Más y mejor democracia




VUELVO a escribir sobre las razones que aconsejan reemplazar el sistema electoral binominal por un sistema electoral proporcional moderado.

En esta ocasión, quiero referirme a uno de los grandes problemas del sistema binominal: tiende a subrepresentar a los grupos emergentes de la sociedad. Este no es, en todo caso, un defecto exclusivo del sistema vigente en Chile. Se trata, en realidad, de uno de los costos que se pagan tanto cuando se adoptan sistemas electorales con distritos de baja magnitud (que eligen entre uno y cinco representantes por unidad territorial), como cuando se emplean sistemas de listas cerradas construidas por las directivas de los partidos.

Por el contrario, cuando existen distritos que eligen seis, siete o más diputados, se abren inmediatamente las oportunidades para que lleguen al Parlamento personas con menos conexión con el establishment.

Una mirada a la historia de Chile pre 1973 servirá para probar nuestra tesis. Partamos por la situación de la mujer. Del total de 888 diputados electos en Chile entre 1953 y 1973, sólo 41 fueron mujeres. De esas 41 ocasiones en que una mujer fue elegida diputada, ninguna de ellas lo fue en aquellos distritos que por aquel entonces elegían uno, dos o tres diputados. De esas 41, 40 lo fueron en distritos que elegían más de cinco diputados (comenzando por Inés Enríquez Froeden por Concepción en 1953, pasando por María Correa y Ana Eugenia Ugalde por el Primer Distrito de Santiago en 1957, Graciela Lacoste por Valparaíso en 1961, etc.).

¿Por qué sería esto? Muy simple: las directivas partidarias, todas masculinas, reservaban los distritos más chicos, con menos competencia, para los hombres. En los distritos más grandes, en cambio, existía la posibilidad de incluir mujeres en las listas, sin que ello significara reemplazar o amenazar directamente a un incumbente varón del partido de que se trataba.

El mismo fenómeno se reproduce en el caso de los jóvenes. Hay que recordar que un Luis Maira, apenas salido de la Fech, pudo ser elegido diputado por Santiago en 1965 sin que eso significara desplazar a viejos caudillos como Mario Hamuy. Del mismo modo, una juvenil Gla-dys Marín pudo llegar al Parlamento con, y no contra, Orlando Millas. Los entonces novatos Ricardo Hormazábal y Claudio Orrego entraron a la Cámara del brazo, y no a codazos, con el prócer insigne Bernardo Leighton en 1973.

¿Qué distinta es la situación actual de los Felipe Kast, los Giorgio Jackson y las Camila Vallejo? Llevados de un lugar a otro en función de la resistencia mayor o menor de los incumbentes, terminan dependiendo de su mayor o menor conexión con alguna directiva partidaria.

Chile necesita una democracia que les dé más espacio a las mujeres y a los jóvenes. Aun cuando una ley de cuotas es una medida que contribuye en esa dirección, nos parece que un sistema de representación proporcional moderado como el que viene proponiendo la actual oposición desde hace 25 años, además de sus otras ventajas en términos de competencia, permitiría renovar nuestro Parlamento.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.