Mi Manifiesto: Cristina Gallardo-Domas, cantante lírica
Mi madre pudo ser una gran cantante, tiene mejor voz que la mía. Sin embargo, los nervios la dominaban mucho y era incapaz de atreverse. Sí cantaba en la casa, grabó un EP con la RCA. Pero no más, no hubo forma de que hiciera a un lado esa adrenalina que le impedía cantar hermosamente como nosotros la escuchábamos.
En mi casa siempre se escuchaba música clásica, ópera y lo más popular era el tango. Eran gustos comunes de mis padres. Después mi hermana fue la más moderna, ella trajo el pop, Madonna, Michael Jackson. Yo me quedé en lo otro, en la música clásica.
Mi placer culpable es la tecnología. Me encanta. Tengo que estar al día con los teléfonos, las cámaras, las tablets. También la ropa y los zapatos. Tengo un sótano con cajas de ropa de las que me tengo que deshacer.
Estudié en el Liceo Carmela Carvajal. Allí, mi profesor de Música, que era también el director del coro, George Pinto, fue el que me terminó de descubrir, si se puede decir así. Yo había empezado a cantar con mi mamá un poco antes y tomaba clases particulares. Ese profesor me empezó a convencer. Me preguntó si no me gustaría dedicarme a eso profesionalmente, y que él se haría cargo de convencer a mis padres.
Recuerdo que yo aún era muy chica, existía el Cinerama, frente al cerro Santa Lucía, y estaba en cartelera La Traviata, de Zeffirelli. Fui a verla con mis papás y ese fue mi primer contacto con la ópera. Eso me produjo un algo. Un algo que te da palpitaciones, que te pone la piel de gallina.
A los 12 años yo tenía una voz rara. Cantaba distinto a mis amigos, a la gente de mi edad, en el coro del colegio. Ya tenía esa voz impostada, más lírica y operática.
Mi papá se negaba a pensar que esto fuera algo más que un hobbie. Dedicarse a la música era cosa de bohemios, no financieramente sustentable. Era esa generación, demasiado exigente. Cuando salí del Carmela Carvajal, traté de darle en el gusto y me puse a estudiar Enfermería y Arsenalería en un instituto. No llegué a terminar, porque fue cuando se me juntó con mi examen final en el Conservatorio. Al año mi papá volvió a insistir en que yo tenía que estudiar otra cosa. Estudié Inglés y Turismo.
Mi personalidad siempre fue sedentaria y con el tiempo me di cuenta que este oficio era de nómades. Primer conflicto existencial. Dudaba de irme, yo nunca había cruzado la frontera. Postulé a Europa y a la Julliard School, en Nueva York, que fue la primera que me aceptó para un máster. Para allá me fui. Ese mismo año, 1989, me aceptaron en el elenco nacional del Teatro Municipal para Madama Butterfly. Me habían dado el protagónico. Tenía 22 años. Fue mi primer rol.
Es difícil tener amigos en el ambiente en el que estoy. Puedes tener buenas relaciones, pero caen en el rango de compañerismo, de conveniencia, pero amigos como tales, no.
Pinto hace varios años. Me gusta el arte abstracto. Partí el 2008, a propósito de una artrosis cervical después de una larga y dura temporada de Madama Butterfly, que me hizo cancelar toda mi agenda. Estudié pintura en un taller de Bellas Artes, en Canarias, España. Estuve ahí seis meses. Pinto cuando me nace. Agarro un lienzo y pongo colores. En Chile ya he hecho dos. Uno que está en el living y otro que aún no cuelgo.
Tengo dos hijos. Romina, de 17, del primer matrimonio, y Esteban, de nueve, del segundo. La primera vez que me casé fue un desastre. Yo siempre quise ser madre y me costó quedar embarazada, pero la primera reacción de él fue "aborta". El era un italiano, manejaba restoranes. El matrimonio duró poco. El no quería ser padre.
En Francia conocí a Justo Garzón, mi segundo marido. En realidad, él me conoció primero. Es abogado y por esos años era miembro del directorio de la Opera de Gran Canaria. Viajaba por Europa viendo espectáculos y así es como llega a París, donde yo estaba con Turandot.
Lo nuestro empezó casi a fines de 2001. Yo tenía agendado un concierto en Chile. El me llamó justo antes de embarcarme a Santiago. Me dijo que quería verme. Le dije que si quería decirme algo, que fuera en Santiago. Hasta entonces no nos habíamos visto nunca de frente. Yo llegué a Chile, estaba en la recepción del hotel y de repente me cubren los ojos por la espalda. Era él. Fue el 25 de octubre de 2001, el día de su cumpleaños. Nunca más nos separamos. Nos casamos en el 2003, yo tenía cinco meses de embarazo.
Una de mis grandes pasiones son los caballos, aunque nunca practiqué la actividad ecuestre. Los encuentro majestuosos, elegantes e imponentes, pero en mi vida me he subido a uno.
Volvimos en enero de este año a Chile y no ha sido fácil; yo llevaba 23 años viviendo afuera.
Chile está muy distinto. No me siento actualizada con lo que es el Chile actual. Sé lo que ocurre, pero no me siento identificada aún. Justo siempre quiso vivir acá y le gustaría pasar mucho más tiempo aquí. Actualmente, pasa toda la semana en Brasil y viene los fines de semana. En Chile me siento como en otro país y eso es lo que más me desencaja.
En lo político, que si Bachelet, que si Matthei, que no sé quién… me tiene un poco aburrida. He notado sí que la forma de llevar las candidaturas ha sido bien agresiva, y en vez de proponer, pretenden descalificarse la una a la otra. Eso motiva muy poco a la hora de ir a votar. Me abstuve en primera vuelta y creo que si no decido de aquí a la segunda podría repetirse la historia.
Hay noches cuando canto en las que siento que todo es perfecto. Cantar me hace feliz. Esas noches las llamo de eclipse, porque son hermosas, extrañas y especiales.
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