Posibilidad de redimirse
RESULTA difícil imaginarse a la ministra de Educación revisando currículos, entrevistas, críticas, cartas de recomendación y la pila de documentos que componen esas abultadas carpetas de los postulantes al Premio Nacional de Literatura. Más difícil es pensar que sobre su velador están los libros de poesía y que, para despejarse o hasta para conciliar el sueño, se sumerge en la lectura.
¿Cómo, entonces, se forma un juicio sobre el valor de los competidores? ¿Hay asesores que le entreguen los argumentos que deberá exponer al momento de votar? De ser así, sería bueno que se conociera quiénes son esos funcionarios. Mejor, que sean ellos, en representación de la ministra, los encargados de fallar el premio.
Lo mismo vale para el rector de la Universidad de Chile y el miembro del Consejo de Rectores. A lo que voy: tres de los cinco votos pertenecen a figuras por completo alejadas de la literatura.
Hace demasiado tiempo se viene cuestionando la composición del jurado y cuesta entender por qué no se hace nada por incorporar otras voces; voces que estén a caballo en la materia y que den cuenta de una sociedad más plural.
Al revisar la lista de los últimos ganadores, da la impresión de que el voto del gobierno tiene un peso enorme (como si los rectores evitaran disentir con el ministro). Una administración para la que el éxito comercial era sinónimo de calidad, terminó entregándole el galardón a Isabel Allende. Antes, la Concertación tuvo que retribuir al PC por su invaluable apoyo premiando a dos militantes ejemplares. Y la última versión ya fue para la risa (risa skarmetiana, claro).
Con todo, este año el jurado tiene la posibilidad de redimirse. Independiente de si presentaron o no su carpeta, hay cuatro o cinco poetas espléndidos, que están lejos de la obsecuencia con el poder y que, por lo mismo, han desarrollado una obra que amplía nuestra percepción de la realidad. Está Claudio Bertoni, está Elvira Hernández, está Rosabetty Muñoz y, sobre todo, está José Ángel Cuevas.
La obra de este último se concentra en el "exilio interno", en los que se quedaron aquí y fueron víctimas de todo tipo de atropellos durante la dictadura. La palabra clandestinidad. La palabra seguimiento. La palabra dolor. La palabra cesantía. Eso es lo que nos recuerda Pepe Cuevas con un humor trágico y por medio de sujetos frágiles, carentes de cualquier prestigio social.
Su poesía apela al Golpe, pero también es un registro de las transformaciones que el país ha experimentado en las últimas décadas: segregación urbana, pérdida de la cultura sindical, concentración económica y la mutación del pueblo en lumpen. Su Poema 90 es una muestra ejemplar: "¿Cuál será la próxima Voz que retome la lucha interrumpida?/ ¿la de los neopreneros? ¿o de los endeudados?/ ¿Quizá la voz de los cesantes/ o los ex-poetas?/ Todos esperan esa Voz. Que los llame/ Ya pasó el tiempo de los viejos obreros. Y más aún/ la de los peones del agro/ siderurgia y manufacturera./ Yo también espero que salga a la pelea la Tercera Edad./ Ahora sí que venceremos".
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