¿Por qué (casi) siempre nos gusta más el libro que la película?
<P>Suele ocurrir: una vez que hemos leído el libro que la inspira, la película no nos parece tan buena. No existe un estudio científico que lo explique, pero sí algunas pistas: el poder de la imaginación y el efecto de la primera impresión pueden influir en este fenómeno.</P>
DECEPCION. Eso es lo que sienten muchas personas cuando salen de la sala en que se acaba de proyectar lo que habían esperado todo el año: la película basada en ese libro que se devoraron durante el verano. ¿La razón? Ni las cabritas ni la atmósfera especial del cine son capaces de librarlos de esa sensación, sin mucha explicación racional, pero intuida de manera muy clara, que les asegura que "el libro era mucho mejor que la película".
No importa si fue Lo que el viento se llevó, El señor de los anillos o Las Crónicas de Narnia. Tampoco importa mucho la edad, porque ni siquiera los jóvenes, más apegados a lo visual que los mayores, que crecieron sin mucha más alternativa que la lectura, se salvan. Los especialistas señalan que se trata de un fenómeno transversal (no ocurre siempre, pero sí en la mayoría de las ocasiones en que se ha accedido antes al libro que a la película) y está vinculado a un factor que une a las personas y que nunca pasa de moda: la imaginación, esa que sólo es capaz de encender la lectura.
Porque no se trata de una sensación originada en las rutas del placer del cerebro, donde no existe mucha diferencia entre los efectos producidos por las películas o los libros. Jordan Grafman, director del Laboratorio de Investigación en Lesiones Traumáticas del Centro de Investigación de la Fundación Kessler, en Estados Unidos, explica a La Tercera que un libro genera un mayor estímulo en la corteza prefrontal (responsable de las funciones más sofisticadas, como la planificación, el razonamiento y el juicio), mientras que una película induce a una mayor actividad en las áreas que controlan el procesamiento visual y auditivo. Sin embargo, dice, ambos terminan produciendo un tipo de placer más o menos parecido.
Es más, el profesor de la Universidad de Wisconsin, en Milwaukee, Anthony Greene, dice a La Tercera que cuando leemos también se encienden en el cerebro las zonas ligadas a lo visual y a lo auditivo, pues necesitamos imaginarnos cómo un personaje ve el paisaje que el autor describe o cómo suena la bocina del auto que no alcanzó a atropellar al protagonista. En ese sentido, sostiene Greene, película y libro son iguales, y la única gran diferencia radica en la imaginación que potencia el texto escrito, propia de procesos más complejos, como la lectura, donde no está todo dado.
Grafman explica que los libros fuerzan a las personas a recordar los detalles de la historia y cómo éstos forman parte de un contexto. Por supuesto, eso implica una mayor atención de parte de las personas, lo que hace que, a la larga, se involucren emocionalmente en la trama y construyan su propia visión de los hechos, fruto del mayor esfuerzo que deben desplegar a la hora de procesar la información que están recibiendo. No ocurre lo mismo en una película. "Ahí eres guiado a través de la acción, que tiene un fuerte énfasis visual, lo que a la larga devalúan el pensamiento y la imaginación, reemplazándolos con detalles visuales y de acción, que para nuestros cerebros son irresistibles", dice Grafman.
El neurosicólogo de la Fundación Kessler recrea su teoría con un ejemplo clarificador: "Imagina que estás con un hombre muy guapo. Es atractivo y eso puede estimular visualmente tus centros de placer y activar ciertas hormonas. Luego te dice algo bonito, y eso produce lo mismo. Pero después, al día siguiente, te escribe una larga carta, y ahí puedes apreciar la profundidad de sus ideas y el contexto en el que se conocieron. Todas estas formas diferentes apelan a diversas áreas del cerebro, pero la carta puede tener un efecto más duradero, ya que se despliega de manera más rica en el cerebro y te ofrece más posibilidades de imaginación y de recuerdo. Eso es lo que ocurre con el libro, comparado con un simple póster que cuelgas en la pared".
La primera impresión
Hay dos aspectos en esta historia que no se pueden desconocer. El primero es que, en general, son los buenos libros los que se convierten en películas, y esa ya es una razón de peso para generar, de partida, apego hacia ellos. El segundo, es la desazón obvia que nos produce el recorte de escenas con el traspaso de la historia a la pantalla grande. Un proceso en el que quedan fuera aspectos importantes del desarrollo de los personajes. "Eso lleva a la gente a sentir que la película tiene muchas cosas equivocadas o que no fue capaz de captar el sentimiento del libro, como sí lo hizo la gente que lo leyó. Esto puede tener que ver con que el lector se imagina el contenido en su propia y única experiencia", dice Greene. Y la siente insultada al ver el resultado en pantalla.
Sin embargo, ninguna de estas aristas es tan relevante como que, en general, lo primero que conocemos es el libro, y eso a nuestro cerebro le importa mucho.
La razón la han descrito estudios como el del investigador australiano Ulrich Ecker, que demostró que a nuestro cerebro le cuesta mucho cambiar de opinión frente a un tema, pues le genera inestabilidad. Por eso, cuando se ha aferrado a una creencia -como que un libro es muy bueno-, prefiere mantenerse apegado a ella, ya que se amolda mejor a las ideas estables que a las cambiantes. Esto, porque busca ahorrar la energía y los recursos que necesita invertir cada vez que requiere reinterpretar la realidad.
En un post dedicado al tema en su blog, el periodista científico del diario español El País, Pere Estupinyà, señala que otra de las explicaciones podría tener que ver con lo que los expertos han llamado efecto endowment: el proceso a través del cual le conferimos un valor especial a aquello que hemos hecho propio. Como nuestro tazón regalón. O un libro, cuyos personajes y pequeñas escenas se vuelven nuestros gracias a los muchos días o semanas que demoramos en adentrarnos en la historia.
Este efecto, que en español sería algo así como "de dotación", tiene una raíz evolutiva. Owen Jones, un profesor de Derecho y Biología de la Universidad de Vanderbilt, y la primatóloga Sarah Brosnan, de la Universidad Estatal de Georgia, señalan, en una de sus investigaciones, que en el pasado, renunciar a cosas y cederlas por otras -lo que haríamos en nuestro cerebro al cambiar la primera opinión por la segunda- era muy riesgoso, pues siempre estaba la posibilidad de quedarnos sin nada y no tener a qué aferrarnos. Y si hay algo que los seres humanos odian es la incertidumbre.
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