Obama: la apuesta gay

<P>Si Obama pierde, los historiadores debatirán por mucho tiempo si fue la defensa del matrimonio gay lo que sepultó su reelección o si ella estaba ya perdida por culpa de la economía. Si gana, su anuncio pasará a la historia como uno de los golpes de efecto electoral más importantes de las últimas décadas.</P>




NINGUN Presidente se arriesgaría a dar un paso cultural tan determinante como el que dio Barack Obama la semana pasada, al declarar su respaldo al matrimonio gay por razones exclusivamente de principios. Una posición meramente principista sobre un asunto tan controversial como este, sólo la daría un presidente al final de su segundo mandato, cuando nada está en riesgo. Por tanto, aunque los antecedentes sugieren que Obama siempre estuvo a favor del matrimonio gay de forma disimulada, es evidente que sopesó muy cuidadosamente las ventajas y desventajas de decantarse por él en plena campaña electoral y que algo muy poderoso en su lectura del clima político lo llevó, la semana pasada, a anunciar abiertamente su nueva postura ante la entrevistadora Robin Roberts, de la CBS.

En 1996, como candidato al Senado del estado de Illinois, Obama ya había dicho, en una entrevista televisiva local, que por supuesto ha sido desempolvada en este nuevo contexto, que respaldaba el matrimonio entre personas de un mismo sexo. Pero la realidad política -una mayoría tanto en Illinois como el país en su conjunto se oponía- lo llevó luego a oponerse a lo que antes había defendido. Era evidente que aquel viraje no partía de una convicción, sino de una aceptación de realidades culturales que volvían suicida para cualquier aspirante a figura política de alcance nacional adoptar esa línea.

Cuando George W. Bush propuso una enmienda a la Constitución de los Estados Unidos para prohibir el matrimonio entre dos hombres o dos mujeres, Obama, como otros demócratas que in péctore estaban a favor de él, se escudó, para mantener cierta ambigüedad, en que no debía ser el gobierno nacional quien legislase sobre esta materia, sino los estados. Era una forma de hacer un guiño a los gays, diciéndoles: estoy con ustedes in péctore y para evitar el riesgo de una enmienda que lo prohíba a nivel federal, voy a defender la descentralización de las decisiones valóricas. De ese modo, los estados más liberales podían seguir legislando en favor del matrimonio gay sin interferencia federal. De hecho, seis estados ya lo permiten, además de la ciudad de Washington y algunas tribus indias, mientras que otros dos, Maryland y el estado de Washington, lo han aprobado, pero la decisión será sometida a referéndum en noviembre.

Cuentan que Obama se vio obligado a salir a la televisión a anunciar su cambio de parecer por culpa de su vicepresidente, Joe Biden, y del secretario de Educación, Arne Duncan. Ambos habían respaldado, en días previos, el matrimonio gay ("me siento totalmente cómodo" había respondido Biden en una entrevista), forzando en cierta forma la mano del presidente. El mandatario contactó entonces a CBS y pidió la entrevista en la que dijo una frase que ya es histórica: "He concluido que pienso que las parejas de un mismo sexo deberían poder casarse".

¿Fue lo de Biden realmente una metida de pata o estuvo todo minuciosamente coordinado? Aunque el vicepresidente pidió disculpas a Obama, luego de que éste dijera en público que su vicepresidente lo había descolocado un poco, muchos observadores creen que Biden fue utilizado como globo sonda para lo que era ya una clara operación electoral. Sea como fuere, surgen dos grandes preguntas: ¿por qué Obama tomó semejante riesgo político? ¿Podría esta decisión entregarle a Romney la victoria en noviembre próximo?

Los escépticos que atribuyen al presidente haber hecho esto por razones perfectamente calculadas apuntan a tres factores: el cambio cultural que se está dando en la sociedad estadounidense de forma acelerada; la necesidad de galvanizar a la base demócrata, tanto para efectos de recaudación de dinero como para que salgan a votar el día de los comicios, y, finalmente, la imperiosa necesidad de "cambiar el tema de discusión", evitando que la economía acapare la campaña electoral y los asuntos valóricos, en los que los republicanos están alejados del centro político, jueguen un rol importante. Esto último, en función de unos datos económicos que apuntan a una recuperación más precaria de lo que se creía hace unos meses.

En los tres casos, las evidencias parecen abonar en favor de la tesis de los adversarios del mandatario, aun si hubo más matices y complejidad en la toma de decisión del que le reconocen.

No hay duda, por lo pronto, de que se está produciendo un cambio cultural en el país. Y ya se sabe: la política va a remolque de la cultura, al menos en sociedades libres. Por primera vez, los sondeos indican que una mayoría ligera se inclina por el matrimonio gay y que, si se añade a este segmento el de quienes respaldan las uniones civiles, casi dos tercios de la ciudadanía ve socialmente aceptable que dos personas de un mismo sexo hagan vida en común con plenos derechos. Entre los estadounidenses blancos ("caucásicos"), 49 por ciento se muestra a favor y 43 por ciento en contra. Entre los afroamericanos, un 39 por ciento está a favor y un 49 por ciento en contra, pero la evolución de estos últimos con respecto a 2008 es evidente: entonces, los afroamericanos que se pronunciaban en contra sumaban nada menos que 63 por ciento.

Estas cifras tienen mucha importancia para Obama, porque suponen dos novedades recientes: que una mayoría de blancos ha dado el salto cultural del otro lado y que los negros, si bien todavía se muestran en contra, empiezan a moverse en ese mismo sentido. Estando la Casa Blanca convencida de que el voto afroamericano es cautivo (90 por ciento votó por Obama y la Casa Blanca asume que lo volverá a hacer), lo que realmente importa en este caso es lo que piensan los votantes blancos. Para mayor confirmación, los sondeos realizados después del anuncio presidencial indican que los afroamericanos siguen firmemente con el presidente. Y en cualquier caso, en la Casa Blanca se cree que la postura de Obama puede tener un efecto cultural de "contagio" entre la población negra, que por razones religiosas acepta con más dificultad el matrimonio gay (la proporción que acude a misa más de una vez a la semana es el doble que en el caso de los blancos).

Esto, en cuanto a las nuevas tendencias culturales. El segundo factor al que apuntan los críticos de Obama es la necesidad que tiene el mandatario de movilizar a la base para la recaudación de dinero y los votos. Aunque parezca difícil de creer, la campaña de Obama ha tenido dificultades para recaudar el dinero que pretendían. El ritmo de recaudación de los republicanos los ha dejado sorprendidos y necesitan ponerse al día, sobre todo teniendo en cuenta que en las campañas estadounidenses la velocidad para generar fondos entre los partidarios, a menudo refleja el entusiasmo o la falta de entusiasmo de la base. Si la baja recaudación es síntoma de un estado de ánimo más bien adormecido entre la base de Obama, querría decir que una parte sustancial de la estrategia presidencial está fallando.

Aquí entra en escena un conjunto de personajes desconocidos para el gran público, pero que para la Casa Blanca ha tenido cierta significación. Me refiero a activistas gays reunidos en grupos como Human Rights Campaign. El presidente entrante de esta organización, Chad Griffin, es un hábil recaudador de fondos y un hombre muy cercano a la Casa Blanca. Desde hace un par de años, pero con mucha mayor intensidad en los últimos meses, venía tratando de convencer al entorno de Obama de que el presidente se decantara en favor del matrimonio gay para energizar a la base homosexual del partido y, al mismo tiempo, dar razones a los activistas gays con muchos medios económicos para aumentar sus aportaciones.

A esto se añade el ángulo hispano. Los hispanos también forman parte de la base de Obama, pero al igual que los gays, han tenido hasta ahora una actitud ambivalente en lo que respecta a jugarse a fondo por un presidente al que veían como poco comprometido. Como se recuerda, el entonces candidato Obama prometió, en 2008, una reforma migratoria, pero ella nunca se dio por los obstáculos invencibles que surgieron en el Congreso. Desde hace un tiempo, organizaciones hispanas y organizaciones de activistas gays han unido fuerzas de un modo que se ha empezado a notar entre los estrategas de Washington. En algunos estados del país con fuerte presencia hispana han surgido, incluso, grupos que se hacen llamar "partidos", a modo de réplica del Tea Party de los republicanos. Uno de ellos, el "Tequila Party", encabezado por Dee Dee García, por ejemplo, ha estado actuando en muy estrecha coordinación con grupos gays para presionar a los demócratas. Ahora, ante el cambio de posición de Obama, esa colaboración parece haberse tonificado todavía más. "Tenemos que aprender de los gays, que han sabido organizarse para cabildear con éxito", decía Dee Dee García hace pocos días.

Este segundo factor, pues, el de la movilización de la base para conseguir fondos y animar a la coalición que hizo a Obama Presidente la vez pasada a salir otra vez a las urnas, parece haber jugado un rol en la decisión.

Está, por último, el tercer factor: la necesidad de "cambiar la conversación", evitando que la economía domine el debate de cara a las elecciones. Se trata de una ironía política no menor: fue precisamente el Partido Republicano el que en tiempos de Bush, y una vez que estalló la burbuja crediticia, intentó poner los temas valóricos en la agenda para socavar a los demócratas. Hoy, con una economía todavía sumamente frágil y una sociedad que evoluciona culturalmente a pasos agigantados en ciertas materias, la gente de Obama, entre ellos, David Axelrod, asesor clave en esta etapa como lo fue en los primeros tiempos de su mandato, quiere adoptar la estrategia que usaron los republicanos. Siendo Mitt Romney un hombre con credenciales de buen gestor de empresas, Obama sabe que si el desempleo sigue muy alto y la reanimación económica sigue tardando en llegar del todo, esas credenciales pueden fortalecer a su adversario. Por tanto, su estrategia tiene que ver con mostrar a los republicanos como enemigos de la modernidad, como un partido extremista y reaccionario, cegado ante los avances de la sociedad.

Los demócratas ya parecían haber logrado esto gracias a la colaboración del propio Partido Republicano, que en las primarias exhibió ante el país una mentalidad más bien oscurantista. Sin embargo, la economía ha vuelto al centro de la agenda, porque si bien el desempleo parece haber bajado estadísticamente, en la práctica ha aumentado: no para de crecer el número de quienes ya ni siquiera buscan trabajo, lo que tiene el efecto de reducir el universo sobre el cual se calcula el total de desempleados mientras el verdadero número de parados sigue aumentando. Este escenario y teniendo en cuenta que los sondeos nacionales dan empate o una ligerísima ventaja a Romney, no conviene nada a la Casa Blanca.

Romney es, además, el menos extremista de los republicanos. Hubiera sido más fácil enfrentarse en temas valóricos a Santorum o a Gingrich. Aunque es mormón y se ha manifestado en contra del matrimonio gay, Romney es un pragmático, que a menudo ha modificado sus posiciones valóricas en función de la necesidad política. Cuando, a mediados de los años 90, se enfrentó a Ted Kennedy por un escaño senatorial, en el estado de Massachusetts, hizo campaña como gran defensor de los gays. Luego, como gobernador cambió de postura. Ahora, aunque ha vuelto a defender que "el matrimonio es entre un hombre y una mujer" (lo dijo en Oklahoma poco después de conocerse el anuncio de Obama), lo cierto es que no ha querido poner énfasis en este asunto y ha pedido concentrarse en la economía.

Sin embargo, el efecto de la decisión de Obama es lo bastante incierto todavía como para que no pueda descartarse que Romney decida recoger el guante que le ha lanzado el mandatario. Algunos indicios apuntan a que, si bien hay una mayoría de estadounidenses a favor del matrimonio gay y las uniones civiles, el número de quienes se oponen es muy alto todavía. Dado que en Estados Unidos las elecciones presidenciales no se deciden a nivel nacional, sino mediante el método indirecto de acumular delegados estado por estado, podría darse el caso de que la apuesta por el matrimonio gay juegue en contra de Obama.

Hay dos casos elocuentes a este respecto. Uno es el de Maine, un estado tan liberal que los republicanos que lo representan en el Congreso de los Estados Unidos suelen ser considerados casi demócratas. Allí se aprobó el matrimonio gay en 2010, pero un referéndum acaba de revertir la decisión. Y en Carolina del Norte, un estado clave donde Obama ganó por apenas 14 mil votos en 2008, hace pocos días 61 por ciento de los votantes respaldó una prohibición contra el matrimonio gay. Este estado es tan importante para la Casa Blanca, que la Convención Demócrata tendrá lugar en Charlotte este verano.

Por si fuera poco, algunos sondeos tomados después del anuncio presidencial, si bien confirman que una mayoría pequeña está a favor del matrimonio gay, parecen indicar que el apoyo entre los independientes es bastante menos sólido que entre los demócratas. El voto independiente puede ser determinante si la base demócrata no sale a votar con la fuerza con que lo hizo en 2008.

Nada, pues, es seguro a estas alturas. Si Obama pierde, los historiadores debatirán por mucho tiempo si fue la defensa del matrimonio gay lo que sepultó su reelección o si ella estaba ya perdida por culpa de la economía. Si gana, su anuncio pasará a la historia como uno de los golpes de efecto electoral más importantes de las últimas décadas.

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