"Mi abuelo el general"
Señor director:
Al leer la columna de Cristóbal Bellolio retrocedí 37 años y no quiero dejar que el silencio me envuelva una vez más. Respeto sus sentimientos, pero yo estuve ahí, conocí a su abuelo y pienso que el cuestionamiento a quienes participaron del gobierno militar y sus crímenes no sólo es político, sino también moral.
Su abuelo era edecán del Presidente Allende y yo una reportera que llegó a la Secretaría de Prensa de la Presidencia, a cargo de Frida Modak. Todos nos conocíamos, había una convivencia cercana, una amistad profundizada por la intensidad del momento político.
El 11 de septiembre todo cambió. Mi nombre apareció en un bando, me presenté al Ministerio de Defensa y quedé detenida. Inesperadamente, cuando me trasladaban al Estadio Nacional, un suboficial me hizo bajar del bus y me puso en libertad. Días después, la Junta llamó a los funcionarios públicos para que se presentaran. Fui al edificio de la Unctad (luego Diego Portales) alrededor del 17 de septiembre. Me llevaron a una salita del primer piso. Un señor me dijo que me iban a detener y me comentó que "arriba" estaba el ex edecán del Presidente Allende. Pedí que lo llamaran, pensando que él daría fe de quién era yo, porque me conocía trabajando para el Presidente.
El ex edecán militar, comandante Sergio Badiola llegó, abrió la puerta, me miró, no se acercó ni me habló, y cuando traté de preguntarle qué pasaba, cerró la puerta. A los pocos minutos llegaron carabineros armados con bayonetas y me llevaron a la Primera Comisaría. "Sospechosa de actividades extremistas. Trabajó con Frida Modak", decía el papel con la información proporcionada por el ex edecán.
No sé si el comandante Badiola supo que no me mataron, que nunca voy a entender por qué me entregó, y que vivo porque un teniente de Carabineros creyó en mi inocencia y me dejó salir.
Creo, aunque lo nieguen, que quienes estuvieron con la dictadura siempre supieron lo que ocurría: que mataron, dejaron matar y torturar a gente inocente y no dudaron en infligir dolor por el solo delito de pensar distinto.
Esa incalificable actitud -que no tuvieron el soldado que me bajó del bus camino al estadio, ni el teniente que me dejó salir de la comisaría- la tuvo quien me conocía y lo ocultó para seguir haciendo carrera en medio del crimen y el abuso. Esa actitud hace al ex edecán, que luego llegó a general, y a otros como él, cómplices de las violaciones y responsables morales de lo que ocurrió.
He tenido dudas de escribir esta carta, porque cuando se recuerdan estas cosas, algunos rasgan vestiduras y gritan "guerra sucia". Jamás la haría, porque nunca he sentido odio.
Guerra sucia fue lo que Chile vivió los 17 años de dictadura, ante los ojos de todos los que estuvieron con Pinochet y que aún son activos en política. Yo tuve suerte, estoy viva, mientras cientos de niñas como yo, de jóvenes, adultos y viejos murieron por el odio irracional y la cobardía de quienes creyeron que la violencia era la forma de cambiar lo que no podían cambiar en democracia.
En estos 20 años, la Concertación construyó una nueva sociedad, sin violencia política y con tolerancia. Pero digamos las cosas como son: los pinochetistas que están con el candidato de la Alianza tienen la moral herida de muerte.
Patricia Esquenazi
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