Mi manifiesto: Claudio Bertoni, poeta, fotógrafo, artista visual
A mis 67 años, lo único que tengo es la rutina y me hace bien. Por ejemplo, no quiero salir de Chile. Me invitaron a España y no fui, a Cuba y no fui, a Argentina y tampoco. Es que no me subo a un avión. La primera vez que volé tenía 17 años. Yo iba muerto de la risa. Pero en el 69, saliendo de Madrid, volviendo a Chile, el avión subió y bajó, se caían las cosas. Terrible. Pensé que iba a morir. Me dije: "Claudio Bertoni, si tenís más de tres neuronas en la cabeza, no te vuelvas a subir a un avión". Y ahí se acabó.
Nunca tuve hijos. Siempre será un tema para mí, pero estoy feliz de no haberlos tenido. La sola idea de que un hijo mío se aprete un dedo en la puerta... no puedo concebir el dolor en los niños. Con muchas de mis parejas este fue un tema. No conozco ninguna mujer que no quiera tener un hijo.
Nací el 46, crecí en la calle Ramón Carnicer. Vivía en un edificio de cinco pisos, en el quinto. Ahí estuve hasta los cinco años. Y me enamoré por primera vez, de una mujer que vivía en la azotea del edificio: la señorita Teresa. Era rubia, 30 años. Yo tenía el íntimo deseo de que ella me besara en la cabeza, en la cara, en la frente. Yo le conté el sueño y me dijo: "Mírenlo al perla".
Mi padre es abogado. Berta, mi mami, estudió Leyes, pero no terminó, porque en el intertanto se casó y no logró terminar. Hoy mi padre tiene 97 años y está bien. Por ese lado, genéticamente son longevos.
A mi mami le dio un derrame cerebral a los 62 años. Al mes estaba muerta. Fue cuando yo llegué de Europa, el 76. De repente mi papá me llamó y me dijo que fuera para allá, la veo y estaba en el suelo, totalmente ida. La tomé en brazos y la cargué. Fue terrible.
Tengo dos hermanas, una mayor y una menor. No tengo la más puta idea de si eso tendrá que ver con mi relación con las mujeres. No sé si haber nacido en un ambiente mayoritariamente de mujeres me hizo proclive a la belleza y a las mujeres en general. Las dos cosas que más me conmueven en el mundo son la música y las mujeres.
Todos los movimientos que he hecho han tenido que ver con mujeres. Me fui a Europa porque la Cecilia Vicuña, mi pareja entonces, se había sacado una beca. Después me fui a París porque allí vivía la Brigitte. Volví por mi madre y aquí conocí a la Mónica y me quedé. Después vino este otro ser, una persona más joven que conocí.
A Sócrates una vez le preguntaron si había que casarse o no. El dijo: "Si te casas, te vas a arrepentir. Y si no, también". Yo nunca me he arrepentido de no casarme.
Llegué a vivir a Concón en el 76. Desde ese año que no me muevo de acá. He ido a Santiago, tuve una mujer que vivía por allá, pero yo seguía viviendo acá. Acá hay dos casas, pero originalmente era una sola. Cuando llegué acá me construí esto porque quería estar solo, pero eso fue recién el 80.
Yo no salgo a caminar por los alrededores de mi casa. Detesto a los perros. Hay un poema mío que dice "Perro culiao, me hizo cambiar de vereda". Y es así, tal cual. Me pongo a caminar y me topo con un rottweiler. Les tengo pánico. Pienso que ese perro me puede matar en dos segundos.
Una o dos horas al día trato de caminar. Si no salgo, camino aquí en el patio de mi casa, que es como una ele, un claustro cortado. Doy entre 200 a 300 vueltas por el patio, que son como dos kilómetros.
Yo no soy un político, pero sí una persona de izquierda de toda la vida.
Me fui a Estados Unidos con 17 años con una razón clara: el jazz. Yo quería ir a escuchar jazz. Siempre me gustó mucho la música. Años después, en 1972, me convertí en el percusionista de Fusión, la primera banda de jazz fusión en Chile. Tocamos en varias salas, en la Universidad de Chile, en el viejo Teatro Marconi, dimos conciertos. Eso duró un año, un poco más.
La frustración más monstruosa de mi vida es no haberme dedicado a la música. Cada vez que veo músicos haciendo lo suyo, sobre todo el blues, que es la mejor música del mundo, me doy cuenta de que ese era mi asunto y que simplemente no lo tomé. Me considero infinitamente más músico que escritor.
Mi primera cámara la tuve cuando estuve en EE.UU., por el 63 o 64, aunque la fotografía no significaba mucho para mí. Tenía una cámara para tomar fotos allá en Denver, pero las primeras fotos que consideré para mostrar como mi trabajo fueron los desnudos que hice desde 1973 hasta el 2008. Lihn tiene un texto que habla sobre algo muy cierto: a veces en mis desnudos no se sabe qué es qué. Así empecé a hacer fotos.
Ya estoy chato de hacer esas fotos que hice mucho tiempo. Ahora pienso que me molestaban las fotos de cuerpo entero u otras donde salía mal la mina. Son poquísimos los desnudos que me gustan, en realidad.
Hoy sólo tengo una cámara. Una Lumix chiquitita que me compré y que casi no se separa de mí. Adoro las máquinas digitales. Son baratas y puedes tomar 800 fotos que después guardas enchufándola a tu computador. Puedo tomar millones de fotos hasta que me muera y no gastaré ni un peso.
Todas las mañanas voy a Viña o Valparaíso. Lo hago para salir, distraerme, rozarme con gente. Voy a un café, escribo y leo. Antes de salir de mi casa cada mañana, lo más difícil es la selección de los libros que voy a llevar.
A veces sufro de fotofobia por las jaquecas que me dan siempre, y me acuesto temprano, sobre todo en invierno. Entonces desenchufo el televisor, apago las luces, y estoy en la cama como pajarito a las ocho o siete y media de la tarde y me duermo.
A mí me da miedo todo. En los más de 100 cuadernos que tengo escritos, la palabra que más aparece es miedo. Mi máxima paranoia es quedar como Gustavo Cerati. Eso es lo peor que te puede pasar. En ese estado, uno pierde la libertad incluso de matarse. Estás preso en tu cuerpo, en un purgatorio inimaginable. Ese es el infierno en vida.
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