Pichasca, el otro Elqui
Franceses recorriendo en bicicleta, alemanes durmiendo de día para poder observar las estrellas en la noche, españoles trazando senderos, una familia gringa fascinada con el color de las montañas, y belgas sacándose fotos a los pies de un dinosaurio. Todo esto en Pichasca o, mejor dicho, en San Pedro de Pichasca, un secreto a voces entre los turistas extranjeros. Un sitio en el que hay una naturaleza imponente, uno de los cielos más limpios del planeta, comodidades, y sabores autóctonos. Todo, además, en un paraje que pese a que tiene caminos pavimentados que llegan casi hasta el límite con Argentina, y acceso fácil desde el aeropuerto serenense, todavía está virgen del turismo masivo.
Ubicada al interior, entre Ovalle y La Serena, Pichasca está a orillas del río Hurtado que baja amablemente de la cordillera, y hace posible que la mayor parte de la uva que se utiliza hoy en la elaboración de pisco, provenga de la zona, a través del trabajo de las cooperativas locales. El paisaje de esta tierra de dinosaurios, dueños y señores del lugar hace 70 mil años, es prístino y realmente especial, sobre todo, por la luz que tiene.
Contrastando con un cálido y brillante día de sol, la noche es fría. Nuestro destino es la Mateada cultural, que reúne a los vecinos del pueblo en una tertulia acogedora con mate de greda, organizada por la municipalidad. Ahí se pueden conocer productos de la comuna de Río Hurtado como los de la agrupación de Artesanas de Huampulla cuya especialidad son los tejidos de lana de oveja (Cel. 8 9888063 o 9 4216750) o los de la agrupación cultural de Artesanos en Piedra (Cel. 8 3505014 o 9 0151545). La velada también incluye cuecas y versos. En esa casona de ladrillo tendido y piso de tierra hay razones para inspirarse, ya que fue ahí mismo, cuentan los asistentes orgullosos, donde Pablo Neruda escribió Las piedras del cielo. Igual de orgullosos muestran un cuidado mural que ilustra dibujos infantiles que representan cuentos tradicionales.
De regreso, uno se encuentra con todo lo que uno espera después de un día intenso. En medio del cielo estrellado y no contaminado ni con esmog ni con luces artificiales, una cabaña totalmente equipada con aire acondicionado, televisión, un plumón abrigado y una gran terraza para contemplar el panorama. De alguna forma, aunque en otro contexto, recuerda a las funcionales cabañas que hay en los espectaculares parques-reservas de Sudáfrica.
Después de 12 años en Australia, Roberto John volvió a su Ovalle natal, con las ganas y la idea de hacer un complejo turístico tranquilo, cómodo, construido casi con sus propias manos. Han pasado dos años y Las Nietas -en honor a su madre que sólo tiene nietas- es ese sueño hecho realidad (www.complejoturisticolasnietas.cl). Tres cabañas, dos domos y otro gigante para ocasiones especiales se emplazan frente a la piscina con su gran deck. También hay quincho, jardín, decenas de árboles frutales, juegos infantiles. El curso del río Hurtado pasa por una ladera del terreno y las montañas multicolores enmarcan el paisaje.
En medio de todo eso es posible pasar un día soleado a orillas de la piscina, con cerveza Atrapaniebla hecha con agua de la niebla, quesos de cabra de la vecina "la yugoslava" o de Las Majadas, pan de nuez, frutos secos, aceitunas del lugar, los vinos elaborados en las cercanías -algunos de los cuales han sido calificados hasta con 92 puntos-, el manjar de leche de oveja y las mermeladas de copao (un cactus que produce un fruto cítrico) de Las Bertas. En ese momento uno se pregunta por qué los extranjeros han descubierto este lugar antes que los turistas chilenos.
Las Bertas son una madre e hija que a punta de esfuerzo y buena mano están sacando adelante una producción casera de impecables mermeladas y manjar de leche de cabra, "fruto del cariño del norte", como reza la etiqueta en los frascos. Ellas cocinan si uno no quiere hacerlo en su domo y en ese caso no hay que perderse la espectacular masa de empanada que sale de su horno. Los expertos dicen que no hay nada igual; ellas, que es "un secreto de familia" (Cel. 7 7223466).
Don Walter Rivera es otro de los vecinos notables de Pichasca, y guarda celosamente una antigua tradición. Él pertenece a "Alfareros de Río Hurtado" y, de sus prodigiosas manos, y usando la misma técnica que emplearon sus antepasados diaguitas hace cientos de años, salen réplicas perfectas de las piezas utilitarias y decorativas que hoy se exhiben en el área precolombina de varios museos del país.
Desde Las Nietas, y en la otra rivera del río Hurtado se divisa el Monumento Natural Pichasca. Creado en 1985, tiene 128 hectáreas de extensión en un terreno donde antes hubo bosques prehistóricos y lagos. Hoy hay bosques fosilizados de arrayanes y araucarias que están a la orilla del sendero, sin protección alguna. Aquí además se encontraron los primeros huesos de dinosaurio en Chile, con 70 mil años de data, que se pueden ver a la entrada del parque.
Existen dos senderos, uno de 200 metros pensado para quienes no pueden acceder al mayor, que cuenta con miradores y protección de acantilados. Para recorrer el segundo, de dos kilómetros y que lleva a la réplica de tamaño natural del dinosaurio en una planicie del valle, tampoco se requiere ser todoterreno. Sus bonitos y cómodos paradores están impecables, y distanciados con excelente criterio para poder descansar a la sombra, mirar una vez más los maravillosos cóndores surcando el cielo, y tomar agua.
A metros del dinosaurio sorprende el "Alero rocoso" donde el hombre primitivo y también el de nuestras culturas ancestrales, anterior a la incaica -como la molle- se refugiaba de los peligros. Además de cestería, armas primitivas y cerámicas, en el sitio se han encontrado pictografías del 8.000 a. C. Es un lugar sobrecogedor, que hace sentir una energía apacible, casi religiosa y que cuenta con una réplica del hombre primitivo y sus utensilios.
La noche está clara en Pichasca, los ánimos calmos, el río y la piscina ayudan a calmar el estrés del que viene de afuera. Ver el atardecer desde la terraza es espectacular: a través de sus colores las montañas delatan el metal que guardan en sus entrañas. Esperamos el paso de satélites, asunto nada novedoso para los lugareños, que dicen estar acostumbrados a un cielo con sorpresas como el avistamiento de ovnis. "Los he visto dos veces, en vuelo horizontal y en las mismas cumbres, cuenta Roberto John", el artífice de Las Nietas, tal como si se tratara de un asunto cotidiano.
Pero esos paisajes tan especiales de noche siguen dando sorpresas de día. Doce kilómetros de sinuoso camino pavimentado a orillas del río Hurtado conducen, entre pueblos y caseríos de postal, a parajes incomparables como Serón, donde está la hacienda del mismo nombre que, dicen, alguna vez llegó hasta el límite con Argentina. Su capilla como todas las de las haciendas de la zona es más que centenaria, y ha quedado ahora justo a la otra orilla del camino, bajo un sol brillante que asegura su presencia 355 días del año.
Imponente puerta frontal con un lindo herraje, todo como surgiendo enmohecido del pasado. Tal vez porque en el fondo saben que están protegidos por la ley, que busca asegurar su supervivencia, los loros tricahues se han instalado a sus anchas al interior de la capilla y nos rodean y vuelan sobre nuestras cabezas con un grito ensordecedor entre postes, árboles y santiaguinos asustados. Sacarlos de ahí cuando la capilla comience a ser restaurada no va a ser fácil.
Tampoco es fácil salir de ahí para los turistas. Tres días en la zona de Pichasca y río Hurtado bastan para desconectarse del estrés cotidiano, volver a mirar y disfrutar lo grandioso del paisaje, respirar hondo y feliz. Pero dan ganas de quedarse mucho más.
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