Percy Fawcett, perdido en el Amazonas
<P>En 1925, el arqueólogo y oficial inglés desapareció en el Mato Grosso, buscando las huellas de una civilización perdida. ¿Un excéntrico? ¿Un loco? ¿Un mito? De todo un poco. El relato, de hecho, inspira ahora un nuevo libro y una cinta que protagonizará Brad Pitt.</P>
Estaba convencido. "¡Las ciudades existen, de eso estoy seguro!", escribió el inglés Percy Fawcett en una carta dirigida a su esposa en 1925. Hace unos meses que el retirado oficial del Ejército británico se había internado en el Mato Grosso, el corazón de Brasil, en busca de una civilización muy avanzada, que se negaba a tener contacto con la civilización exterior y que él mismo bautizó como la Ciudad Z. Por fin, luego de años de obsesiva investigación, Fawcett estaba a punto de encontrar la misteriosa ciudad de sus sueños. Su último registro no hace más que aumentar el aura de misterio: telegrafió a su esposa, desde un lugar llamado Puerto del Caballo Muerto, pidiéndole que nadie fuera en su busca si se perdía. "Si no volvemos, no deseo que organicen partidas de salvamento... Es demasiado arriesgado. Si yo, con toda mi experiencia, fracaso, no queda mucha esperanza en el triunfo de los otros".
Después de ese mensaje no se tuvieron más noticias del arqueólogo. Era mayo de 1925. Pero nadie le hizo caso a su última petición.
Los periódicos europeos y norteamericanos anunciaron con grandes titulares su desaparición y por los menos se organizaron 13 expediciones de rescate. Todas fracasaron. La historia se convirtió en uno de los máximos misterios de la arqueología mundial y la figura de Fawcett en el símbolo del aventurero por naturaleza, llegando a inspirar en los 80 a Steven Spielberg para crear al audaz e intrépido personaje Indiana Jones.
Ocho décadas después, la historia es rescatada en el nuevo libro The Lost City of Z, que en febrero de este año alcanzó los primeros puestos del ranking de libros más vendidos de The New York Times. Se trata de la primera novela del periodista neoyorquino David Grann, articulista de la revista The New Yorker y del periódico The Washington Post. En ella, Grann narra su propia expedición en 2005, siguiendo las huellas de Fawcett en el Amazonas brasileño y revelando nuevos datos a la investigación. El obsesivo arqueólogo, además, tendrá su propia aventura en pantalla grande: los derechos del libro de Grann fueron comprados por la productora de Brad Pitt, Plan B, y Paramount Pictures, para adaptarla al cine el próximo año. De hecho, la semana pasada el protagonista de El curioso caso de Benjamin Button viajó a la localidad de Miranda, en el Mato Grosso, para elegir las locaciones del filme que el mismo protagonizará y que será dirigido por James Gray (Los dueños de la noche).
Buscando a Fawcett
Percy Fawcett habría sido otro loco más en busca de una ciudad perdida, si no hubiese sido por su amplia reputación en los círculos intelectuales. Fundador de la prestigiosa Royal Geographical Society, el arqueólogo sirvió de joven al Ejército, trabajando además para los servicios secretos en el Norte de Africa y luchando en la I Guerra Mundial.
Como arqueólogo fue el primero en viajar a Sudamérica para delimitar las fronteras entre Bolivia y Brasil, en 1906. En su libro, David Grann describe parte de sus aventuras: cuando fue víctima de una emboscada por parte de una tribu que nunca antes habían visto a un hombre blanco, o sus luchas con pirañas, anguilas eléctricas, jaguares y hasta una anaconda.
Fascinado por las historias de los conquistadores españoles, Francisco de Orellana y Gonzalo Pizarro, y su mítica búsqueda de El Dorado, Fawcett se esmeró para encontrar en Brasil su propio imperio perdido. Sus ideas de una civilización secreta eran avaladas por el descubrimiento de vasijas que, según él, transmitían electricidad y mensajes telepáticos.
Acompañado de su hijo mayor, Jack, su amigo Raleigh Rimell, varios cargadores, ocho mulas y dos perros, el inglés emprendió el viaje donde desaparecería. En contra de los deseos de Fawcett, se desató una fiebre en Inglaterra para encontrarlo y, con ello, una seguidilla de hipótesis: desde que fue devorado por caníbales, hasta que el explorador quedó atrapado en una especie de segunda dimensión, en la que efectivamente existía Z. Los más esperanzados siguieron apostando porque el genio de Fawcett se convirtió en jefe de su propia tribu, a la manera de Kurtz en El corazón de las tinieblas.
En 1928, el comandante George Dyott dejó las hipótesis e inició la primera búsqueda real, convencido de que Fawcett era prisionero de la tribu brasileña de los calapos. Lo siguió el periodista Albert de Winton y el suizo Stefan Rattin. A los dos se los comió la jungla. Pero eran solo los primeros.
El que estuvo más cerca fue el brasileño Orlando Villas Boas, quien en 1951 aseguró conocer el verdadero final de Fawcett. El explorador habría desatado la furia de los indígenas al perder, en un accidente, la mayoría de los regalos que ellos le habían dado. Toda la expedición fue asesinada: los cuerpos de Jack y Rimell se arrojaron al río; el de Fawcett tuvo un entierro digno. Villas Boas llegó a fotografiarse con los supuestos huesos del arqueólogo, pero Brian, el hijo menor de Facett, nunca le creyó. En 1998 la versión se refutó cuando un indio calapo dijo a la BBC que los huesos no eran de Fawcett. Lo concreto es que dos pertenencias reales se recuperaron del inglés: en 1927 se encontró una placa con el nombre de Fawcett en una tribu indígena y, en 1933, una brújula tirada en la selva brasileña.
Luego de algunos años, se descubrió que el mismo arqueólogo dio mal las coordenadas del inicio de su viaje, para que nunca lo encontraran. Autoridades del gobierno brasileño aseguraron que era imposible realizar el viaje planteado por el inglés y menos en nueve días, como se había programado. Todo indica que Fawcett desapareció por propia voluntad. Para David Grann, la ambición de Fawcett pudó más. Quizás quería ser el único en conocer a esa civilización perdida de indios con el pelo rojo iluminados con luces que nunca se apagan, donde habitan animales gigantes y funcionan aparatosos cohetes. "Percey Fawcett fue un budista que vivió como un indio guerrero. Un hombre con una furia demoníaca y un divino sentido de la inmortalidad que lo hicieron un gran explorador", anota Grann.
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