Mi manifiesto: Hernán Rivera Letelier, escritor
Nunca me ha interesado la política, nunca he militado en un partido. La libertad para mí es fundamental. Nunca he estado en algo que me imponga reglas, normas, estatutos. No uso reloj, corbata o tarjeta de crédito. Nada que me ate a nada. Apenas los cordones de los zapatos.
Pensando en mi infancia, fue el desierto el que me marcó. Yo viví mi infancia en un campamento de tres calles, en medio de la nada. Todo el desierto era nuestro patio. No había nada que te tapara la vista. Podías ver la libertad y nos sentíamos libres. Fue tanto, que cuando grande pedí que me mandaran a la mina. Nadie quería ir, pero yo sí, quería sentir la libertad de la mina. Ver amanecer y atardecer allí era increíble.
El silencio del desierto lo llevo en mí. Soy un convencido de que en este planeta hay tres paisajes para encontrarse con uno mismo, para encontrar el alma, como dicen los poetas: el mar, el desierto y la cordillera. El que se cría en el desierto lleva el silencio adentro. Yo, cuando era niño, me iba solo a los cerros. Me gustaba la sensación de planeta abandonado.
Me choca Santiago. Es una ciudad histérica. Hago lo que tengo que hacer y me voy rápido. Eso de andar apurado por las calles, a codazos, el ruido de las bocinas. Y el esmog.
Me encanta recordar cosas. Soy un convencido de que nosotros estamos hecho nada más que de pasado. No de presente ni futuro. No creo, eso sí, en vidas pasadas ni en las reencarnaciones. Esos que creen en la vida eterna a mí me dan risa, porque un domingo en la tarde se mueren de aburrimiento.
La relación con mis padres era buenísima, pero lamentablemente los perdí muy joven. A mi mamá la perdí cuando yo tenía nueve años. Creo que la picó una araña. Ella tenía 38 años. Mi papá se fue cuando yo tenía 23, se lo llevó la silicosis. No alcanzaron a ver que su hijo escribía libros y hubiera sido un orgullo. Mi papá era analfabeto. Esa es la gran pena que llevo, que nunca supieron.
Yo bailo. Cuando estoy mucho rato escribiendo, cuatro o cinco horas, o estoy escribiendo y no sé qué sigue, me paro, pongo música en el computador y me pongo a bailar solo. Bailo música de los 60, rocanrol, twist, los Beatles. Yo fui campeón de rocanrol, twist y cumbia cuando joven en la pampa. Me sirve como terapia e inspiración. Por eso mi último libro es la historia de un bailarín.
De chico era callado, me daba vergüenza hablar. Estoy marcado por las tres S de los tímidos: solitario, silencioso y soñador.
Veíamos las noticias en la pantalla del cine. Ahí vi que en el mundo estaba naciendo una revolución juvenil increíble. Jóvenes abandonando todo, fumando hierba como locos, con la guitarra al hombro. Yo tenía 19 años y no conocía nada más que la pampa. Me rebelé y me fui a la revolución de las flores. No tenía un peso, pero el mundo era mío. Pasé cuatro o cinco años así. Fue mi viaje iniciático.
Llegué a Bolivia, Perú, Argentina, recorrí Chile tres veces. Hubiera continuado, pero me pararon un día de septiembre de 1973. Regresé a la pampa, a la mina. Pero después de la pega ya no me iba a la cantina a tomar con los viejos, me iba a escribir poemas.
No le mostraba esos poemas a nadie, no podía decir que escribía versos. Era de maricones eso. Pero mandé un poema a un concurso de Santiago y gané. Salí en los diarios. Un día estaba en la mina, pasó un camión con mineros y todos me gritaron: "Buena, Gabriela Mistral". Después pasé al cuento, un par de años, y después a la novela.
Me vacuné contra la religión cuando niño. Me llevaban a la iglesia, cantaba, rezaba, pero nunca creí en Dios ni en los ángeles. Soy un descreído. No sé por qué, si toda mi gente creía. Venía en mi ADN. Creo que las religiones vienen podridas de adentro. Yo no creo en Dios, pero El sí cree en mí y me quiere mucho.
A los 28 años saqué mi 7º y 8º básico. No sabes la alegría que sentí. Después saqué la enseñanza media en dos años. No entré a la universidad, porque estaba casado con hijos.
Hay un viejo al que admiro y estuve en su casa hace 30 años: Nicanor Parra. Lo conocí cuando yo no era nadie, cuando hacía poemas. Me invitó porque le dije que era de la pampa y que él era el culpable de que yo estuviera en el forro que es la poesía. Gracias a Parra me di cuenta que no era menester usar esas palabras siúticas de los poemas. Antes de Parra yo pensaba que si un poema no tenía la palabra "crepúsculo", no valía.
El mejor consejo me lo dio Parra. Antes de irme, le dije que para triunfar en la poesía había que ser un Neruda, Parra o Mistral. El me miró y me dijo: "Muchacho, para triunfar sólo tienes que escribir distinto". Me fui pensando qué me habrá querido decir y nunca lo supe hasta que me senté a escribir La Reina Isabel cantaba rancheras.
Tengo más de 40 diccionarios temáticos: de bichos, refranes, sexología, todo. Soy amante de las palabras.
Colecciono toros. Me encanta la imagen del toro. Me da la sensación de fuerza. Me han pintado, esculpido y regalado toros.
Creo que sí soy pretencioso, pero nunca me compro ropa. Todos saben que si me invitan a algo, voy a llegar con una chaqueta y un blue jean. Hasta en La Moneda he estado vestido así. Odio comprar.
He sentido el clasismo en escasas ocasiones y con personas que no valen la pena. Con Edwards o Lafourcade no me va ni me viene que me miren en menos.
Más allá del mundo literario, Chile sí es clasista, pero yo nunca he querido mezclarme con el otro mundo. Mantengo mis viejos amigos. Supieras la cantidad de invitaciones a cenar que tuve cuando me hice conocido. Intendentes, alcaldes. Pero se aburrieron de invitarme, saben que no voy a ir, porque no me gusta codearme con el poder. Odio ese mundillo. Un tipo con una cuota de poder se cree semidiós y mataría a su mamá por mantener ese poder.
Mi lugar preferido en Chile es mi Antofagasta, porque es mi hábitat. Ahí me siento bien. Voy todas las mañanas al mismo café. Si es que el paraíso existe, es una calle con cafecitos, sentado viendo pasar mujeres.S
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