Mi manifiesto: Coco Legrand, humorista




La ausencia de mi padre es el mayor trauma de mi vida, si es que así se le puede llamar. Yo era muy niño cuando mis padres se separaron.

José, mi padre biológico, era hermano de Gabriel González Videla, Presidente de Chile entre 1946 y 1952. Tengo pocos recuerdos, la verdad, era muy pequeño. Tuve la suerte sí de vivir muy cerca de mi tío, a tres o cuatro cuadras. Cuando tenía 12 años, recuerdo, me iba en bicicleta hasta su casa porque tenía piscina, y en ese tiempo muy pocos tenían una. Yo estaba fascinado. El era muy cariñoso, y mi padre se parecía mucho a él físicamente.

Yo estudié en el Liceo 7 de Ñuñoa, fiel a la tradición familiar, y donde habíamos todo tipo de cabros, de todos los rincones. Esa época nos abrió los ojos, nos hizo entender muchas cosas. Hoy lo veo de otra forma, pues antes la pobreza era más dama, más señora. Antes existía la despensa y hoy el sachet. Hoy, en cambio, la pobreza duele, las diferencias son enormemente más grandes.

Al que yo reconozco como padre no es al biológico, sino al segundo marido de mi madre, Amado Paredes, con el que se casó cuando yo tenía siete años. Mi viejo sí que fue un padre presente y estimulador, no como el hombre que me dio su apellido. El fue aserradero, constructor y luego, con mis hermanos mayores, formó Metalpar. Finalmente, a sus 80 años, nos sorprendió a todos con una viñera. El era mi Amado vino, vino Amado.

Me da miedo la vejez, terminar siendo un hombre invalidado. Eso me aterra.

Cuando joven quería estudiar teatro, pero la idea no fue bien recibida en casa. Tampoco me lo negaron. Sin embargo, me aconsejaron estudiar otra cosa, "el talento nunca se duerme", me dijeron. Y fue certero. Estudié diseño en la Universidad de Chile y luego me especialicé en matricería en Mississippi, Estados Unidos. Y a pesar de haber ejercido sólo un año en Citroën Chile, en Arica, me ha servido toda la vida. Pude desarrollar durante varios años las escenografías de mis espectáculos, diseñar mi teatro, mi casa, y así. Es una herramienta que he ocupado toda la vida.

La política nunca fue mi pasión, pero una de mis primeras actuaciones públicas en el Liceo 7 tuvo que ver con la lucha política estudiantil. Jorge Sánchez, que aspiraba a ser presidente del centro de alumnos, había preparado su campaña muy radical, pero a lo radical, con fiesta, abrazos y música. Ocurrió que su artista le falló y no tuvo otra idea mejor, en su desesperación, que empujarme al abordaje del escenario, y yo, más asombrado que agradado, sólo alcancé a decirle: ¡Qué hago, güeón!

Me gusta viajar harto. Voy mucho a Nueva York, a Las Vegas, a ver espectáculos y sacar ideas.

En Estados Unidos me llamaban el "wop", como decir bachicha, pasaba por italiano sin serlo. Muy pronto no sólo fui condenado sino delatado. Mis padres recibieron una carta de los gringos, donde me acusaban de haber entrado al baño de los negros, de haber invitado a comer a un negro, por vestirme de negro y por contar chistes de humor negro. Por suerte los idiotas racistas no tenían color, eran transparentes. Me expulsaron sin aviso de la pensión en la que vivía.

Me da miedo la vejez, terminar siendo un hombre invalidado. Eso me aterra.

Es bueno que haya varios intentando hacer humor en Chile. Sin embargo, esto es como el colesterol, hay buenos y malos. Apoyo los programas de televisión que intentan encontrar talentos, pues no hay institutos para ser simpáticos o universidades en las que te enseñen a ser chistoso.

Yo usé el humor para decir algo, creo que ese es el motor, si quieres matar ángeles, dispara pa' arriba, para qué vas a disparar hacia abajo o pa'l lado, si esos están a tu nivel.

Aún ando en moto, conservo mi grupo de amigos y de repente nos da la locura. La Gordi sigue siendo mi regalona, la misma con la que salí al escenario del Festival de Viña del Mar en 2006. Y tengo varias otras bautizadas, la Gladys Marín (roja, vieja, pero que mete ruido), la Pamela Díaz y la Gaudí, una que me regaló mi mujer para mi cumpleaños número 60 y que está decorada con mosaicos.

Compartí con Felipe Camiroaga cuando hicimos Ciudad Gótica, en 2003. El siempre fue muy cariñoso conmigo, y le propuse varias veces que trabajáramos en teatro juntos. El era muy bueno, pero estaba tan dedicado a lo suyo que no tenía tiempo. Me regaló una moto, una BMW 500. Es parte de mi colección.

Llevo más de 30 años casado con Magdalena, de 57 años. Mi mujer siempre me aconseja y motiva, aunque me tiene con la rienda corta. Ambos compartimos el humor. Ella también es una artista, siempre se ha dedicado a las artes manuales, sobre todo a la cerámica.

Hace un mes fui abuelo por primera vez. María José, mi hija, tiene 26 años, se casó hace poco y me hizo el mejor regalo de mi vida. Mi nieto se llama Franco Roger, y cada vez que lo miro me acuerdo de Nicolás, mi hijo de ocho meses que murió de muerte súbita. Prefiero decir "muerte en la cuna", como le dicen los gringos. Se parecen en los ojos, en la forma de la boca.

No siento concertación ni fusión ni acción, sólo hay paralización y confusión. Los nuevos jefes, líderes, presidentes, no presiden, sólo administran. Se expresan en una suerte de dialecto híbrido. Hablan en refranes, sus programas son genéricos, en lugar de entregar una imagen dinámica del país, de la sociedad.

En 10 años más me veo disfrutando de lo simple, siendo el mejor abuelo. Recién tengo un nieto, pero mis hijos ya están todos casados, y creo que pronto vendrán más. Me veo casado con mi familia, posiblemente, retirado del espectáculo (aunque ya nadie me lo cree cuando lo digo), pero lejos del humor nunca. Eso nunca, nunca se abandona.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.