No sólo tristes, también más pobres
<P>Las personas tristes tienden a tomar peores decisiones financieras. ¿La razón? Un estado en que existen menos certezas, que obliga a enfocarse en lo seguro, con elecciones basadas en lo inmediato. Es lo que los investigadores denominan "sesgo del presente".</P>
BO DEREK lo tenía claro y por eso lo decía sin remilgos: "Quien sea que haya dicho que el dinero no puede comprar la felicidad, simplemente no sabía dónde ir a comprar". Aunque superficial como pocas, esta frase tiene la gracia de explicar incontables escenas cliché de películas que muestran a mujeres comprando zapatos, y a hombres, autos, para sobrellevar una mala ruptura amorosa, o por qué, cuando hemos tenido un mal día o simplemente estamos tristes, sentimos la urgencia de deleitarnos comiendo algo rico (y, generalmente, poco sano).
Lo que Bo Derek no sabía es que la gracia no está en el acto en sí, sino en la recompensa que obtenemos al comprar algo que nos gusta. Solución inmediata, se podría pensar, pero lo malo es que el efecto de la recompensa es tan grato y necesario cuando estamos tristes, que casi nunca nos detenemos a pensar en las consecuencias financieras de esas decisiones y el resultado tiende a ser uno solo: menos dinero en la billetera.
Así lo comprobó un reciente estudio de investigadores de la Universidad de Harvard y Columbia, que concluyó que la tristeza no sólo cambia la forma en que las personas aprecian emocionalmente el mundo, sino también las decisiones financieras que toman. Tanto, que cuando las personas están tristes valoran entre 13% y 34% menos las recompensas mayores pero a largo plazo, frente a otras más pequeñas pero inmediatas. Recibir mil pesos hoy en vez de cinco mil en una semana, por ejemplo.
Los investigadores Jennifer Lerner, Ye Li y Elke Weber realizaron tres experimentos para probar esta teoría. En el primero, propiciaron diferentes estados de ánimo en 202 participantes, divididos en tres grupos. A uno lo pusieron a ver un video sobre la muerte del querido profesor de un alumno, al segundo uno sobre un asqueroso baño y al tercero uno sobre los arrecifes de coral. ¿El resultado? El primer grupo quedó triste tras ver el video que le correspondía, el segundo experimentó asco y el tercero permaneció en un estado emocional neutral.
Luego, todos los grupos debieron tomar 27 decisiones financieras, que incluían evaluar si determinadas sumas de dinero eran más deseables ahora o en el futuro. La diferencia saltó a la vista: los participantes en estado neutral o asqueados se mostraron satisfechos al recibir 56 dólares de manera inmediata en vez de 85 dólares dentro de tres meses, mientras que aquellos que quedaron tristes se conformaron con sólo 37 dólares entregados inmediatamente, rechazando la suma mayor, pero retrasada.
Algo semejante ocurrió en el segundo estudio, que involucró a 189 participantes, que debían hacer una lista con una serie de pensamientos propuestos por los investigadores y que descubrió que aquellos que les daban un lugar de mayor importancia a los pensamientos impacientes eran precisamente aquellos que habían quedado más tristes. Y en el tercer experimento, que probó que entre las personas tristes el foco está tan puesto en el presente, que para ellos no hace mucha diferencia que se les propongan recompensas a recibir en dos o seis semanas: igualmente no quieren esperar.
Ye Li, profesor de Administración de la Universidad de California, en Riverside, y uno de los autores del estudio, explica a Tendencias que "la teoría dice que cuando te sientes triste, se devalúa tu yo, lo que intentas arreglar tratando de obtener recompensas". Para las personas esa autoimagen es tan importante, que "quieren obtener esas recompensas ahora, no más tarde", a fin de reparar o llenar el vacío lo más rápido posible.
Sin embargo, este comportamiento no tiene que ver sólo con lo irresistible de las recompensas, sino también con el estado con el que enfrentamos las decisiones. Según han comprobado varios estudios, el autocontrol, como cualquier recurso, se agota. Entre más uso, menos de éste queda disponible para resistirse al beneficio inmediato. Es por eso que una persona triste, abatida y sin ganas de hacer muchas cosas, que ya gasta una buena parte de su autocontrol en cumplir con sus obligaciones cotidianas, probablemente cederá mucho más rápido a la recompensa fácil.
Siempre es bueno planificar
No es que la tristeza sea algo intrínsecamente negativo. De hecho, estudios como uno realizado en 2010 por la Universidad de New South Wales han descubierto que las personas, cuando se encuentran tristes, son capaces de detectar más rápidamente que están siendo engañadas y de producir mejores argumentos para salir de una situación peligrosa que aquellos que están felices. Esto se originaría en un mecanismo evolutivo de defensa de los seres humanos, altamente necesario para la supervivencia.
El inconveniente práctico de la tristeza tiene que ver con la suerte de vacío que provoca y la falta de motivación que origina, que impiden mirar el futuro de una manera más objetiva.
Así lo explica Ye Li, quien señala que "en el mundo real es posible que las personas tristes estén también más pesimistas sobre el futuro y que puedan tener menos certezas sobre lo que va a ocurrir", lo que haría que se enfocaran en lo seguro, el presente, y tomen decisiones sólo basadas en lo inmediato. Es lo que estos investigadores denominan "sesgo del presente" y que también se habría dado en al menos un tercio de los niños grabados en el clásico estudio del marshmallow, realizado por Walter Mischel en 1972 y que comprobó la importancia de la capacidad de retrasar las recompensas.
Esta sería la misma razón por la que muchas personas no pueden salir del frustrante hábito de la postergación. Según el autor del libro No eres tan inteligente, que explica el por qué de nuestros comportamientos más contradictorios, las personas con un fuerte "sesgo del presente" tienden a no planificar adecuadamente el futuro y, precisamente por ello, se enrollan eternamente en el espiral del presente, por muy intrascendente que resulte.
La paciencia y el estudio sobre aquellos fenómenos que nos hacen perder la habilidad de retrasar nuestras recompensas en pos de beneficios futuros es clave, según Li, ya que "los niveles de paciencia de la gente determinan muchas cosas en la vida. Las personas impacientes tienden a no tener ahorros suficientes para su jubilación y deudas más altas, así como ser más proclives a fumar y a tener sobrepeso", dice.
Es por eso que sus próximos estudios analizarán el impacto de otras emociones negativas, como la rabia y la ansiedad, sobre el autocontrol.
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