Mario Irarrázabal: "Ver tu obra convertida en un hito público y poético es la mayor de las gratificaciones"

<P>El autor de la Mano del Desierto donará 250 esculturas para crear un museo abierto en el Parque San Borja. </P>




Mario Irarrázabal (1940) abre la reja de su casa-taller en Peñalolén Alto y de inmediato sonríe y exclama: "Estoy súper contento". Ambos sabemos por qué. Hace unas semanas, la Municipalidad de Santiago anunció los cinco finalistas del concurso público para construir en el corazón de la comuna el Museo Parque Humano, un proyecto que el artista viene craneando hace dos décadas. Su idea es ambiciosa e inédita en Chile: donará 250 esculturas de bronce para ser instaladas de forma permanente en el Parque San Borja . "A pesar de que es un regalo, me fue súper mal con las gestiones. La lista de universidades e instituciones que visité para que recibieran mis obras es larga. Con el municipio de Santiago vengo hablando desde que estaba (Jaime) Ravinet y el último lugar con el que conversé fue con el Teatro del Lago en Frutillar, pero yo quería que fuese algo más urbano y lo más público posible", cuenta.

Finalmente, la alcaldesa Carolina Tohá aprobó el proyecto y le dio curso dentro del plan de mejoramiento urbano de la comuna. En diciembre se conocerá al ganador entre los cinco proyectos realizados por las oficinas Jadue-Livingstone, BBATS-Tirado, Gerardo Valle y Arquitectos Asociados, Elemental y Lateral Arquitectura. Las propuestas tenían que tomar en consideración los deseos de Irarrázabal: un espacio abierto, donde se pudiese caminar libremente, con una intervención arquitectónica sobria. El escultor, sin embargo, no fue parte del jurado, donde sí estuvieron, entre otros, Sebastián Gray, presidente del Colegio de Arquitectos, y el director del MAC, Francisco Brugnoli. "Estuve de acuerdo con marginarme, porque no soy experto. La verdad es que mis obras ya son como hijos que crecen, se van de la casa y hacen su propia vida. Por eso el parque se llamará Humano y no Mario Irarrázabal", dice.

Por ahora, las piezas seguirán adornando su patio y taller, donde cada cierto tiempo recibe a grupos de escolares de la comuna. Es parte del sello público que quiso imprimirle Irarrázabal a su obra, desde que en 1977 visitó Isla de Pascua. Antes de eso, el artista hacía piezas de pequeño formato, pero ver los moais lo conmovió y quiso intentar provocar lo mismo con su trabajo. Fue entonces cuando planeó sus proyectos de megalíticos para grandes espacios y en 1982 inauguró su primera mano monumental en Punta del Este, que lo hizo conocido fuera de Chile. En 1987 instaló la mano de Madrid y en 1992, la del Desierto de Atacama, su favorita.

¿Cuál fue su inspiración para el Museo Parque Humano?

Es porque tengo reticencia a los museos y siempre he querido que mis obras se aprecien con libertad. En 2009, con mi retrospectiva en el Museo de Bellas Artes, les dije a los guardias que se podían tomar fotos y tocar todas las obras; entonces más que guardias, ellos eran guías, estaban felices. Fueron unas 100 mil personas a ver mis obras y me di cuenta de que sí había un público interesado en la cultura. Ver tu obra convertida en un hito público y poético es la mayor de las gratificaciones. Con la Mano del Desierto no gané un peso, pero ha sido la ganancia más grande de toda mi vida.

Varias de sus obras han sido rayadas, ¿le asusta que pase lo mismo con las del parque-museo?

Sí y no. Hay que partir de la base de que necesitan mantención, pero uno se lleva sorpresas. A pesar de todas las marchas, mi escultura que está en República con la Alameda nunca fue dañada. Es cierto que la Mano del Desierto pasa rayada, pero no son rayados ofensivos, sino que la gente pinta su nombre como en un intento de hacerse parte. Me han dado ganas de dejarlas, de poner una escalera y que la rayen entera.

¿Habrá espacio para otros escultores en el parque?

La idea es que haya sólo obras mías, pero también me imagino un espacio para exposiciones temporales de otros artistas. En Europa son comunes los museos de autor, está el Museo Rodin, el de Henry Moore, de Chillida. En todos ellos logras meterte en su mundo, recibes mejor lo que te quieren comunicar.

Antes de formarse como escultor al alero del artista Waldemar Otto, en Berlín Occidental, entre 1967 y 1968, Irarrázabal fue seminarista. Estudió Filosofía y Arte en la Universidad de Notre Dame, EE.UU., y luego Teología en Roma. En 1969 volvió a Chile: decidió ser escultor y no sacerdote. Su obra se mueve en torno al quehacer humano, figuras en bronce de personas que se reúnen, discuten, son violentadas o se aman. También están sus manos, que reflejan las huellas del hombre en el mundo.

¿Ha recibido apoyo de sus colegas por la iniciativa del parque?

Ese un tema delicado, porque en Chile no existe algo como esto, sólo está el parque que tiene Federico Assler en el Cajón del Maipo, y que yo estoy convencido que debiera ser público y estar bajo tutela del Estado, porque es demasiado valioso. La situación de los museos también es compleja, ni siquiera tenemos un Museo de Arte Contemporáneo estatal y nadie habla de ese asunto. El Museo de Bellas Artes debería tener una exhibición de esculturas permanentes de Samuel Román, de Juan Egenau, etc. Es complejo, porque para mí ha sido un camino difícil y veo imposible que todos hagan el mismo esfuerzo que yo he hecho.

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