Mario Vargas Llosa gana el Nobel de Literatura por su aguda mirada al poder

<P> La Academia sueca sorprendió a todos al premiar al autor peruano, eterno candidato al galardón.</P>




Tenía 14 años cuando entró al colegio que le cambiaría la vida. Su padre lo metió a la fuerza al internado militar Leoncio Prado de Lima: quería que la disciplina marcial terminara para siempre con las aspiraciones literarias de Mario Vargas Llosa. Craso error. Ahí su hijo leería a Alejandro Dumas y Victor Hugo, iniciaría una carrera vendiendo novelitas pornográficas y, más importante, conocería "el verdadero Perú". Fue tan fuerte el paso por ese colegio que, 12 años después, Vargas Llosa usaría la experiencia para escribir La ciudad y los perros, la novela que lo situó en el mapa de la literatura hispanoamericana e impulsó, además, el boom latinoamericano. Probablemente fue bajo la disciplina militar que el escritor peruano forjó el temple que lo llevó a ganar el Premio Nobel de Literatura.

Después de varios años entre los supuestos finalistas, parecía que había pasado la hora para Vargas Llosa. Pero, ya se sabe: a la Academia sueca le gustan las sorpresas. A las 6.45 de la mañana, en el departamento de Nueva York del escritor entró una llamada desde Estocolmo: Peter Englund, secretario general de la Academia, le informaba que el Nobel era suyo. Vargas Llosa creyó que era una "broma perversa", pero 15 minutos después se anunciaba al mundo: el autor peruano había sido reconocido "por su cartografía de las estructuras del poder y sus incisivas imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota".

Figura decisiva de la literatura latinoamericana del siglo XX, el autor de Conversación en La Catedral ha sido uno de los más polifacéticos intelectuales de la región: dramaturgo, ensayista, periodista, director de cine y hasta actor de teatro, en 1990 llevó hasta las urnas su mirada liberal de la sociedad: desplegó una dura campaña por la Presidencia de Perú. Dos décadas después, Vargas Llosa aún es un referente para el pensamiento liberal latinoamericano.

"Espero que me hayan dado este premio por mi obra literaria, más que por mis opiniones políticas", comentó con serenidad el autor que en noviembre lanzará su nueva novela, El sueño del celta. Y agregó que siente "vergüenza" de recibir un premio que nunca llegó a las manos de Jorge Luis Borges.

A la cabeza del boom

A fines de los 50, las cosas no andaban bien para Vargas Llosa. En su familia todavía lo miraban mal por haberse casado con su tía política, Julia Urquidi, y después de vivir de una beca en Madrid, en París apenas podían subsistir. Había publicado un volumen de cuentos, Los jefes (1958), y estaba trabajando en su primera novela, mientras se ganaba la vida trabajando como periodista en la agencia AFP. En 1962 todo dio un giro: su novela La ciudad y los perros, una mirada a la sociedad peruana a través de un internado militar, ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral y Vargas Llosa saltó a la fama.

En 1966, ya separado de su tía y casado con su prima Patricia Llosa, el escritor se consagró con La casa verde, ganadora del premio Rómulo Gallegos. Al año siguiente Gabriel García Márquez publicó Cien años de soledad y el boom de los escritores latinoamericanos empezó a propagarse en el mundo: Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, José Donoso y Alejo Carpentier eran sensación en Europa y EEUU. "Gracias al boom, ya no hay fronteras en la literatura en español", recordó no hace mucho Vargas Llosa.

Después de Los cachorros (1967), el escritor lanzó Conversación en La Catedral, que abre con una frase ya paradigmática de las letras hispanas: "En qué momento se jodió el Perú". La novela, montada sobre un diálogo y varias historias paralelas, explora la dictadura de Manuel Odría en Perú a través de Zavalita, un universitario ex comunista, y Ambrosio, un colaborador de medio pelo del gobierno.

En Zavalita estaba Vargas Llosa: el escritor también había sido un universitario comunista. Aunque no demoró en rechazar el marxismo, inicialmente apoyó la Revolución Cubana. Se desencantó con visitas a la isla y, luego, con estadías en la URSS y Checoslovaquia. "Opté por Albert Camus frente a Sartre", dijo.

En 1971, cuando Fidel Castro encarceló al poeta Heberto Padilla por criticarlo ("actividades subversivas"), Vargas Llosa se situó contra Cuba, que tenía como aliados a García Márquez y Cortázar, entre otros. Pero la red de amistades todavía no iba a terminar. En 1976, cuando Vargas Llosa ya había debutado en la comedia con Pantaleón y las visitadoras, la amistad de los pesos pesados del grupo acabó violentamente: el peruano le pegó un puñetazo a García Márquez y terminó la magia del boom. El problema es aún un misterio, pero se especula que más que diferencias políticas, hubo un lío de faldas. Hasta hoy ninguno se refiere al otro. O muy poco: "No tengo mucho respeto por García Márquez", le dijo Vargas Llosa a The Paris Review en 1990.

De la palabra a la acción

En 1982 el escritor debutó en la novela histórica: en La guerra del fin del mundo, uno de sus más alabados títulos, narra la revuelta del pueblo Canudos, en Brasil, a fines del siglo XIX. Fanatismo religioso, pobreza, revolución y poder fueron tematizados por Vargas Llosa. Paralelamente, publicaba ensayos, dictaba clases en universidades del mundo y, hacia 1987, con Alan García en la presidencia de Perú, se lanzó a la arena política. En 1990 disputó la elección presidencial contra Alberto Fujimori. En segunda vuelta fue derrotado. Con 10 kilos de peso menos, volvió a París: "Escribo porque no soy feliz", dijo en esos días.

De su aventura política nació el volumen de memorias El pez en el agua (1993) y después publicó novelas como Lituma en los Andes, Los cuadernos de don Rigoberto y El paraíso en la otra esquina. En el año 2000 lanzó su última gran novela, La fiesta del chivo, en que narra los horrores de la larga dictadura de Rafael Trujillo en República Dominicana. Revisó su historia como lector en títulos como La tentación de lo imposible, sobre Victor Hugo, y El viaje a la ficción, sobre Onetti.

A la vez, Vargas Llosa desplegaba toda su energía como articulista contingente. La última vez que vino a nuestro país fue para apoyar la candidatura del Presidente Sebastián Piñera. Siempre, allá y acá, antes y ahora, mantiene una espartana rutina: el domingo los deja para sus artículos, mientras que de lunes a sábado trabaja sagradamente en literatura. No sale de su oficina hasta las dos de la tarde. Ayer, claro, no pudo escribir.

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