Patricio Guzmán, documentalista chileno: "Por alguna razón de país aislado, estamos hechos para hacer documental"
<P> El cineasta chileno radicado en Francia acaba de estrenar <I>El botón de nácar</I>, su última cinta, en Fidocs.</P>
En 2011 Patricio Guzmán (74) viajó a Chile para conocer el Estrecho de Magallanes. Acompañado por su asistente y un sonidista, navegó durante una semana por las frías aguas del extremo sur. Allí conoció el que fue durante siglos el asentamiento de los kawésqar y los selknam. "Queríamos ver el ambiente donde vivieron los indígenas. La zona es muy bella, pero no hay absolutamente nadie. En Punta Arenas localizamos a los únicos indígenas puros que existen. No son más de seis", cuenta el documentalista, quien estrenó el martes, en Fidocs, su más reciente trabajo.
El botón de nácar es la segunda parte de la trilogía iniciada por Nostalgia de la luz, la que conecta el exterminio de los indígenas en la Patagonia con los prisioneros arrojados al mar durante la dictadura de Pinochet. En poco más de 80 minutos de película, Guzmán lleva a cabo una operación narrativa de alta complejidad, desplegando un relato que abarca miles de años, desde el poblamiento del extremo sur por parte de los indígenas, hasta los campos de detenidos de Pinochet; yendo desde el detalle, como una piedra de cuarzo o una gota de agua, hasta los confines del universo. La cinta, que pareciera establecer lazos entre temas remotos y distantes entre sí, usa el agua como hilo conductor y a un botón de nácar como unión entre ambas masacres. Se presenta hoy a las 19.45 en la Cineteca Nacional y el 15 de octubre llega a salas.
"Luego de mi viaje al sur, vine a Santiago para seguir investigando sobre los detenidos desaparecidos. En el museo de Villa Grimaldi hay un trozo de hierro con un botón incrustado. Asimismo, en el sur existe la historia de un indio que viajó a Londres en el siglo XIX porque el capitán le ofreció un puñado de botones de nácar. Inmediatamente encontré una similitud entre ese botón que vi en la Villa Grimaldi y el botón de nácar de Jemmy Button. Ese fue el nombre que los ingleses le pusieron al indio, algo así como Jaime Botón", explica. "Después de un año en Inglaterra, trajeron a Button de regreso a Chile. Aquí el indio se volvió a quitar la ropa y se dejó el cabello largo. Vuelve a ser lo que era, pero ya no es lo mismo, está contaminado por otra civilización. Incluso ya no puede hablar su lengua. No pudo adaptarse, su mujer lo dejó y terminó viviendo muy mal. Murió solo en una isla".
Ganadora del Oso de Plata a Mejor Guión en el último Festival de Berlín, la película también reconstruye el modo en que los militares empaquetaban los cuerpos de los detenidos y cómo luego eran arrojados al océano. La cinta profundiza en el caso de Marta Ugarte, cuyo cuerpo fue encontrado a las orillas del mar. "Me parece que esta mujer era igual que Jemmy Button, representaba lo mismo. Era un enemigo, una persona que no tenía destino en la sociedad pinochetista, y fue torturada y asesinada", dice el realizador radicado en Francia, de visita en Chile para la XIX versión de Fidocs, festival que él mismo fundó en 1996.
¿Cómo condensó tantos elementos en 80 minutos de película?
Se hizo mediante una síntesis enorme en la puesta en escena y una reflexión grande en el montaje. Es una cuestión de oficio, de muchos años de profesión. Poco a poco se va aprendiendo cómo narrar una historia sintéticamente, sin dar la impresión de que se está contando rápido. El trabajo de montaje es lento, todo es bastante gradual, la voz en off se desarrolla con mucha calma.
Ud. trata temas complejos manera amena ¿Le interesa conectar con el público?
Yo trato que todas mis películas sean amenas, nunca he realizado bloques difíciles de comprender. Hay que procurar conectarse con la gente lo más posible. Las películas deben construirse dramáticamente de tal manera que el público vaya siendo seducido por la historia. Llegar a las personas es mi principal móvil, junto con ser fiel al tema que trato.
¿Qué espera del estreno de El botón de nácar en el país?
No mucho. Tenemos un público cautivo, pero es pequeño. Estimamos que unas 12 mil personas la verán. Gracias a la distribuidora, haremos que circule por un circuito alternativo, lo cual hará que la película dure un poco más. También nos preocuparemos de que llegue a las escuelas, porque es documental apto para todo público.
¿Qué puede adelantar de la tercera parte de esta trilogía?
Será sobre la Cordillera de los Andes. Creo que es una frontera poderosísima que ha aislado a Chile del mundo. Hay una enorme ignorancia sobre esta mole ¿Quién vive ahí? ¿Hay pueblos? ¿Hay caminos? Todos esos misterios que tiene este país, que no hemos estudiado, son los que configuran nuestra idiosincrasia. Estoy seguro que nuestra soledad o nuestra forma de comunicarnos, tiene que ver en parte con esa cordillera.
¿El documental chileno pasa por un buen momento?
Yo creo que sí. Por alguna razón extraña de país aislado, solitario y reflexivo, estamos hechos para hacer cine documental. Tengo la seguridad de que cada vez aparecerán más realizadores. Sería importante romper la barrera de las escuelas y meter las películas en los colegios y en las universidades. Pero el trabajo de la distribución es muy difícil. El Estado no presta demasiado apoyo y el Ministerio de Cultura es apenas un puestecito al lado de los otros ministerios. Aquí la cultura se ha dejado como última prioridad.
En la apertura de Fidocs conversó con el ministro Ottone ¿Pudo plantearle estas inquietudes?
No, además que tampoco se quedó a la proyección de la película, lo cual me pareció muy feo de su parte. Un ministro no debe asistir a un estreno solo para hacerse notar, sino que debe quedarse hasta el final. Yo soy educado y me despedí muy respetuosamente de él, pero considero que cometió un error.
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