Pellegrini y su Málaga feliz

<p>Mientras en Chile las críticas le llueven a Claudio Borghi, en Málaga se vive el otro lado de la medalla: Manuel Pellegrini vive su mejor momento como DT del club malagueño. Fuimos allá a buscar esa historia contada por una hinchada que lo trata como rockstar. Y a ver las pocas pistas de sí mismo que este hombre silencioso y de gustos exquisitos ha ido dejando en la ciudad. </p>




En Málaga, motor industrial y turístico de Andalucía, viven celebrities como Sean Connery, Julio Iglesias o alguna vez Audrey Hepburn. Lo hacen principalmente en Marbella y en otras playas de su Costa del Sol, junto a jeques árabes, banqueros, aristócratas y multimillonarios de todo el mundo. Es también un paraíso para la práctica del golf, el lugar donde nació Picasso y, entre otras cosas, el hogar del Málaga C.F., el club de fútbol que desde finales de 2010 entrena el ingeniero Manuel Pellegrini.

Pero la historia de este equipo nunca ha ido en paralelo a la privilegiada ubicación de la provincia. Su lugar siempre ha estado de la mitad para abajo, al borde del precipicio, mirando más hacia las profundidades que hacia arriba. Sus hinchas han pasado más tardes de domingo en los potreros de segunda y tercera que en los sombreados estadios de primera división. Y eso por no hablar de la Champions o la Europa League, los torneos europeos, tan alejados históricamente de los sueños malagueños que la anécdota que más recuerdan hoy aquí con orgullosa sonrisa es ésta: “Eramos futbolísticamente tan pobres y estábamos tan acostumbrados a no ganar nada, que a poco que goleáramos a un equipo de segunda gritábamos: ‘¡Tiembla, Milan!’. ¡Como si el Milan supiera de nuestra existencia!”.

La anécdota la cuenta Diego Moreno en las boleterías del estadio La Rosaleda, donde ha venido a comprar entradas para ver realizada al fin su particular profecía autocumplida: el próximo miércoles 24, el Málaga jugará ante el Milan. Y no será un partido amistoso ni de exhibición, sino que por primera vez el Málaga llegó tan alto en la clasificación de la liga española 2011/2012 que este año ha accedido a jugar la famosa y elitista Champions.

El torneo de los más importantes equipos europeos.

La misma anécdota del “Tiembla, Milan” la contará esa misma tarde Antonio Berdugo, que a sus 81 años es el socio más veterano del club. Y dos días después, con idénticas palabras, lo hará Miguelón Vergara, del grupo de aficionados Frente Bokerón, llamado así porque boquerón es el nombre que recibe en España la anchoa fresca y también el apodo con que se conoce a los malagueños por su cercanía al mar.

“¡Málaga-Milan!”, exclamará Berdugo. “En mis 72 años de hincha, nunca he visto algo así”.

“Y todo se lo debemos a ese SEÑOR con mayúsculas llamado Manuel Pellegrini”, dirá Diego Moreno a la salida de La Rosaleda, contento como un boquerón en mar abierto con sus entradas en la mano. “Todo un caballero, don Manuel: el gran artífice de que el Málaga esté viviendo hoy un momento histórico, el mejor entrenador que hemos tenido, un faro para sus jugadores, un tipazo. Y creo que me quedo corto”.

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Las palabras que los malagueños dedican al ingeniero chileno son todas del mismo estilo: un señor, un caballero, un hombre tan sobrio y culto y elegante y respetuoso en sus modales que rompe los patrones de lo que suele ser habitual en el fútbol. Sobre todo en la actual liga española, tan mal acostumbrada en los últimos años a los exabruptos ciclotímicos de entrenadores como Mourinho o a los enfrentamientos extradeportivos entre el Barcelona y el Real Madrid.

El periodista Orfeo Suárez es el jefe de deportes de El Mundo, uno de los principales diarios españoles. Recuerda que conoció a Pellegrini cuando era entrenador del Villarreal, a poco de haber llegado al país en 2004, y que años más tarde le pidió una entrevista cuando ya era el entrenador del Real Madrid. La hicieron antes de que lo despidieran de allí, a pesar de haber llevado al equipo a batir todos sus récords históricos hasta entonces, excepto, claro, lo único que le importaba a los dirigentes y algunos hinchas: el título de la liga, entonces monopolio del Barça. Cuando Suárez se enteró de que Pellegrini ya no entrenaba al Madrid, pensó que ya no volvería a ver a ese señor que le pareció tan educado. Lo que no imaginó es que el mismo Pellegrini lo llamaría al cabo de algunos días para decirle: “Soy Manuel Pellegrini, sólo quería despedirme. Regreso a Chile. Que tenga mucha suerte”.

“Decir que Manuel Pellegrini es un grandísimo entrenador es inexacto. Su imagen ha sobrepasado los límites y hoy es una figura institucional del club”, dice Mario Husillos, ex delantero de Boca Juniors y hoy director deportivo del Málaga. Sergio Cortés, del Sur, el diario más antiguo y leído de la provincia, agrega: “Es un hombre que marca las distancias, no sólo con sus jugadores, sino con todo el mundo, y si a veces eso lo hace parecer un poco huraño, en realidad no lo es. Simplemente es tímido, ajeno al espectáculo mediático y, por encima de todo, ajeno a toda vanidad, a pesar de que la gente está tan feliz y orgullosa de su Málaga que ‘ya tiene todo el pescado vendido’, como decimos por aquí”.

Esta suerte de enamoramiento de la afición malagueña con el entrenador aparece también en los camareros de su restaurante favorito. A unos 300 metros del estadio La Rosaleda está Doramar, el local donde el ingeniero suele ir a menudo, por lo general acompañado de la familia o los amigos que llegan a visitarlo a Málaga. Es una marisquería atendida por garzones que pasan de los 50 años, con una decoración austera y un reservado al fondo del salón, que Pellegrini suele usar y alternar con las mesas que están más pegadas a la pared. Si hay un lugar discreto para comer y charlar a gusto, es éste. Los camareros, que coinciden en que el DT es un caballero gentil, dicen que el “menú del ingeniero” es de pocos ingredientes y sencilla elaboración: ensalada de lechuga, tomate y cebolla; un par de ostras al natural; gambas a la plancha y, de fondo, una lubina a la sal, un pescado parecido a la corvina. Para beber, sólo agua.

Pellegrini estudió Ingeniería en la Universidad Católica, mientras jugaba en el primer equipo de la Universidad de Chile. Pero su vocación inicial no fue ésa, sino la de ser médico, como su hijo mayor, Manuel José. Cuando llegó a entrenar al Málaga, en noviembre de 2010, el equipo estaba anclado al fondo de la tabla, en posiciones de descenso. Muchos malagueños pensaron que había sido su espíritu vocacional de médico el que lo había llevado a una Unidad de Cuidados Intensivos. Tras firmar el contrato, el Doramar fue el primer restaurante al que fue a comer. No debe de haber sido una comida de celebración, sino un punto de partida. El punto al que vuelve hoy, cada vez que puede. A veces con su esposa o sus hijos que van a verlo, a veces con su agente Jesús Martínez.

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El Estilo Pellegrini, como le denomina la hinchada malagueña, alude a dos caras de una misma moneda. O mejor, a las dos mejillas de una misma cara: la futbolística y aquella que tiene que ver con su carácter. Sin una no se concibe la otra.

La futbolística es la que celebran los malagueños más futboleros como Alvaro Ruiz, de los Malaka Hinchas. Malaka es el nombre que los fenicios le pusieron al puerto de Málaga por el siglo VIII o VII a.C. Malaka Hinchas es un grupo de animación similar al Frente Bokerón, sólo que tres veces más grande: unos 1.200 socios, al menos. En su sede social, un impresionante hangar industrial con techos de hasta 15 metros de altura, Ruiz resume las dos claves futbolísticas del Málaga de Pellegrini. Uno, jugar siempre igual, de local o de visitante y ante el rival que sea, “con lo que al final parece que jugaran de memoria”. Dos, la humildad y disciplina, y con eso, autoridad y confianza: “Si sus jugadores le creen y lo admiran, luego es lógico que mueran por él”.

La cara más personal del Estilo Pellegrini es la más esquiva. Para conocer el paisaje sentimental de una persona en un lugar, ésta tiene que estar dispuesta a hacer de guía o al menos dejar una que otra pista. En su caso, no sólo es que no le gusten las entrevistas, sino que las pocas veces que alguien lo ha visto en una reunión social, incluso en una recepción organizada por el club, al poco rato ya no lo ve, porque ha desaparecido. Su Málaga más privado sólo le pertenece a él. “Prefiero expresarme a través de cómo juegan mis equipos en la cancha”, dice a modo de disculpa y siempre respetuoso.

Una mujer que forma parte de la directiva del club tiene otra frase para referirse a esa distancia del ingeniero chileno con la prensa: “Pellegrini siempre está dando calabazas”, que es la forma coloquial de llamar en España al hecho de rechazar a alguien, usualmente un pretendiente amoroso. Y cuenta que cada vez que acude a él para informarle que hay una radio, un canal de televisión o un periódico que quiere entrevistarlo, se lo dice de esta manera: “Ingeniero, vengo a que me dé calabazas”. A menudo él se sorprende: “¿Calabazas?”. “Sí, ingeniero. Vengo preparada a que me diga que no y marcharme con la cesta llena de sus calabazas”. Y Pellegrini se ríe.

Los días en que El Semanal estuvo en Málaga, Pellegrini había pedido permiso para tomarse un descanso de jueves a domingo. Los torneos de clubes se habían suspendido debido a los partidos de las selecciones nacionales por las eliminatorias mundialistas y el descanso sonaba lógico y merecido: el Málaga va tercero en la liga española, un puesto por delante del cuarto lugar ocupado el año pasado, y en la Champions ha ganado sus dos primeros partidos con sendas goleadas por 3-0.

Lo poco que los malagueños saben de la vida que el ingeniero lleva en la ciudad o en la playa de Marbella donde vive es que “no se prodiga”, o sea, que apenas se le ve. Que los entrenamientos del equipo son a puerta cerrada, con tan sólo 15 minutos para la prensa y, por ahí, una vez al año autoriza que los aficionados entren a verlo. Que es una persona cultivada a la que le gustan las novelas, el cine y la música. Que es religioso, y la prueba de ello es que el primer acto público no deportivo en el que fue visto se produjo en la Misa del Alba del Jesús Cautivo, patrono de Málaga, y que el primer museo que visitó en la tierra de Picasso fue el de la Virgen de la Esperanza. Que vive en una casona frente al mar y le gusta jugar al golf y la buena comida, especialmente los pescados y mariscos. Y por si queda alguna duda, a los malagueños, este carácter discreto, reservado y prudente, celoso de lo privado y alejado del bullicio de los medios, les encanta. Marca un rasgo actual de su equipo: el recato y la disciplina.

"Nos viene bien un entrenador que protege en extremo su privacidad tanto como sus palabras", dice Mercy Chapman, una londinense afincada en Málaga desde 1983 y que se presenta a sí misma como una true fan del equipo. No exagera: es dirigente del International Supporters Club of Malaga, uno de los principales grupos de hinchas extranjeros, y speaker en La Rosaleda: la encargada de anunciar en inglés las alineaciones y cambios durante los partidos.

Chapman vive en uno de los pueblos marineros que se extienden a lo largo de la Costa del Sol, donde se calcula que sólo la población británica llega a los 100 mil habitantes. Pellegrini vive cerca de allí. Aunque nadie lo sabe a ciencia cierta, y los que lo saben no lo dirían jamás, es muy probable que su casa sea uno de esos bonitos y espaciosos caserones de paredes blancas a pie del mar que bordean las playas que hay entre Marbella y Puerto Banús, que es algo así como el kilómetro cero del jet set asentado allí: un inmenso y en cierto modo inconcebible estacionamiento de yates. Las playas que hay entre uno y otro punto de esta parte de la Costa del Sol son más tranquilas y despejadas, pero aun así no escapan a su influjo, una mezcla entre Miami y Las Vegas con casinos que parecen centros comerciales, clubes de lap dance, supermercados con arquitectura de palacios y tiendas de marcas exclusivas que venden zapatos dorados y plateados tanto para mujeres como para hombres.

Con todo, el lugar es ideal para alguien como el ingeniero, cuya afición al golf podría estar satisfecha con los nueve campos que circundan la costa. Pero no sólo por eso, sino por esa sensación de retiro vacacional que da vivir a unos 80 kilómetros del centro de Málaga, y también por ese sofisticado anonimato de estar rodeado de vecinos famosos a los que difícilmente se les ocurriría importunar a nadie pidiéndole una foto con su iPhone. O peor: una foto abrazados para colgarla en Facebook.

Pero hay una ventaja adicional de vivir en Marbella: el espectacular mall La Cañada, situado en lo alto de una montaña frente al mar y donde hay una tienda Fnac, esa cadena francesa que además de gadgets tecnológicos, ofrece libros en varios idiomas, películas, series, vinilos y CD. Pellegrini va con frecuencia allí. Sobre sus preferencias musicales o cinematográficas, los vendedores de Fnac tienen poco que decir. Sí, en cambio, sobre sus novelas favoritas: historias de intriga con trasfondo histórico o religioso. Sus autores preferidos son el británico Ken Follett y la española Julia Navarro. De Follett saben que ha leído el reciente La caída de los gigantes y el ya clásico Los pilares de la tierra. De la autora española, su último libro, Dime quién soy.

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Antonio Berdugo, el socio más veterano, es tan aficionado al Málaga que tiene un departamento para él solo, “consagrado exclusivamente al fútbol”, lejos de la casa donde vive con su mujer. Allí ve los partidos cuando su equipo juega fuera y no puede ocupar con su sobrino los asientos 3 y 5 de la zona noble del estadio. En abril del año pasado a Berdugo le rindieron un homenaje por sus 70 años como socio y recuerda que lo que más le llamó la atención de Pellegrini fue lo mucho que sabía de la historia del club, del fútbol español, de Málaga y de España. “Eso, y que no bebía”, se ríe el viejo, con su copa de vino en la mano.

Pero ése no es su recuerdo de Pellegrini que más lo emociona. Es éste: el 18 de septiembre, el Málaga debutó en la Champions ganándole 3-0 al equipo ruso Zenit. En un momento del partido, lo más interesante se trasladó de la cancha a la tribuna y nuevamente ocurrió algo nunca antes visto en la historia del Málaga: los espectadores que abarrotaban el estadio empezaron a cantar a coro: “Manuel, Manuel, ¡Manuel Pellegrini!”. La mayoría lo hacía de pie. Algunos saltaban.

La Rosaleda es el estadio español que más se llena cada fin de semana, con un 96,7% del aforo cubierto. Ese día de septiembre, la asistencia era total. No es usual que un estadio le cante a un entrenador de esa manera; sí a un delantero o a un centrocampista con el 10 en la espalda, y hasta a un portero tras atajar un penal decisivo. Ese día, Antonio Berdugo lloró. Y ahora se le vuelve a quebrar la voz al recordarlo.

La primera semana de octubre, el Málaga perdió su primer partido de la liga con un gol en contra anotado en el minuto 90. Con su rival, el Atlético de Madrid, se jugaba el segundo puesto de la tabla. El partido se jugó tarde, a las 9.30 pm en Madrid, así que cerca de la medianoche Pellegrini invitó a todo el equipo y a la delegación que había viajado con él a comer a uno de los mejores restaurantes vascos en Madrid, el Txistu. En total fueron unas 30 personas y no faltó como invitado especial su amigo Fernando Hierro, que en mayo había renunciado a la directiva del club. La cuenta la pagó Pellegrini. He ahí otros dos rasgos de su carácter celebrado por los que lo conocen: su generosidad y la lealtad a sus amigos.

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