Mi Manifiesto: Ramuntcho Matta




No hay nada que hoy quisiera decirle a mi padre (el pintor Roberto Matta). Siempre le dije todo. Matta se demoró tres años en morir, entonces nos dijimos adiós tal vez 20 veces. El no fue perfecto. Fue una persona, como cualquier otra.

De mi infancia nunca olvido una sensación: la mezcla de flojera con aburrimiento. No era un niño activo. Era una persona solitaria, sin amigos. Creo que fue buena esa sensación: la lata da paso a la imaginación. Nosotros éramos una familia pobre. Hasta los seis años vivimos en el campo, en Francia: en un departamento con una sola pieza. Sin plata ni televisión. Mi hermana Federica y yo dor- míamos en el clóset. En una cama, patas para arriba, patas para abajo.

Las cartas que me enviaba mi padre, las cuales he recopilado recién en un libro, Matta las mandaba porque sentía culpa de estar lejos de nosotros. Yo se las respondía en papel: el teléfono no era común y el e-mail no existía. Incluso hoy me gusta esa fórmula. El e-mail es falso: no tiene emociones. Mi padre me escribió cartas desde que yo tenía siete años. La última fue cuatro meses antes de morir. En el libro dejé fuera las que contenían información confidencial de él. En algunas de esas misivas, él compartió conmigo su visión de la muerte y la responsabilidad que yo tenía de mantener su legado.

Hacerlas públicas ha sido clave: esas cartas muestran que no es fácil ser niño y que es muy duro ser padre. Es una relación que se construye todos los días. Cuando los hijos crecen es aún más complejo: ya no escuchas a un niño, sino que a un personaje que a veces no es lo que tú esperabas. Matta decía que no era buen padre. Con las cartas trató de ser lo más bueno que pudo.

Chile podría ser un modelo de sociedad interesante. Hay buenas ideas, pero es una sociedad muy conservadora. Tiene muchas potencialidades: buena poesía como herramienta de cambio; su naturaleza es increíble. Podría ser modelo de ecología para otros países. Pero tiene los más estúpidos y especulativos empresarios. Y políticos muy tontos: piensan que un país crece sólo económicamente, cuando la economía es la periferia de la sociedad, no el motor. La potencialidad del país se está tirando a la basura.

Entre Santiago y París, la mayor diferencia es la democrática manera de transitar en la capital francesa. Aquí, si eres pobre puedes moverte fácilmente. Existe en París un sistema de transporte muy eficiente.

Nunca pienso en los momentos más duros de la vida, porque no sé lo que pueda pasar mañana.

No siento un peso por ser hijo de Matta. Sí un deber positivo: la responsabilidad de transmitir su memoria.

La relación con Germana Matta (la viuda de su padre) es complicada. Las relaciones tienen algo de ilusión. Si quieres tener una buena relación con alguien debes construirla. Matta generó dos ilusiones distintas. La de Germana y la mía, que aún no se han encontrado. Hoy nos comunicamos, pero sólo sobre cosas prácticas. Ella es una persona muy sensible y frágil. Es duro ser la mujer de un famoso. Entiendo su dificultad, pero si yo hubiera sido ella, me hubiera sentado con todos los hijos de Matta a conversar sobre un proyecto común para honrar su nombre.

La obra más importante de Matta soy yo. Lo que mi padre me dio fue mucho más que las cosas materiales que dejó.

El mejor viaje de mi vida es el que hago todos los días en mis sueños. Allí, no hay policías ni jet lag y no debo ir al aeropuerto. Aunque mi viaje a Atacama, en 2007, fue bastante ejemplar. Es un lugar mágico: sientes como la fuerza de la tierra entra al cuerpo. Chile representa la exploración de mis raíces.

La diferencia entre mi arte y el de Matta es que el mío habla por sí solo. Mi arte es muy simple. Permite descubrir que nada de la vida es sencillo. Si miras mi obra piensas que no es arte. El trabajo de Matta es complejo. Yo genero situaciones: mi próxima exposición, en agosto, será en un bosque en Italia. La gente deberá robarse los cuadros. La idea es crear una experiencia.

Mi sueño frustrado es haber sido mujer. Debe ser fantástico: son las señoras quienes tienen el poder. Los hombres son pequeños mosquitos que quieren demostrar, de alguna manera, su fuerza.

Lo que más odio es la gente que puede cambiar el mundo y no lo hace. Gente que pone su plata en las islas Caimán, en vez de invertirla en educación. Gente que no paga impuestos, cosa que sucede mucho en Chile. Los que compran departamentos en Miami... es lo más estúpido que he visto en mi vida. Y el celular, porque eres un sirviente de todos.

Mi relación con la muerte es cercana. Tengo dos hermanos que murieron. Cuando murió el segundo, su mejor amigo me llamó de Nueva York para decirme que debía visitarlo, porque desde ese día yo tenía un nuevo hermano. No me da pánico la muerte. Después de ella creo que existe pura energía.

Mi película preferida es A woman under the influence, de John Cassavetes, porque muestra lo horrible que es la sociedad.

El rincón francés que más me gusta es Lizieres, el centro cultural que construí cerca de París. Es un lugar donde se realizan desde creaciones artísticas, hasta acciones corporales, como yoga. Allí, el cuerpo y la mente se encuentran. La idea es replicar el centro en Chile.

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