patriotas ávidos de desbancar al español, Rodríguez es el primero en llegar, ataviado de anciano, sin que nadie reconozca su ya célebre estampa. También es galán y un chileno respetuoso de la religiosidad de un pueblo que lo quiere y ampara. El propio filme afirma en sus créditos iniciales estar "basado en la histórica leyenda de las hazañas y aventuras de Manuel Rodríguez", lo que da una idea acerca de las libertades que un adaptador podía tomarse sin temor a la equivocación. Sugiere, adicionalmente, de dónde viene lo que sabemos o creemos saber de tan singular personaje.
Como buen positivista, Diego Barros Arana se había cuidado de advertir en el X tomo de su Historia general de Chile (1889) que a este respecto las apreciaciones y relatos de lances heroicos tienen poca o ninguna base documental, siendo "reflejo fiel de la tradición que acerca de don Manuel Rodríguez se conservó largos años en Chile".
De ello da cuenta Guajardo en su libro, agregando que es común dar por ciertas aseveraciones provenientes de relatos jamás sometidos a una crítica de fuentes e incluso embellecer la figura del héroe.
Algo semejante pasó con un texto tan engolado como el ensayo biográfico con que Guillermo Matta contribuyó en 1854 a una galería nacional de personajes históricos. Allí identifica a Rodríguez como "el que salvó a su patria tantas veces" y agrega: "La posteridad es imparcial y su fallo es la justicia; ella lo coronará".
Otro tanto haría en 1932 Ricardo Latcham, cuya Vida de Manuel Rodríguez: el guerrillero, ha sido otra obra muy citada, pese a usar entre sus fuentes un artículo de 1904 basado en el relato oral de un nieto de un amigo del héroe. El libro presenta a un Rodríguez que estudió en el exclusivo colegio Carolino, pero que exhibiría una temprana vocación popular: "La calle y el campo, la libertad abierta de los mercados y plazas, el chismorreo vital de las sirvientas y el olor picante de los rotos estimulaban su cerebro mientras rezaba mecánicamente sus oraciones". No falta mucho, a partir de ahí, para que Mariano Latorre lo considere el "símbolo de Chile" o que Nicomedes Guzmán lo sindique como el "primer roto nacional" (tal como Vicuña Mackenna lo había llamado "el roto de los rotos").
Después de su muerte
Una canción como El cautivo de Tiltil, que en 1966 creara Patricio Manns (autor, 20 años después, de un libro sobre Rodríguez editado clandestinamente por el FPMR), responde mejor al modo en que se ha popularizado la imagen del personaje. Algo semejante puede decirse de la película de Sienna, de las teleseries o de la novela de Magdalena Petit.
Todo lo anterior aviva la llama del rebelde exaltado que Guillermo Matta considera "acriminado" por el o'higginismo, al tiempo que mantiene en pie preguntas centenarias. Si tuvo un hijo, por ejemplo, o si recibió el título de abogado. O bien, cuál fue el rol que les cupo a sus "húsares de la muerte" en la decisiva Batalla de Maipú. Sin embargo, las preguntas sobre su muerte son aún más acuciantes. ¿Quién lo mató y por orden de quién? ¿Es el cuerpo de Rodríguez el que se enterró en la capilla de Tiltil?
Son interrogantes que formuló el abogado Juan Pablo Buono-Core, autor de Manuel Rodríguez: mártir de la democracia, quien esta tarde, a partir de las 15.30 horas, se encontrará en el stand de Catalonia de la Feria del Libro (Estación Mapocho) para conversar con lectores y firmar libros.
Tras sumergirse en el proceso de 1823 y en otras fuentes, y junto con señalar a O'Higgins y San Martín como "autores mediatos" de la ejecución, transfiere la responsabilidad directa: el autor no sería el teniente Antonio Navarro, como suele afirmarse, sino Rudecindo Alvarado, miembro de la Logia Lautarina fundada por San Martín. En cuanto al cuerpo, recuerda Buono-Core que en 1895 el Presidente Jorge Montt creó una comisión para establecer si correspondía al guerrillero, lo que no pudo establecerse con certeza, pese a lo cual se vuelve a enterrar como si lo fuera. "Creo que los restos enterrados son de Manuel Rodríguez, pero necesitamos acreditarlo cientificamente", concluye.
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