Mi Manifiesto: Roberto Méndez, director de Adimark




Mi primer recuerdo es yendo por primera vez al colegio San Ramón, una institución pequeña que ya no existe y que quedaba detrás de la Iglesia de la Providencia. Mi papá me llevó caminando y me dejó con las monjitas. Unos años más tarde, en sexta preparatoria, me cambié al Verbo Divino.

Siempre quise ser profesor de Castellano. Era algo inusual en mi colegio, donde todos querían ser abogados e ingenieros. Yo era más romántico y me gustaba la literatura.

Mi papá fue una persona muy cercana para mí. Era muy exigente. Mi recuerdo de joven es tratando de complacer a mi papá. El tenía una mirada muy crítica de mis estudios, mis notas, mis pololas. Me decía que todo lo que yo hacía era mediocre. A los 14 años me hizo leer a Tolstoi y los clásicos. Finalmente, me fue bien en lo académico y me titulé de doctor en Stanford. Ese día mi papá me dijo: "Me alegro, yo pensé que había tenido un hijo mediocre".

Tengo mis obsesiones en salud. Tomo mucha vitamina C desde que era estudiante. Conocí a Linus Pauling, quien recomendaba tomar altas dosis de Vitamina C y yo lo sigo. Consumo 8.000 mg diarios. No me atrevo a contarles a los médicos.

Estudié y sigo estudiando piano. Mi dilema era que podía tocar el piano, pero no tenía el talento suficiente para dedicarme a ser pianista. Hoy me gusta tocar el piano, me relaja, y ya no me importa no ser Claudio Arrau. Toco música popular, bajo música del computador, compro partituras.

Siempre me gustó medir el tiempo, la presión atmosférica, medir todo lo que estaba a mi alcance. Mi interés por la opinión pública nació en la Universidad Católica, en un curso de Manuel Cruzat. Me fascinó la idea de que uno pudiera medir las opiniones de la gente, lo que hace. Pensé que hasta el amor se puede medir, sólo falta inventar el instrumento. Con esa idea partí a estudiar a Estados Unidos.

Siempre he tenido una posición política independiente y en algún momento más cercana a la DC. Me incomodaba el modelo del gobierno militar. Cuando llegué de Estados Unidos en 1975, Miguel Kast me invitó a trabajar en el gobierno y yo no quise. El lo tomó muy mal. Se enojó, porque encontró que era una falta de lealtad que un economista de la UC no se uniera al gobierno junto con el resto de la gente joven que sí lo hizo.

El comienzo de Adimark era para hacer estudios comerciales: shampoo, detergentes, bancos. Hasta que a mediados de los 80 hubo una apertura, se preparaba el plebiscito. Se permitió realizar encuestas de opinión. En 1984 hicimos la primera encuesta y el gobierno salió muy mal parado. Esos resultados los presenté en grupos privados, hasta que me llamó Sergio Onofre Jarpa, porque Pinochet quería hablar conmigo. Fui a La Moneda con un proyector de transparencias. Esperé 20 minutos hasta que llegó Pinochet. Me temblaban las piernas.

Las autoridades me ven como un clarividente de la sociedad. Me regalaron hasta una caricatura vestido de brujo con una bola de cristal.

Lo entretenido de mi trabajo es que uno aprende a mirar donde otros no ven: qué comen, cómo se ven, problemas con la apariencia, eso nos habla de aspiraciones y frustraciones. Yo me sorprendo de todo lo que piensan los chilenos. Por ejemplo, si somos conservadores o liberales. No son mundos distintos. Los mismos que son ultraliberales, a la semana siguiente le hacen manda a la Virgen del Carmen.

Me compré un campo en María Pinto. No soy agricultor, porque no vendo, pero me dedico a cultivar hortalizas. Planto lechugas, tomates, habas, ají, zapallo. Tengo hasta un gallinero que produce huevos. Me encanta comer básicamente lo que uno produce. Más adelante quiero irme para allá.

Me gusta mucho cocinar, también he estudiado: vivo comprando libros en Amazon. Mi cazuela de vacuno es la mejor de Chile, según la opinión de mis invitados. Me gusta comer lo que yo preparo, no soy amigo de los restoranes. Me gusta a mí elegir los ingredientes y cocinar.

Tengo una obsesión por la información, veo internet todo el tiempo, leo todos los diarios chilenos. Pero de repente me dan ganas de no tener idea de nada, de retirarme y dedicarme al campo. A veces me siento obligado a tener opinión de todo. Es cansador.

Leo menos de lo que quisiera. En la universidad tenía una obsesión por ser un intelectual, me hacía listas de autores para estar al día. A los 30 años estuve cerca de estar al día en las escuelas literarias. Trataba de estar al día con los grupos musicales que iban saliendo. Pero lo fui abandonando. Ahora no hago ningún esfuerzo por mantenerme al día, leo lo que me interesa. Si a las 20 páginas un libro no me convence, lo dejo de lado sin remordimiento. Estoy leyendo La barrera del pudor, de Simonetti, que me gustó mucho.

Un 70% de los chilenos cree en la resurrección. Yo creo en Dios, que interviene en la historia de las personas. Tengo fe que es una fuerza presente en la vida de la gente. Creo que nosotros somos parte de su plan y los talentos humanos son parte de ese plan. Mi talento fue haberle puesto números a la política, como me dijo mi padre en su última etapa.S

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