Mi nombre es Juan González
Sobrevivir con un nombre que comparten 12 mil personas no es fácil en una sociedad que valora la diferenciación. Tienen que ser pacientes, precavidos, algo desconfiados y jamás responder al primer llamado. Acá, 15 Juanes González cuentan cómo lo logran.
NO es cualquier nombre. Puede ser común. Repetido. Poco original. Sí. Pero que sea así como un nombre cualquiera; de esos que dan lo mismo, y bien uno lo tiene y bien no. No. Llamarse Juan González no es poca cosa. Porque un Juan González piensa antes de responder "sí, soy yo". Porque un Juan González tiene que estar probando más veces de las que se puedan contar que él es él...
...Y no uno de los otros 11 mil y tantos hombres que se llaman como él.
Pero ninguno de los padres de cada uno de los cerca de 12 mil Juan González que existen en Chile pensó lo que se venía cuando hizo lo que hizo. Ni siquiera en los 90, y después, cuando el ansia por la diferenciación y la individualidad nos inundó y como sociedad partimos buscando para los hijos los nombres que les dieran una identidad propia. O mejor, los nombres que en sí mismos tuvieran la suficiente personalidad para reforzar alguna eventual falta de carácter futura del niño en cuestión. Y así fue que nos comenzamos a llenar de Nicolases, Sebastianes, Lucianos, Raimundos, Brianes y Jonathans, y nombres por el estilo.
Pero no. Los padres de los Juanes González por gusto, tradición, falta de creatividad o simple porfía, convirtieron su creación (nombre+apellido) en la más común en el país (cerca de 12 mil), de acuerdo con un estudio encargado por La Tercera a los investigadores Christian Hernández y Félix Navarro de la ONG Incentiva y del sociólogo Juan Pardo, sobre la base del padrón electoral proporcionado por el Servel. Ahora, si a esos mismos padres (que más que muchas veces se llaman como sus hijos) les diera por la teoría de que la cantidad es signo de acierto, se encontrarían con que en Google, esa combinación aparece con 581 mil resultados, solo en Chile. Y con 1.952 en las páginas blancas.
Se enterarían, además, de que hay dos canciones dedicadas a Juan González y dos futbolistas con ese nombre. Y que en Santiago, Coquimbo, San Antonio, Coronel y Puerto Montt hay calles que se llaman así. También que en Googlemaps aparecen 470 empresas, proveedores o razones sociales que consideran ese nombre y apellido.
Así de hartos son.
Pero así de harto, también, se topan. Y las coincidencias para estos "hijos de Gonzalo" (el apellido es patronímico, es decir, deriva de un nombre) que se llaman Juan, no siempre son gratas. Aunque después se superen con risa. Porque convengamos que debe ser difícil mantener el buen ánimo cuando otro que se llama como uno tiene orden de detención y en pleno aeropuerto no hay quién crea que uno no es ese otro con abultado prontuario. Tal como le ha pasado a Juan Gilberto González Valdés (53). O peor, debe costar mantener la actitud de "no me importa" cuando a uno le anuncian que ha ganado un subsidio habitacional, y mientras se desata la celebración de chayas y serpentinas dentro de la cabeza, alguien le dice "perdón, no es usted, es otro Juan González ". Como le pasó al guardia de seguridad Juan Francisco González Poblete (56).
Duro ¿no?
Es que eso les pasa a estos hombres. Que más que vivir con el nombre, han aprendido el arte de sobrevivir llamándose como se llaman. Sobre todo si se tiene en cuenta que los González, en Chile, alcanzan a 335 mil. Y no intente hacer los cruces: definitivamente no son todos parientes. Una realidad similar a la Argentina y Paraguay (solo cambia la cifra); y a la de Venezuela, donde son el segundo apellido más común. En España, de donde vienen (el punto de origen encontrado por investigadores españoles para el apellido está en las montañas de León, en Asturias o en la provincia de Huesca), son los terceros. Y en Facebook son el noveno apellido que más se repite.
En ese escenario, tener un nombre así es un desafío, dice Adriana Palacios, sicóloga social de la U. del Desarrollo. Se aprende a desarrollar personalidades más llamativas, comenta Jorge Sanhueza, decano de Sicología de la U. Adolfo Ibáñez. Y si se llama Juan González, ojalá no esté casado con una María González. El nombre -por lejos- más repetido en mujeres.
Un Juan González nunca se olvida de que el suyo es el de muchos
Juan Gilberto González Valdés -así, completo, para evitar malos entendidos- supo realmente lo que significaba la comunidad de los Juan González a los 18 años. Cuando dio la PAA. "Fui a reconocer sala, y de los 40 inscritos, éramos 33 con el mismo nombre y apellido... La pobre mujer que estaba a cargo del proceso en la sala, se empezó a tupir", recuerda este peluquero, que aprendió muy joven que nunca le pedirían que deletreara su nombre porque no se entiende y que siempre alguien diría que conoce a otra persona que se llama igual que él.
También lo aprendió Juan Fernando González Martínez (56), que tiene el mismo nombre de su abuelo, de un tío, de un primo, del hijo de ese primo, y de su propio hijo. "Usamos sobrenombres para diferenciarnos. Yo soy 'el chico' González y mi primo 'el chiquillo'. Desde el colegio que sé que tengo un nombre común", relata este funcionario de la Fach.
En estos hombres, muchas veces la necesidad de diferenciación -o el simple sentido práctico- los hace "rebautizarse". "Es bastante común que se usen diminutivos y nombres familiares", explica Mónica Peña, sicóloga de la U. Diego Portales. Como el ingeniero Juan Patricio González Marchant (64), quien durante mucho tiempo fue conocido como "chico Marchant". O como Juan Francisco González Vassallo (49), que es conocido como "el pintor", en honor al famoso artista con quien comparte nombre. "Me lo tomé en serio, de hecho le puse a un perro que tuve 'Brocha' y a un conejo 'Pincel'".
Un Juan González nunca reniega de ser Juan González
Ahora, una cosa es propiciar que a uno lo llamen el "chico" o el "flaco", y otra distinta es pasar a llamarse Juan Muñoz (el segundo apellido más frecuente en Chile, llegan a 270 mil; después están los Rojas y Díaz, que suman 152 mil y los Soto, 135 mil). Y en esta materia, ninguno de estos hombres está por el cambio radical.
Le pasa a Juan Fernando González Olivares (23), que "como a los 13 años quería hacerlo por lo común que me parecía. Aunque al final corté por lo sano: todos me conocen como Juanfer". Y también le pasa a Juan Enrique González Herrada (40), "Kike", quien junto a su hermano barajó usar su segundo apellido, pero al final, lo que ya está, ya está: "Lo pensamos, pero ¿para qué, si somos lo que somos?".
Es que en ellos pesa la historia. Y no precisamente la que tiene que ver con el primer Juan González que llegó a Chile junto a Pedro de Valdivia (ver recuadro). Es la historia personal. "Tienen un nombre común que para ellos no lo es tanto. Piensan: seremos González pero somos nuestros González", comenta Héctor Cavieres, director de sicología de la U. Católica Silva Henríquez.
Y si no es por eso, será por agradecimiento que no se quieren cambiar el nombre. Juan Antonio González Cubillos (81) lo vivió hace mucho. Antes de ser quien es, fue Juan Cubillos Cubillos, un niño con ese doble apellido que siempre le recordó a sus compañeros de colegio que había que molestarlo por ser hijo de madre soltera. Cansado, le pidió a su padre adoptivo que le diera su apellido. "Este señor era González. Recién a los 15 años empecé a ser González Cubillos y me empecé a topar con muchos con mi nombre. Es muy común, pero a mí no me importa; ellos me ayudaron a que me dejaran de llamar huacho. Me dieron una identidad, que si bien puede ser común, me gusta".
Pero esto de asumir viene de antiguo. Después del primer Juan González que apareció por estos lados, hubo otros tantos de los que se tiene registro. Uno de ellos fue Juan González Gutiérrez de la Rosa, militar español radicado en Colchagua a inicios del siglo XVII, tras pasos por Perú y La Imperial y Angol en Chile. Otro fue Juan González Campo y Cáceres, maestre de campo, del Ejército casado en La Serena en 1665. Siglos más tarde aparece Juan Antonio González Palma, diputado en dos períodos diferentes y uno de quienes firmó la Constitución de 1822. También aparece Juan Ignacio González Eyzaguirre, arzobispo de Santiago entre 1908 y 1918. Juan Bautista González Reyes, diputado por Arauco, Lebu y Cañete entre 1921 y 1924. Por último, Juan Francisco González Escobar, uno de los cuatro grandes maestros de la pintura chilena.
Así, nomás, con los Juanes González.
Un Juan González debe tener más paciencia que otros
-Aló, ¿está Juan González?
-¿De parte de quién?
- De Juan González.
Eso y el cobro de cuentas ajenas, solicitudes de Facebook preguntando "¿eres el Juan González de…?", enredos con exámenes médicos y dificultades al revalidar carnés o pasaportes. Es decir, una serie de sistemáticos ejercicios de paciencia que terminarían exasperando a un ciudadano común y corriente. Pero no a uno que tiene un nombre común y corriente.
De eso da cuenta Juan Nemesio González Ortiz ( 71). Un docente de Carabineros que ya dejó de contar las veces que ha ido al Boletín Comercial para aclarar deudas a su nombre que no son de él. Y sabe más aún el comerciante Juan Carlos González Díaz (59), que pasó más de seis horas intentando explicar en el paso fronterizo Los Libertadores que él no era el Juan González prontuariado. Lo mismo que el ingeniero ambiental Juan Patricio González Morel (49), quien, por su trabajo, viaja mucho al extranjero: "El problema con tener un nombre así es que estás fichado en la lista negra de Estados Unidos y cada vez que entro por el aeropuerto de Miami, termino con una ronda de una hora de interrogatorio".
O Juan Armando González Vergara (53), trabajador en informática, a quien lo fue a buscar la PDI a su casa en Providencia por la deuda impaga de pensión alimenticia de otro que, obvio, se llama como él.
Un Juan González está preparado para sorpresas poco gratas
Todos sobrevivimos como podemos. Ninguna sorpresa. Pero, claro, hay veces que pareciera que las situaciones vienen con un poco más de saña, y ahí es cuando los de iniciales J.G. se comienzan a preguntar si lo que queda es reírse o sentarse en la vereda a despotricar... La mayoría se ríe (aunque quizás no en ese momento).
La filosofía de superar las sorpresas es general. De hecho, ahora, Juan Emilio González Aburto (47) cuenta lo que le pasó como si nada. Y eso que tuvo un viaje a Miami casi en sus manos. Después de participar en un concurso por el premio a esa ciudad de Estados Unidos, donde anunciaron que había ganado un tal Juan Emilio González A. Obvio, llamó con la confianza del vencedor... Mal. Esa "A" no era de Aburto.
Casi lo mismo le ocurrió a Juan Reinaldo González Reyes (42), quien se ríe al acordarse de la vez cuando lo llamaron para preguntarle dónde le depositaban dos millones y medio de pesos de la venta de un paño del Sport Frances, del que supuestamente era accionista por una herencia a su nombre. Y otra vez, cuando denunciando un robo en la PDI le informaron que aparecía como Detenido Desaparecido y que debía regularizar su situación. "Las dos veces expliqué que no era yo la persona", recuerda. Y algo así, también, le pasó a Juan Sergio González Alvarez (76), quien cuando trabajaba en el MOP recibió el doble del sueldo que le correspondía. "Me asusté y lo devolví: al final, era el de un jefe del mismo nombre", dice el dibujante técnico jubilado.
Un Juan González nunca dice ''yo'' al primer llamado
Para ellos, esto del nombre es un reflejo condicionado. Porque si hay algo que hacen sin pensar es decir el segundo nombre cada vez que hay alguna duda sobre quién es quién; y nunca, pero nunca, salen sin el carné de identidad: es lo único que certifica que él es quien dice ser; en los números no hay coincidencias.
Pero, por eso mismo, cuando los llaman a viva voz, no responden. Como hay tantos, creen que le están hablando a Juan González. ¿Consecuencias? Juan Héctor González Muñoz (55) cuenta que cuando era joven postuló a la Fach y que al final no quedé". No pues. Es difícil quedar si cuando están todos formados y gritan "Juan González", el aludido cree que está en la típica situación de coincidencia de nombres y concluye que están llamando a otro y no da el paso al frente. "Llamarse Juan González requiere de cierta adaptación", reflexiona el subgerente de una empresa vitivinícola.
Tampoco dice "yo" a la primera Juan Gastón González Muñoz (45): es que se siente Gastón. "A mí, los cercanos me conocen como Gastón. Cuando me dicen los dos nombres y el apellido, o Juan, sé que es alguien desconocido. Y con esto de llamarse Juan González y con las estafas telefónicas hay que ser más precavido y desconfiado.
Un Juan González sabe que llegaron los tiempos de cortar la tradición
Son miles, pero van de a poco en retroceso. El Juan no está dando para más. Al contrario de sus padres, hoy apuestan a la diferenciación que exige la modernidad y están nombrando a sus hijos de otra manera.
"Heredé el nombre de mi papá y de mi abuelo. Pero mi hijo se llama Mauricio. No le quería poner Juan, porque son muchos. Terminé la tradición", dice Juan Mauricio González Osorio (58), que trabaja en una empresa de construcción.
No está solo. "El nombre llegó hasta mí. Con mi esposa pensamos que había demasiados Juan González, y a nuestro hijo le pusimos Paved", cuenta el futbolista de Universidad de Concepción, Juan Claudio González Calderón (36), que comparte nombre con otro futbolista de primera división, Juan Luis González Calderón, que juega en Antofagasta. "Hemos intercambiado camisetas".
Así las cosas, los Juanes de a poco están cediendo el lugar a otro nombre. Irónicamente, ahora los González están buscando la diferenciación llamando de una forma distinta a sus hijos. La paradoja es que nuevamente están coincidiendo y ya se sabe que entre los menores de 18 años la combinación más repetida es la de Benjamín González (ver recuadro).
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