Nación Polo
<P>Aunque lejos de ser un deporte popular, el polo es un estilo de vida que los argentinos abrazan con cariño. Quince mil personas llegan a la final de su campeonato más importante, el Abierto de Palermo, donde todas las clases sociales se mezclan. Las teleseries muestran el mundo polero, mientras varias tiendas porteñas venden la estética polo. Fuimos hasta el Abierto y vimos, de primera mano, cómo funciona un deporte que la elite quiere mostrar al resto del país.</P>
Es un día gris en el Campo Argentino de Polo, conocido como "la Catedral del polo" para los trasandinos. En pocos momentos se jugará una de las semifinales del Abierto de Polo de Palermo, el torneo de ese deporte más importante del mundo según los propios argentinos. Tras una de las tribunas de la "catedral", la gente se pasea viendo stands de ropa polera, de marcas de autos de lujo, mientras se escucha la música de un grupo folclórico del interior argentino. Aquí en Palermo, aunque el público proveniente de la elite sea predominante, se mezcla todo. Está el dandy, sombrero de paja en la cabeza, con su señora vestida de punta en blanco, pero también está el ciudadano de a pie: polera y jeans sin pretensiones.
Si en Chile el polo es un deporte que practican un puñado de hombres que juegan para sus familias y cercanos, aquí la cosa es diferente. Se espera que 12 mil personas paguen para ver a ocho tipos, cuatro por lado, correr sobre sus caballos persiguiendo una bocha taco en mano. Por eso el polo, dentro de su masividad reducida, en Argentina es tan ondero como querido.
El "Maradona" del polo, Adolfo Cambiaso, que juega para La Dolfina, el equipo más exitoso de los últimos años, es rostro de su propia marca de ropa. Su cara está en los escaparates de su tienda, ubicadas en los mejores centros comerciales porteños, vendiendo sus artículos La Dolfina. Así, dicen, se van formando las dinastías. Su mujer, la conocida modelo María Vásquez, también tiene marca de ropa y tiendas propias. En la televisión trasandina, una de las teleseries más populares es Hijos y viudas del rock and roll, que muestra las aventuras y desventuras en clave de comedia de los Arostegui, una familia polera por excelencia. Aunque a los poleros duros no les gusta mucho la caricaturización de su mundo (un polista de la familia tiene un affair con uno de los cuidadores de caballos), también admiten que toda publicidad es buena. Y así el polo sigue entrando en el ADN argentino. Por eso, quizás, no sorprende tanto subirse a un taxi en Buenos Aires y encontrarse con un chofer que se maneja también en este tema, que ve los partidos por televisión, que es admirador de Cambiaso y sigue a La Dolfina. Eso pasa.
La semifinal del abierto entre La Dolfina y y La Aguada, a la cual fue invitada La Tercera, se ve desde un VIP que la cerveza Stella Artois tiene preparado a la orilla de la cancha, a un costado de la tribuna más grande. Poco antes, el uruguayo David Stirling, jugador de La Dolfina, sale a saludar relajadamente afuera del palenque, el lugar donde están los caballos, y cuenta que se viene a Chile después del abierto por las fiestas. Su señora es chilena.
El partido empieza y el aire es pesado y espeso. La tribuna del frente está dividida. Aunque los de La Dolfina son más, la gente de La Aguada hace más ruido. También hay lienzos como de barra de fútbol. En el sector de Stella Artois, la gente habla de negocios o hace vida social mientras mira el partido. Sólo las jugadas extraordinarias son aplaudidas. "Al polista más que el deporte mismo, lo que verdaderamente le apasiona son los caballos", dice Tucán Pereyra (41), uno de los periodistas de polo más reconocidos de Argentina. "Pueden pasar horas hablando de caballos y hay caballos que son tan leyendas como algunos jugadores".
En la mitad del partido se escucha un gran murmullo en las tribunas. Después de una jugada algo riesgosa, el 2 de La Dolfina, Stirling, cae de su caballo. El número 3 del mismo equipo agarra el caballo que queda suelto y se lo trae a Stirling. Cuando el uruguayo sube a su caballo para volver a jugar, la ovación de la Catedral del polo es general.
-Hace 25 años no había nada acá en Pilar-, dice Tucán Pereyra. Lo que muestra Tucán en Pilar, una localidad a unos 50 minutos al norte de Buenos Aires, son canchas y canchas de polo, seguidas de clubes de campos y condominios privados, donde el mundo del polo bonaerense vive en una suerte de comunidad.
Tucán, que en la vida real, tiene otro nombre, dice que su apodo es su distintivo. Donde va se presenta como Tucán, hombre de nariz prominente y de forma parecida a la de un pájaro tropical. Pereyra, de entrada, cuenta que lo suyo en el periodismo era el fútbol, pero rápidamente se dio cuenta de que en el polo había un nicho que explorar: marcas, plata, gente sofisticada, además de gente a la que conocía. Buena parte de los polistas que empezaban en el profesionalismo eran de su colegio. Acercarse a las fuentes entonces no fue difícil. Por eso Tucán terminó dueño de una revista, Polo Today, como representante de prensa de la leyenda Adolfo Cambiaso, como productor de eventos relacionados al polo, además de notero especializado en ese deporte para la cadena ESPN. Por todo eso, Tucán hace de guía en un día dedicado a mostrar la cocinería, la trastienda del polo en Pilar.
Es viernes en la mañana y en una de las canchas de un complejo llamado El Monte se juega un partido. A la orilla de la cancha, Tucán advierte que está Mariano Aguerre, una de las leyendas del polo en Argentina. La bocha va y viene, pero de lo que realmente se habla es del partido que jugaron la noche anterior River y Boca por la semifinal de la copa Sudamericana. Aguerre es de Boca y se nota que la eliminación de su equipo todavía le duele. Cuando llega una camioneta con un niño de unos siete años que tiene puesta la camiseta de River, Aguerre pide que se la saque antes de bajarse.
-Y, si no se la pone ahora, ¿cuándo?-, le dice el padre del niño, como suplicando comprensión.
Por muy de elite que sea el polo, por mucho que los caballos valgan fortunas, y que los mejores jugadores sean millonarios rotando por las temporadas de polo de Florida, Estados Unidos, de España, de Inglaterra y de la misma Argentina, el solo hecho de estar en suelo porteño hace que el polo termine adoptando cierto raigambre futbolero. Aguerre, quien en su carrera ha ganado nueve abiertos de Palermo, dice que su recuerdo más especial como polista es cuando se formaron dos equipos de polo con hinchas de Boca y de River en 2003. Jugaron en la Catedral del polo de Palermo, ante 10 mil personas, con hinchadas de ambos lados y terminó imponiéndose Boca, su equipo, por 13-10. Por eso, Aguerre tira una frase que parece más de futbolista que de polista: "Banco la camiseta por sobre todas las cosas".
Después de ese partido ante River pasó lo inesperado. Homenaje en la Bombonera, el estadio de Boca, con 40 mil personas en las tribunas. "Teníamos miedo de salir a la cancha, porque eramos jugadores de un deporte de elite", cuenta Aguerre. "Yo sospechaba que nos iban a silbar, pero nos recibieron cantando 'Y las galinas no nos ganan nunca más'. Fue inolvidable".
Mientras la bocha sigue corriendo, Tucán nos lleva a almorzar a Pueblo Polo, un complejo inmobiliario con este deporte como tema principal, donde hay tiendas, restoranes y al medio, una laguna artificial. En la camioneta se pone a hablar por teléfono con Nacho Figueras, el rostro mundial para Polo de Ralph Lauren. Figueras es el tipo que sale en todos los afiches de la marca, bronceado, con facciones de dios griego, y que se convirtió en rostro internacional después de jugar en el equipo de polo de la marca. Tucán termina de hablar con Figueras y dice que puede que pase al lugar donde almorzamos. Figueras no llega, pero el que sí llega es Pablo "Polito" Pieres, el mejor jugador argentino del año pasado y que pinta para ser el heredero de Adolfo Cambiaso. Tucán explica que Pieres sale con Calu Rivero, una actriz argentina muy conocida. La escaneo en Google. Tiene más de un millón de seguidores en Twitter.
Polito se sienta en la mesa de un restorán con vista a la laguna. Habla de su temporada, de que termina en Argentina y se va a seguir el circuito polero a Estados Unidos. A sus 27 años, pese a que es miembro de una de las principales dinastías familiares del polo argentino, se ve un tipo simple.
-¿Has tenido algún accidente feo en tu carrera?
Polito golpea la madera de la mesa.
-Alguna vez me caí de un caballo, pero nunca nada grave. Menos mal.
La noche antes de la semifinal entre La Dolfina y La Aguada, la cerveza Stella Artois hizo una fiesta en su stand de dos pisos, justo al lado de la cancha más importante del polo argentino. Ahí llega todo el mundo ligado al polo y a la alta farándula argentina. Todos, menos los jugadores. Aparecer en una fiesta sería mal visto en miras a los partidos del Abierto de Palermo que vienen.
El público es joven, entre 20 y 30 años, además de sofisticado. Mucha chaqueta de colores llamativos, mucha camisa con dos, y hasta tres botones desabotonados, exista o no pelo en pecho. Las mujeres muestran, pero espacio a la imaginación queda. La poca gente mayor presente tiene que cumplir un requisito: meter mucha onda. Cada vez que llega alguien importante se nota en las corridas de los fotógrafos de páginas sociales.
La fiesta es de una emoción controlada, con los edificios iluminados de Buenos Aires de telón de fondo, y con un cuarteto de cámara acompañando a un DJ que pone bases electrónicas. Esto es lindo, como una fiesta de película de Fellini, pero sin el frenesí.
Todo cool, como debe ser en el polo.
La furia de una tormenta de verano se viene sobre la Catedral del polo argentino. Una enorme nube negra se ve tras los edificios, aproximándose. En la cancha, La Dolfina ya está encaminada a su segundo Abierto de Palermo consecutivo-el que ganará el fin de semana siguiente-, pero la gente no está preparada ni para el agua ni los rayos.
Sobre el final del partido llega al VIP Jaime García Huidobro, el único polista chileno que juega el Abierto de Palermo para el equipo Magual. Junto al uruguayo Stirling y a un sudafricano son los únicos extranjeros que juegan este campeonato. Mientras la gente escapa hasta la avenida Libertador, el mejor polista chileno en la actualidad se saca una foto con su esposa, la artista chilena Catalina Swinburn. Él, de bajo perfil, sólo se dedica a jugar y rara vez habla con prensa. Y como el resto de los argentinos, terminado el Abierto de Palermo, empezará a rotar por las diferentes temporadas del polo en Europa y en Norteamérica.
Eso, hasta que en un año más se vuelvan a juntar en Palermo, y vuelvan las fiestas, el glamour, las mujeres hermosas, los sombreros de paja y las alpargatas. Todo mientras los caballos corren tras la bocha dentro de la Catedral.
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