Matías Pinto D'Aguiar: adiós a los caballos
<P>El artista de los 80 invita a presenciar en su taller del barrio Santa Isabel un anticipo de la exposición que inaugurará el 4 de agosto, en la galería Isabel Aninat. Luego de tres años sin exponer, muestra una veintena de espléndidos acrílicos que revelan la limpieza, austeridad, claridad y quietud con las que se asocia su obra a menudo. </P>
Matías Pinto D'Aguiar (53) reinventa la ley de gravedad en sus nuevos cuadros. En ellos, una enorme piedra puede rematar el tope de un edificio gaseoso y una escalera puede afirmarse en el vacío. Estas introspectivas y silenciosas pinturas, difíciles de analizar racionalmente, corresponden más bien a extraordinarias puertas de entrada a su mundo interior, a sus estados de ánimo. De ahí que apele a los espacios vacíos y la síntesis.
"La pintura es contemplación", apunta con un tono nada pomposo ni grandilocuente, algo difícil de encontrar en el discurso de los artistas chilenos. "Es mucho más el tiempo que pasas definiendo colores y formas, concibiendo equilibrios o mirando, que pintando. La pintura que me interesa tiene que delatar mi personalidad auténtica; si no, se transforma en algo que no eres. Si te dejas llevar por la moda, algo que puede ser muy tentador, quedas vacío".
Su taller tampoco tiene nada de solemne. Una cocina da paso a un enorme y luminoso galpón de paredes blancas, un jardín y un escritorio repletos de libros, catálogos de sus exposiciones antiguas (cuando la galería de Isabel Aninat se llamaba Plástica Nueva) y música en todos los formatos: vinilos, CD y hasta casetes de Pink Floyd, Lucho Barrios, James Brown, Chico Trujillo y Bob Dylan.
Esta vez, pinta paisajes donde casi no hay vestigio de figura humana ni caballos, uno de sus más célebres íconos: "La pintura es parecida a la poesía. A través de los años, he ido coleccionando símbolos que son reiterativos. En mi caso, los hits son bien pocos: caballos solitarios, árboles, piedras, escaleras. En mi memoria acumulo estas imágenes que luego voy introduciendo en mis obras".
A pesar de pintar paisajes, el artista tiene su taller en medio de la ciudad, en el barrio Santa Isabel, un sector tranquilo, donde también tienen sus estudios Samy Benmayor, Bororo, Gonzalo Díaz y Arturo Duclos. "Por 10 años tuve un taller y una casa en Pirque, pero la naturaleza me distrae mucho, me desconcentra", recuerda. "Como la pintura es un oficio muy solitario, me dieron ganas de ver a la gente, a los amigos. Me vine a Santiago a un taller en la calle Santa Victoria".
Preocupado de los temas sustanciales y también de los simples, sus obras corresponden a campos de luz y sombra, sutiles texturas y colores que parecen no representar nada importante, pero que involucran una gran carga emocional. "Mis pinturas son mi mundo. Puede ser ideal, el que uno aspira, con una luz prístina, un paisaje maravilloso y unas construcciones transparentes y, a veces, es más un atolladero, piezas encerradas, industrias, fábricas".
Pinto D'Aguiar es uno de los artistas chilenos más exitosos de la llamada generación de los 80, junto a Samy Benmayor, Bororo y Pablo Domínguez. Todos recuperaron el oficio del pintor, donde se nota la mano y el gesto del autor como respuesta al auge de lo conceptual. El nombre fue puesto a principios de esa década por Milan Ivelic, cuando aún era profesor de Arte y todavía no dirigía el Museo de Bellas Artes.
Su nueva exposición, confiesa, está cargada al gris en comparación con otras, quizá por la cercana muerte de su amigo Pablo Domínguez, en noviembre de 2008. "Fue tan inesperado. Además, era el más joven de todos. De los cuatro era el más bueno para la talla. Se hacía notar y siempre estaba animando la cueca. Sabía que estaba grave y no nos contó. Le bajó el perfil. Tenía sabiduría. Vivió tanto que estaba más preparado para la muerte".
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