Mi vida como sherpa

<P>Hace 60 años, el neozelandés Edmund Hillary fue el primero en llegar a la cumbre del Everest. En esa aventura lo acompañó el sherpa Tenzing Norgay. De la importancia de estos guías especialistas en altura habla aquí Rodrigo Jordán, quien ha subido tres veces esa montaña famosa. Pero, ¿cómo vive, qué siente y cómo se forma realmente un sherpa? Desde Nepal, tierra de donde vienen estos personajes, Tshiring Jarmu cuenta su propia historia. </P>




"Cada año, entre 200 y 400 personas suben el Everest", cuenta Rodrigo Jordán, líder de la primera expedición chilena en llegar a la cumbre -junto a la de Mauricio Purto-, quien el año pasado repitió la experiencia por tercera vez. "Un 90% de esos escaladores no podrían llegar a la cumbre si no fuera por los sherpas".

Jordán aclara que la palabra sherpa no tiene que ver con el oficio de guiar y ayudar a transportar el equipaje de las expediciones en los Himalayas. Los sherpas son una etnia, que hoy suma unas 150 mil personas y habitan en las zonas montañosas principalmente de Nepal. "Aunque ahora sherpa se usa para cualquier persona que trabaje como guía en la zona", dice. "Son gente afable y trabajadora. En las expediciones en que he estado allá, han sido mis compañeros, nos ayudamos, te invitan a sus pueblos. Pero también se da mucho en ciertas expediciones, que los sherpas son tratados como empleados y terminan haciendo todo: llevan la carga, instalan las carpas, cocinan".

Explica que los sherpas van rotando sus tareas. En una expedición pueden atacar la cumbre y en otra, encargarse de tareas domésticas en los campamentos. Siempre van con un líder, llamado sirdar. "El código que hay que respetar al final de una expedición es preguntarle al sirdar cuánto de propina se debe dar a los sherpas. El sirdar propone, basado en la cantidad de trabajo que han hecho".

Jordán cuenta que cada expedición es marcada por la Puya, ceremonia budista que se hace en el campamento base. Se trae a un monje que pide protección. "Para que los dioses de la montaña protejan a todos los de la expedición". No siempre esos deseos se cumplen. En promedio, dos a tres sherpas mueren al año en los Himalayas. "Por eso los sherpas están gradualmente abandonando el oficio, debido a los riesgos. Tratan de ahorrar para dedicarse a la agricultura en sus pueblos o al comercio".

Tshiring Jarmu se sale de esa regla. Quiere seguir trabajando en las montañas hasta el final. Aquí cuenta, en primera persona, su vida como sherpa.

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"Nací en Lokhim, en Nepal. Es un pequeño pueblo de 3.000 habitantes, en el distrito de Solukhumbu, donde está el Everest. Los sherpas que viven ahí, a 2.500 metros de altura, se dedican a la agricultura. Como mi padre y mi abuelo. Yo veía pasar las expediciones hacia las cumbres. Eso me hizo querer convertirme en guía. De mis 35 años llevo 17 años trabajando en esto.

El proceso es lento. Uno debe aprender un segundo idioma y trabajar en los campamentos bases de las expediciones cocinando, limpiando. También como porteador, cargando el equipaje y carpas de pueblo en pueblo. Después de eso, uno debe certificarse y tomar cursos de montañismo, que van desde escalar sobre roca y hielo hasta aprender técnicas de seguridad. Antes de obtener el permiso de sherpa, uno debe pasar 45 días en la montaña, como parte de una expedición. Luego, uno queda certificado por la Asociación de Montañismo de Nepal, que también fija los royalties para escalar las montañas. Subir el Everest en una expedición de 15 personas puede llegar a US$ 150 mil.

Hasta hace unos 20 años, no había educación formal para ser sherpa. Ahora uno debe tener licencia. De todas formas, no es llegar y escalar grandes montañas. Mis primeros trabajos fueron guiando expediciones en montes de entre 6.000 y 7.000 metros, y desde ahí uno va aumentando la altitud. La primera vez que llegué a una cima sobre los 8.500 metros fue a la del Lhotse, en 2003. Ya llevaba seis años trabajando como sherpa.

He estado dos veces en la cima del Everest y cuatro veces sobre el Lhotse. El año pasado estuve en ambos montes, con dos expediciones diferentes: pude llegar a la cima del Lhotse, pero no a la del Everest. Mi cliente se enfermó y sólo llegamos hasta el cuarto campamento. Los accidentes son normales en este trabajo. Uno puede ser cegado por la nieve, alcanzado por una avalancha, aplastado por una roca. El 2008 me tocó ver la muerte de frente. Acompañaba a una expedición italiana en su ascenso al monte Manaslu, de casi 8.200 metros. Dos porciones de cerro cayeron sobre un italiano que iba documentando la expedición con una cámara.

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Llegar a la cima del Everest es una gran emoción para un sherpa. Aunque muchos de nosotros lo hemos subido, sientes que, como miembro de esta etnia y como alguien que trabaja en montañismo, debes llegar hasta el final, al menos una vez en tu vida. Desde que nacemos tenemos una gran conexión con las montañas de Nepal y la cima del Everest es el máximo grado de emoción al que uno puede aspirar.

Por lo general, existen dos temporadas para subir. La de primavera, que es en mayo, y después la de otoño, en septiembre. Cada expedición dura entre 45 y 60 días. Cuando no estoy trabajando, vivo en la ciudad, en Katmandú. Mientras espero la temporada, entreno y hago clases para asociaciones de montañismo. Todavía no sé qué monte me tocará en septiembre. Si el Cho Oyu o el Manaslu. Ambos superan los 8.000 metros.

Existe un código en la montaña: nosotros los sherpas tenemos que abrir la ruta. Algo de eso falló hace un par de meses. Tres hombres de una expedición europea pasaron a un grupo de sherpas que estaba fijando las cuerdas en las rutas que unen los campamentos 2 con el 3 del Everest. Probablemente, dejaron caer pedazos de roca y hielo mientras escalaban. Ese gesto desató la furia de los sherpas. Hubo un poco de violencia y ellos tuvieron que pedir perdón. Pero lo importante es que los expedicionarios entendieron lo que habían hecho y quedó claro el mensaje. Y ese mensaje es que, cuando se viene a esta región, hay que cumplir reglas. Por ejemplo, que antes de subir la montaña se debe hacer una ceremonia y las expediciones tienen que rezar con nosotros. Que hay que respetar el entorno. Y que hay ciertos montes que son sagrados y no se pueden escalar.

Los sueldos de un sherpa no son muy altos, pero para nosotros es casi la única opción, ya que la otra es la agricultura. Las expediciones tienden a pagarnos entre siete y ocho dólares por día y además, van entregando bonos según la altitud a la que uno llegue. Dependiendo de la expedición, uno puede ganar entre mil y tres mil dólares. Los ascensos al Everest son los que más pagan. Pero creo que no es suficiente dinero, porque los cursos de montañismo son caros y uno debe tener su propio equipamiento, que también es caro. Además, están los riesgos que uno corre en cada expedición.

Para nosotros este oficio es un don. Vivimos en zonas montañosas muy altas, nuestros organismos, nuestros huesos están construidos para la alta montaña. No tenemos las preocupaciones de otra gente y nos gusta lo que hacemos. De hecho, no tenemos un sistema para retirarnos. Yo seguiré trabajando mientras las energías y el coraje me duren. Y cuando me abandonen, seguiré en las montañas, pero como guía de trekking, mucho más abajo de las grandes cumbres. Nadie sigue subiendo grandes montañas pasados los 40 años. Pero yo voy a alargar mi carrera lo más que pueda.

Por ahora, no me imagino en ningún otro lado".

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