"Mi barrio en Constitución es ahora un montón de arena"

<P>La periodista de <B>La Tercera</B> Paula Riquelme creció y pasó gran parte de su vida en la ciudad que ahora se convirtió en la más devastada por el maremoto. En el momento de la tragedia se encontraba allí y presenció el violento ingreso del mar minutos después del sismo. Los edificios más importantes quedaron en el suelo y los cadáveres se acumulaban en las calles, mientras la falta de información angustiaba a los sobrevivientes. Cuando pudo regresar a Talca -donde vive con su familia-, se enteró que su casa también estaba en el suelo.




Viajé a Constitución el viernes por la tarde, junto a mi esposo Angel y mi hija, Licarayén. Ibamos a buscar a mi abuela, de 83 años, quien se iba a vivir con nosotros a Talca debido a los problemas de salud que la aquejan. Después de visitarla y acordar que el sábado regresaríamos todos juntos, los tres nos fuimos a la casa que fue de mi madre, ubicada a un costado del río Maule.

Pero en la madrugada del sábado, los planes de mi familia y de Constitución -la ciudad donde crecí y pasé gran parte de mi vida-, cambiaron radicalmente.

Estábamos durmiendo. Entonces, a las 3.34, fuimos lanzados fuera de la cama por una enorme fuerza ondulatoria. No nos podíamos mantener en pie. Mi esposo y mi hija se refugiaron debajo de la cama. Yo me puse bajo el marco de la puerta. Un primo, que también estaba en la casa junto a su familia, saltaba de un lado a otro y casi cayó por la escalera. Entre los dos nos afirmamos. El terremoto duró mucho, quizás dos minutos. Fue interminable. El ruido de las cosas cayéndose se mezclaba con gritos de la gente desde viviendas vecinas.

Cuanto terminó, subimos con mi esposo y mi hija a nuestro auto y arrancamos. En Constitución, todos sabemos que después de un temblor fuerte hay que arrancar. No nos cuestionamos la intensidad o la gravedad de la que estaba pasando: sólo huimos a los lugares más altos del pueblo. Alcancé a mirar hacia atrás y sentí algo de alivio al ver que las casas de mi barrio estaban de pie.

A la altura de la avenida El Dique, en las afueras de Constitución, una fisura en el camino nos impidió seguir. Tuvimos que volver y buscamos otras vías de escape.

Estábamos en eso, subiendo por un costado del río por la calle Echeverría, cuando el agua comenzó a inundar las calles: el cauce empezó a subir súbitamente y nos dimos cuenta de que algo muy malo estaba pasando. Siempre se dice que un tsunami se demora 30 minutos en gestarse, pero no fue así. En menos de 10 minutos ya había agua a nuestro alrededor. La luna llena permitía ver con nitidez lo que pasaba.

Nuestro vehículo -un Peugeot 205- comenzaba a subir una cuesta y nos alejábamos del plano de Constitución. En ese minuto pude ver que los tradicionales miradores a un costado del río caían uno tras otro mientras el agua crecía.

En el sector de Los Viñales, cerca de la carretera que une la ciudad con Talca -estaba cortada en varias partes- nos juntamos con más personas del pueblo. Sólo en ese momento pensé en cómo había escapado el resto de mis familiares. Recordé a mi abuela, quien apenas camina y puede ver muy poco. Eran casi las 4.00.

"Se resbalaban de las manos"

No sabíamos bien qué había pasado. Logramos sintonizar una radio de la provincia de Neuquén, en Argentina: hablaban de la situación e hicieron un contacto con Viña del Mar. Decían que había una emergencia de maremoto entre Colombia y la Antártica. Eso nos hizo pensar que tal vez la cosa no era tan grave y, al amanecer, decidimos volver a Constitución.

Bajamos por avenida El Dique y ahí nos dimos cuenta. Había autos y camiones arriba de las casas y botes pesqueros encallados en las calles. En la Plaza de Armas, todos los locales comerciales estaban en el suelo; la iglesia, destruida. Mucha gente también había regresado: gritaban nombres, como esperando una respuesta desde los escombros.

Mi hija y yo nos quedamos en la plaza y Angel regresó a la antigua casa de mi madre, caminando. Sólo pudo avanzar dos cuadras: después de eso no había nada. El antiguo barrio en el borde del río era ahora una playa de arena. Ni siquiera había escombros, sólo arena.

A pesar de esto, algo de la casa quedó en pie y Angel logró trepar por las ruinas y consiguió entrar al segundo piso. Rescató poca ropa, los celulares y documentos.

Antes de volver con nosotras, Angel miró hacía los puntos claves de la ciudad: la Gobernación Marítima no estaba, la casa de botes era un esqueleto y las dependencias de la PDI tampoco existían. Los barrios más acomodados, con casas firmes a un costado del río, se esfumaron. Después de 25 minutos de ver ese panorama, volvió a nuestro lado.

Mi esposo estaba desamparado. Un bombero se sentó a su lado para animarlo: "Tranquilo señor, nosotros hemos visto cosas peores. Mucha gente que tratábamos de salvar se resbalaba de nuestras manos por la furia del agua", le dijo.

Un carabinero nos contó que intentó salvar a una niña de cinco años, pero que la fuerza del mar que entró por el río se la arrebató. Otro bombero presente añadió que su cuadrilla de búsqueda ya había encontrado 20 personas muertas.

En la radio, la emisora argentina decía que en Chile había cuatro fallecidos.

Poco rato después me encontré en las calles con una de las constitutinas más famosas: Karen Roco, la campeona panamericana de canotaje. Me contó que estaba en la Villa Copihue, un barrio que está en un cerro frente al mar. Allí, después del terremoto, a las 4.00 vio una primera ola. Me dijo que el ruido era espantoso. Luego, una segunda marejada, de sur a norte, fue la que devastó la ciudad.

Más tarde, a las 6.00, llegó una tercera ola, que arrastró los restos de la ciudad. Constitución ya era un desastre.

Como periodista, he visto a veces la muerte en accidentes de tránsito u otras desgracias, pero la sensación de escapar de la muerte, para luego volver y enfrentarte a ella es terrible.

Entre la gente no había escenas dramáticas de dolor. Sólo miradas para evaluar lo que el mar se llevó.

En las calles, la gente que se encontraba no preguntaba "¿Qué se te rompió?", "¿Cómo viviste el terremoto?" o "¿Cómo quedó tu casa?". Preguntaban si todos los integrantes de la familia habían aparecido.

Talca en el suelo

Seis horas después del terremoto logramos dejar la ciudad. Nos quedaba muy poca bencina en el estanque.

En el camino vimos el jeep de mi primo con su familia. Allí nos abrazamos y compartimos nuestras experiencias. Todos agradecimos estar vivos.

Regresamos a Talca pasadas las 15.00. Mi casa estaba en el suelo. Eso nunca me lo imaginé. Era una costrucción firme. Ni siquiera pude entrar. Sacamos algo de ropa y nos fuimos a la casa de una amiga que nos acogió.

Ahora tenemos agua, pero no hay luz y racionamos la comida, ya que somos varias personas y aún no llega la ayuda.

Sólo el domingo me enteré de la situación de mi abuela: el día del tsunami, cuando quise volver a su casa después de la catástrofe, un carabinero no me lo permitió. Les pedí a los bomberos que acudieran, pero me dijeron que tampoco podían llegar. Treinta y seis horas después, en la municipalidad me dijeron que estaba albergada en una escuela. Aún no sé cómo sobrevivió.

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