Obispo de Copiapó: "Espero que la gente no se olvide de que acá, en el norte, la emergencia todavía no ha pasado"

<P>A un mes del alud, el prelado reconoce que se ha avanzado mucho en conectividad y otros temas, pero que la situación continúa siendo "complicada". </P>




Botas -"que fueron un regalo muy útil", precisa él-, una chaqueta azul y pantalones industriales. Así deambula por Copiapó y las zonas aledañas Celestino Aós Braco (70), obispo de la diócesis y quien no ha parado de visitar, una tras otra, sus parroquias, capillas y comunidades, tras el aluvión del pasado 25 de marzo.

"Muchos me miran con cara de quién es éste, pero yo no llego tocando la trompeta y diciendo que soy el obispo. Lo que importa es nuestra gente", dice el prelado, con un suave seseo, propio de Navarra, su tierra natal, en España.

A un mes de la trágica jornada de lluvias y desbordes, su balance es claro: "La situación sigue muy complicada".

¿En qué sentido?

Hay puntos en los cuales se ha restablecido bastante la normalidad. Se consiguió tener conectividad. Ahora uno puede llegar a todos lados, aunque la calidad de muchos caminos sea penosa. Sin embargo (el viernes) vengo del poblado Los Pintores de Chile y es muy impactante lo que se ve. Queda mucho barro. Las casas están muy dañadas. Hay que ver si la gente podrá seguir allí.

¿Ha visto otros lugares?

Muchos, he estado en Diego de Almagro, Chañaral, El Salado, Paipote, Los Loros. Subí a Alto del Carmen y El Tambo. Son sitios muy dañados. Ahora la gente está reaccionando y tomando conciencia de lo que ocurrió. Antes estaba shockeada. Hoy le toman el peso al hecho de que ya no tienen casa. Y también va apareciendo otro momento muy doloroso: los despidos. Gente que queda sin trabajo. Para una persona que ha perdido enseres y su casa, y que de repente se queda sin trabajo, es una pesadilla.

¿Eso ocurre en restaurantes y negocios de ese tipo?

No sólo de ese giro. De las empresas también. Es algo muy complicado. También será duro para los colegios a fin de mes, sobre todo para los de financiamiento compartido, porque con las ausencias no se les pagarán muchos recursos. Son problemas grandes que recién están asomando.

¿Cómo evalúa la solidaridad?

No podría responder de forma global. Yo vi, al principio, que llegó ayuda y que su distribución fue un tanto caótica, aunque casi siempre producto de la generosidad de la gente, que quiere entregar mucho y hacerlo ellos mismos. Nosotros hemos canalizado la ayuda a través de Cáritas, para llegar a los más pobres y desprotegidos. Ha habido generosidad, pero hoy experimentamos la segunda fase de la tragedia, de empezar a pensar en la reconstrucción. Hay que preparar a la población con nuevas normas de higiene, por la catástrofe sanitaria que podría ocurrir, producto de la contaminación de aguas servidas.

Son momentos complicados para el país, también hay una erupción volcánica en el sur…

Claro, se abre otro frente para las autoridades. Hay que cuidar y atender a los hermanos que están sufriendo en el sur. Aquí, nosotros ayudamos en función de dos criterios: a los más pobres y sin importar si son creyentes o no. Son chilenos que nos necesitan.

¿Cómo ha visto el comportamiento del empresariado?

Sé que las grandes empresas fueron generosas, fundamentalmente de la minería. Tenían máquinas y camiones. Yo fui a los campamentos y ellos ya habían llegado con agua, víveres y maquinaria. No he tenido ningún encuentro con autoridades, pero ahora una gran parte de la minería y sus máquinas tuvieron que volver a sus faenas.

¿Teme que disminuya el despliegue de ayuda en la zona?

Es algo evidente. Esto que ocurrió acá, que ha sido gravísimo, es un golpe a los que sufren, a la gente necesitada, pero también a la conciencia de los demás, a la solidaridad del país. Sin embargo, hay una virtud, que es el tesón y la constancia, que es lo que finalmente cuenta. Yo creo que siempre habrá gente de buena voluntad dispuesta a ayudar, pero sabemos también que ese primer momento de entusiasmo va a pasar y decrecer, como efectivamente ha ido ocurriendo. Espero que a la gente no se le olvide que acá, en el norte, la emergencia todavía no ha pasado. Y no sólo en lo material, sino también en la espiritual.

¿Se refiere a los sacerdotes?

Hacemos un llamado a los sacerdotes que quieran y puedan venir a ofrecer una ayuda, porque los que estamos somos pocos y los religiosos de la zona ya están al límite del desgaste.

¿Y el gobierno?

A lo largo del mes he visto personas y vehículos trabajando con el logo del gobierno. Supongo que han hecho todo lo que han podido. No he estado presente en reuniones de coordinación. Nosotros hemos colaborado con la Onemi a través de Cáritas. Cada uno hace su tarea. Hay encuestas de los afectados y he sabido que han estado ministros haciendo sus compromisos. Yo espero que se lleven adelante, para que no queden sólo en palabras de buena crianza.

Producto de toda esta situación, la comunidad ha estado ajena al debate valórico de la Iglesia, como aborto, uniones civiles y otros temas.

Los antiguos filósofos decían que primero se vive y luego se hace filosofía. Si la gente está todo el día pensando en sacar barro o en cómo unirse con el vecino para hacer una olla común, es difícil meterse con estos temas. A todos nos importa la educación, la vida y la defensa del niño por nacer. Pero, en este momento, esos temas están en un segundo lugar.

¿Cómo ve a la gente?

Complicada. Creo que en muchas personas están apareciendo la tristeza, la sensibilidad ante el drama. Primero se tragaron las lágrimas del dolor para ayudar a sus seres queridos ante la emergencia, pero ahora eso aflora y se está desbordando. Es un momento de gran tensión emocional.

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