¿Por qué los veintitantos nos marcan para siempre?

<P>Porque es la época en que enfrentamos una serie de situaciones y emociones nuevas con las que ensayamos las reacciones y convicciones que tendremos el resto de la vida. </P>




SI LO piensa, debiera llegar a la misma conclusión que la mayoría: no importa mucho la edad que tenga ahora ni en qué lugar esté de la curva descendente del aspecto físico, en el fondo uno no es muy distinto a cuando tenía 20 o 22 o 24. De hecho, es probable que sienta que frente a determinadas situaciones, no reaccionaría en forma radicalmente opuesta (quizás sí más pausado, un poco menos atarantado) a como lo hizo en sus 20... A lo que vamos: en términos generales, usted se siente muy parecido a como era cuando estaba en los veintitantos...

Así es para todos.

Porque es justamente en ese período -y no antes- cuando se conforma quienes somos hoy. Nuestra identidad. Es decir, un tiempo en el que sin darnos cuenta y en una especie de juego de ensayo y error nos encontramos con hechos y emociones nuevos que van modelando las reacciones y convicciones que tendremos el resto de la vida (en la etapa de crecimiento el cerebro consolida mejor los recuerdos, algo que varía a partir de los 25, cuando termina de madurar y el ser humano se convierte en adulto).

Eso es algo que ha comprobado una línea de investigación dedicada a explorar por qué siempre, en todas las reuniones con amigos ya entrados los 40 o 50, o cuando nos toca contarle nuestro pasado a gente que venimos conociendo, son los relatos de los 20 los que afloran persistentemente.

Las razones son varias. La doctora de la Universidad de Virginia y autora del libro La década definitoria, Meg Jay, lo deja claro a Tendencias: "Sabemos que dos tercios de los hitos importantes en las vidas de las personas ocurren en los 20 años, cuando los sucesos más relevantes son el cambio de trabajo o carrera o la persecución de estudios de posgrado. En los EE.UU., al menos, más de la mitad de la población está casada, comprometida o viviendo con su pareja al momento de cumplir los 30 años. Y la personalidad cambia más en los 20 que en cualquier otro momento antes o después de esa edad".

Tan así, que la gran cantidad de hitos que ocurren en esta etapa es uno de los factores más importantes del fenómeno, pero no el único. Hay dos más que consolidan, en particular, estos recuerdos durante el resto de la vida. Uno es la configuración del cerebro, enormemente emocional en este período. El otro, la forma en que nuestras necesidades organizan las memorias de quiénes somos y en qué nos hemos convertido en la adultez.

UN CEREBRO HECHO PARA LA NOVEDAD

Hacer dedo, salir de vacaciones sin la plata suficiente, tomar más de la cuenta o confiar ciegamente en los desconocidos. Lo más probable es que se reconozca en alguna de estas actitudes juveniles. Lo más probable, también, es que las recuerde con una sonrisa, pero que inmediatamente piense: "No volvería a hacerlo". Lógico, a estas alturas -y con toda la práctica de los años- su cerebro no los dejaría repetir decisiones tan poco racionales.

En primer lugar, esto tiene que ver con que las experiencias que hoy vive ya no le parecen tan nuevas ni lo desbordan emocionalmente con la intensidad de "la primera vez". Porque para nuestro cerebro, la novedad es crucial, al punto que estimula significativamente el funcionamiento de la memoria, sobre todo la de largo plazo. En una de sus investigaciones, científicos de la University College London escanearon con resonancias magnéticas los cerebros de un grupo de voluntarios mientras les mostraban imágenes nuevas y otras que ya habían visto.

Lo que descubrieron fue que las nuevas fotografías activaban una región cerebral llamada sustancia nigra/ventral tegmental, algo que no conseguían las imágenes ya vistas. La importancia de este descubrimiento es que esa región del cerebro, que está relacionada con la motivación y el comportamiento orientado a la recompensa, responde de una manera semejante a las recompensas y a las novedades. Fruto de esta activación se libera dopamina, neurotransmisor relacionado con la formación de la memoria de largo plazo.

Y por otra parte, está el tema del desarrollo estructural del cerebro. En la adolescencia y hasta pasados los 20 años, el cerebro aún no termina de refinar las habilidades más complejas, asociadas con el desarrollo de la corteza prefrontal, como la planificación, el razonamiento, el juicio y la toma de decisiones. El que realmente tiene el control en esta etapa es el sistema límbico, relacionado con las emociones y la afectividad y responsable del procesamiento de la mayor parte de la información que ingresa al cerebro juvenil.

Según la neuróloga B.J. Casey, esta configuración más "primitiva" es la causante de los mayores niveles de dopamina (un neurotransmisor que también es responsable de la intensidad de la sensación de satisfacción) que en este período inundan el cerebro. En un artículo de The New York Magazine, Casey asegura que esa es la razón de que todas las vivencias adolescentes sean percibidas de manera más visceral. "Nunca más vuelves a esa intensidad", dice. Pero es justamente esa vehemencia para evaluar la realidad, una de las responsables de que los recuerdos se mantengan ad eternum.

Así lo describe a Tendencias la escritora Robin Maratz Henig, autora del popular y reciente libro ¿Qué pasa con los veinteañeros? "Los 20 años son el tiempo en que algunos de los más excitantes eventos ocurren; siempre eres mejor para recordar las cosas que ocurrieron cuando las emociones fueron intensas", dice.

Porque si bien durante la primera década de la vida estamos expuestos a una muchísima mayor cantidad de estímulos nuevos y sorprendentes, es la intensidad propia del cerebro juvenil la que hace recordar los de esta etapa como los más novedosos y únicos.

Según Jay, esto se debe a que el cerebro de un niño aún está "en construcción y no es capaz de hacer recuerdos duraderos de la misma forma que en la segunda etapa del desarrollo, cuando puedes entender y retener mejor las cosas, ya que estás más grande y alcanzando una dimensión de desarrollo totalmente nueva".

LA MEMORIA AUTOBIOGRAFICA

Nuestra particular percepción de los 20 años también está regulada por otro fenómeno: el carácter dispar de nuestros recuerdos. Dicho de otro modo, estamos hechos para recordar unas cosas por sobre otras, dependiendo de cuánto nos ayuden en una de las misiones más relevantes para los seres humanos: saber quiénes somos. Es decir, tendemos a recordar con más fuerza los episodios que concuerdan con nuestra percepción de nosotros mismos.

En esos términos, la adolescencia y el comienzo de los 20 coinciden con el desarrollo de una noción más clara de nuestra identidad, lo que de una u otra forma controla cómo los eventos de esa época nos afectarán durante toda la vida. El doctor Laurence Steinberg, sicólogo de la U. de Temple, en Estados Unidos, comenta que es precisamente el complejo proceso de formación de la identidad el que ayuda a que incluso cuestiones intrascendentes de los 20 años construyan una impresión indeleble y formen parte de nuestros gustos hasta la edad adulta. Como la música.

Steinberg dice a Tendencias que, sin lugar a dudas, "tendemos a recordar más los eventos cuando ocurren en tiempos en que nuestra identidad está tomando forma o cambiando".

Así también lo probó una investigación de la U. de Inglaterra, en Leeds, que define este fenómeno como "perspectiva narrativa" de la memoria, que sugiere que organizamos nuestros recuerdos de forma que nos ayuden a comprender quiénes somos en la adultez.

Sabiendo que estudios previos habían delimitado que los 20 y los 30 son la etapa de formación más distintiva de la identidad, los investigadores ingleses quisieron probar cómo se relacionaba esto con la percepción de la importancia de ciertos eventos ocurridos en ese período.

En el estudio reunieron a un grupo de voluntarios y se dieron a la tarea de mapear en qué momento aparecían los más marcados rasgos de su personalidad. A todos se les pidió que generaran 20 resoluciones que los definieran, del tipo "tengo buen humor" o "soy dormilón". Luego se les pidió que eligieran tres de esas declaraciones y que seleccionaran tres recuerdos que les parecieran relevantes para cada una. Finalmente, se les dijo a los voluntarios que establecieran lo mejor posible la edad a la cual esos tres rasgos de personalidad habían surgido. El resultado fue claro. La mayor parte de los recuerdos provenía del momento exacto en que los rasgos de personalidad mencionados se habían formado: los 20.

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