Publican las cartas de Claude Monet a su mujer y amigos
<P>Ya está en Chile el libro que reúne parte de la correspondencia del pintor francés.</P>
Para muchos, Claude Monet (1840-1926) fue uno de los grandes del impresionismo. Para otros, y son dos proposiciones que no se excluyen, Monet fue pionero del arte abstracto. Idea que, tal vez, hubiera chocado al propio Monet, que si llegó a los umbrales de la abstracción, lo hizo desde el depurado realismo de intentar captar, trabajando mucho sus lienzos, la instantaneidad y los cambios de luz de la naturaleza.
De ello habla a menudo, en lenguaje sencillo, la correspondencia de este gran pintor poco amante de las ciudades, que en 1883 se fue a vivir con su compañera y sus hijos a la aldeíta de Giverny, desde donde escribe (o adonde dirige) buena parte de las cartas que recoge este tomo. Como muy bien dice la editora, estamos ante las cartas de un gran pintor que, aunque amigo de algunos literatos ilustres, no era él mismo escritor ni lo pretendía, como su amigo Whistler, y que sí tiene curiosos pinitos literarios. Monet, no. Sus cartas, sencillas como a menudo reconoce, sólo nos dan cuenta de su vida afectiva, centrada en Alice Hoschedé, a la que ama y cuenta su intimidad sentimental y a la que, aunque vivían juntos, llama de usted (más frecuente en francés que en español), mientras ella no ha conseguido la separación de su anterior marido, y a la que tutea como Alice Monet, cuando han logrado casarse.
El grueso de esta correspondencia -pues Monet sale de su querido Giverny para hacer negocios y ver a amigos o para pintar, como es el caso de las estancias en Ruán, para ver los distintos matices de la fachada de su catedral- está dirigido a su mujer y a su marchante Durand-Ruel, al que debe mucho, pero con el que no deja de tener tensiones. En esos dos grupos de cartas vemos la necesidad íntima de Monet de gozar de estabilidad sentimental, y cómo pondera ante su galerista y representante la dificultad de su trabajo, que sólo puede realizar con cierta luz y cierto clima (por lo cual no todos los días ni horas valen para pintar) y su necesidad perfeccionista de revisar sus cuadros una vez concluidos.
Aparte hay cartas a amigos o cercanos, escritores a los que confiesa admirar y leer, como Mallarmé (al que regala una obra), Zola, Octave Mirbeau o el decadente Rollinat. La otra parte la llevan, lógicamente, los pintores, desde el admirado Manet (que acaba de morir cuando comienza esta correspondencia y de cuya fama póstuma se ocupa Monet), hasta otros impresionistas -término que no gustaba a nuestro hombre- como Pissarro, Berthe Morisot o Toulouse-Lautrec.
Este no es un libro literario. Las cartas son sencillas, pero constituyen un documento imprescindible para conocer la sensibilidad y el trabajo cuidadoso de Monet, sus relaciones, su respeto por otras artes y hasta el hecho de que ya en 1908 era imitado, pues en una carta de ese año a Durand-Ruel le dice que destruya un cuadro que le ha llegado con la firma muy bien imitada, pero que no es suyo. Monet, un delicado artista y un hombre humanamente, al parecer, cordial y sencillo. Como sus cartas, en suma, aunque esta no sea su correspondencia íntegra.








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