Mi manifiesto: Ena Von Baer
Lloro harto. De rabia, de pena. No soy tan controlada como se cree. Creo que es bueno tener pena. La rabia me moviliza. Me produce energía.
Siempre supe que el cargo de vocera de gobierno era un trabajo prestado. Desde que asumes, sabes que en cualquier momento tu escritorio puede dejar de ser tuyo. Eso no quita que dejar la vocería me haya dado pena. Tenía expectativas, estaba haciendo cosas, era un trabajo que me entretenía mucho. Creo que Andrés Chadwick y yo somos voceros incomparables. Yo soy mujer, joven y traté de ser una vocera cercana a la gente. El es hombre, con 20 años de trayectoria política y con la misión encomendada por el Presidente de dar un enfoque político al gabinete. Insisto, incomparables.
Nací en Temuco, pero crecí en Gorbea, un pueblo chico a 50 kilómetros de la ciudad. Pleno campo. Todo el mundo se conocía y se saludaba. Eramos una familia extendida, vivíamos siempre con una abuela y a veces con las dos. Después nos trasladamos a Cajón. Allí vivimos mis cuatro hermanas, dos primos, mis papás y las abuelas.
En tercero básico decidí no ir más al colegio. Había aprendido a leer y, según yo, tenía las herramientas necesarias para vivir. Durante un año no me levanté de la cama. Al año siguiente, mi mamá decidió enviarme a la escuela de Cajón. Allí conocí la diferencia social en Chile. La mitad de mis compañeros eran de las comunidades mapuches.
De Santiago me encantan los parques. Con mi marido, como no teníamos dónde pololear, al ser los dos estudiantes de pensión, pololeábamos en las plazas chicas de Ñuñoa.
Durante años me moví en bicicleta. Todavía ando mucho en bicicleta. Los fines de semana voy al Parque Araucano y al Intercomunal con los niños. Mis hijos desde chicos cicletean. Me gusta andar en bicicleta y hacer trekking por todas partes: Villa Paulina, Peñalolén hacia arriba, Pirque.
Mi papá tiene un ritual dominguero. Al almuerzo, nos toma las manos y dice en alemán: "Qué bueno que estemos todos juntos y les deseo una buena próxima semana".
El charquicán con merkén es mi comida favorita.
Me gusta bailar con mi marido. Tomamos clases de tango. Ahora nos encanta la salsa. Si tocan un reggeatón, lo bailamos también. No es que perreemos como los jóvenes de menos de 20, pero en ningún caso nos vamos a sentar.
El gobierno no se enojó con las fotos sensuales que me sacó una revista. La política hay que despeinarla un poco. ¿Y qué mujer no sueña con que la pinten, la peinen y la vistan distinta? Si al final del día los políticos somos comunes y corrientes. No me siento la niña linda de la política, pero me llama la atención que se fijen tanto en la pinta de las mujeres. A nosotras nos preguntan por el vestido, pero nunca he visto a un hombre que le pregunten por la corbata.
Cuando eres vocera del gobierno es importante la imagen. Yo en mi casa me veo distinta. Soy de blue jeans y chalecos largos. Mi mamá me mira y dice: "Qué le hicieron a la Ena". Yo era despeinada, de aros largos. A mi marido le causa extrañeza esta Ena de vestido y taco alto. Para mí, entrar en política y salir a comprarme ropa fueron de la mano.
Me acabo de comprar patines. Mis hijos querían un skate y yo dije: tengo que salir a patinar con ellos. Mi sueño es subirme al par de patines y acompañar a mis hijos mientras andan en skate. Aunque me saque la mugre.
Llegar al Senado de forma electa es el camino más legítimo, sin embargo, en la vida hay momentos, contextos y opciones. Después de salir del gobierno, yo quise ver qué caminos tomar para seguir sirviendo a Chile. Me gusta legislar y estar en terreno. Soy una convencida de que necesitamos más mujeres y en este momento la UDI no tenía ninguna en el Senado.
No siento que la oposición no me quiera. Tengo muy buenos amigos en la Concertación, los conozco hace mucho tiempo. A algunos les pregunté si era buena idea asumir como ministra. Creo en la amistad cívica. Podemos estar en desacuerdo profundamente frente a un tema y ser amigos. Pero los ataques personales en política se están haciendo costumbre en nuestro país, lo que le hace muy mal a la política.
La primera vez que fui al cine fue como a los 12 años. Fuimos a una sala horrorosa en Temuco a ver Volver al futuro. Andaban ratones. La película era para mayores de 14, así que mi hermana me maquilló para que me viera más grande.
Me gusta mucho la cerveza. Todos los días me tomo una lata, enterita. No voy al gimnasio, asumo la ponchera, hay que disfrutar la vida. En el verano habrá que hundir la guata o usar trajebaño entero.
Me saco los zapatos en todos lados. Me crié a pata pelada. Es mi placer culpable y mi vergüenza. Lo hago en mi casa y en la oficina. De repente se acaba una reunión y yo me empiezo a agachar buscando los zapatos. Muchas veces me pasó que el Presidente llegaba a mi oficina y yo no sabía dónde había dejado mis zapatos y me ponía a buscarlos debajo del escritorio. Una vez un señor muy honorable me saludó en mi escritorio y me tuve que parar. No encontré los zapatos. Lo primero que hizo fue mirarme los pies. Era pleno verano. Ni siquiera llevaba calcetines.
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