Por qué odiamos y amamos las sorpresas

<P>Nos gusta lo predecible, pero somos curiosos. Estudios prueban que nuestra primera reacción es </P> <P>temor y luego la valoramos positivamente. </P>




Charles Darwin encendió los fuegos cuando observó que las personas que veían fotos de gente sorprendida asociaban la imagen con alguien experimentando terror, dolor e incluso rabia. Nadie reflejaba, ni mínimamente, una expresión de "me gustan las sorpresas".

¿Por qué entonces nos sentimos atraídos con las sorpresas? ¿Cómo algo que comienza tan mal -al menos eso se desprende de la cara que ponemos al ser sorprendidos- puede llegar a transformarse en una experiencia inolvidable? ¿Por qué amamos fiestas y regalos sorpresas?

Un nuevo estudio realizado por científicos de la Universidad Tilburg, en Holanda, explica por primera vez que son dos los factores que nos atraen: uno es la connotación generalmente positiva que damos a la palabra sorpresa y, la otra, es que al ser una emoción fugaz tiene el potencial de "amplificar" lo que estamos experimentando.

En uno de los estudios, por ejemplo, los participantes debían recordar un evento que los hubiera sorprendido en el pasado, versus otro evento que consideraran inesperado, para luego contestar cuestionarios acerca de ambas experiencias. Aunque en ambos casos se reunían criterios asociados a la incertidumbre y al temor ante lo desconocido como primera reacción, la única experiencia valorada como positiva al final era la sorpresa.

Los investigadores explican que si bien en el momento de ser sorprendidos no existe diferencia con emociones como el temor, la connotación positiva de la sorpresa marca la diferencia al evaluar todo el proceso. Para probarlo, un segundo estudio mostró fotografías de gente al momento de ser sorprendida -igual que hizo Darwin en su momento-, pero a un grupo se le agregó la palabra "sorpresa" bajo la imagen. Todos debían señalar si la expresión de las personas era negativa o positiva. Aquellos rostros rotulados con la palabra sorpresa eran catalogados como "positivos", pero los que no tenían la palabra eran considerados como rostros con carga negativa. "Sólo la sorpresa conlleva esta clase de interpretaciones ambiguas. Esto no ocurre cuando vemos expresiones de miedo, pena o alegría". Dicho de otro modo, todos sabemos que la sorpresa puede terminar como una emoción grata y por eso hay una tendencia a valorarla positivamente.

Según explica el estudio, todos los seres humanos tendemos a preferir las situaciones predecibles, que no confunden a nuestro cerebro. Pero por otra parte, sentimos atracción hacia lo desconocido. Y es la mezcla de ambas situaciones la que genera un efecto "amplificador" de lo que experimentamos después. De este modo, si se trata de una fiesta, por ejemplo, la incertidumbre, sumada a la curiosidad, genera una expectativa que, de ser satisfecha, resultará en una experiencia que jamás olvidaremos. Pero ojo, si la sorpresa es mala, si la fiesta no es buena o el regalo no le gustó, la sorpresa terminará siendo un pésimo recuerdo y todo el esfuerzo invertido habrá sido en vano: al impacto ante lo inesperado, hay que sumar a esa valoración inicial negativa un resultado que, a fin de cuentas, fue una completa decepción.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.