Puerto Cristal: el Humberstone patagón

<p>No sólo el desierto de Atacama o Sewell atesoran pueblos patrimoniales que cobijaron a la antigua minería chilena. La Patagonia también tiene algo que decir y lo hace mediante este campamento, abandonado en 1997, que durante casi 50 años llevó la fiebre del mineral a orillas del lago General Carrera. </p>




NO PUEDE haber mejor guía para esta excursión que Marcos Panishini. Tendrá 22 años, habla lo justo y necesario, pero tiene una historia que pocos ostentan: haber nacido y vivido hasta los seis años en Puerto Cristal.

No sólo eso, Marcos fue el último niño que nació en este desconocido campamento y el único que quedó en el pueblo antes de su cierre. Aquí vivía junto a su madre y su padre que, como muchos, trabajaba en la planta que procesaba los minerales del cerro.

Plomo y zinc fueron los principales concentrados que distintas empresas explotaron desde 1948, cuando Puerto Cristal pasó a ser lugar de peregrinaje de familias en busca de una mejor vida.

Pero dada su inexpugnable ubicación, no era nada de fácil llegar hasta aquí. Había dos formas. La oficial era mediante la embarcación que la minera ponía a disposición de los trabajadores. Sin embargo, muchos hombres no tenían contratos de trabajo y se adentraban con machete en mano por la Patagonia.

No había senderos ni huellas, por lo que según su punto de partida, que podía ser hasta Puerto Montt, las excursiones tardaban semanas e incluso meses para llegar a Cristal. Cuando arribaban a los alrededores, esperaban la noche para hacerse caer, esperando un toque de fortuna para comenzar a trabajar.

En la actualidad, la forma de llegar no ha cambiado mucho. La manera más expedita sigue siendo en lancha. Desde Puerto Sánchez, pueblo ubicado a orillas del lago que compartimos con Argentina. Aquí, los hermanos Luis y Rodrigo Alarcón han instalado una empresa de turismo. Con una lancha para seis personas visitan lugares desconocidos del lago General Carrera, como las Cavernas de Mármol (no confundir con las Catedrales de Mármol), o Puerto Cristal, lugar al que la lancha demora una hora ($ 60.000 el grupo). Este último paseo sólo se hace en primavera y verano, cuando los fuertes vientos disminuyen. El resto del año, está la alternativa de cinco horas de ida y otras cinco de vuelta arriba de un caballo.

VIDA DE PUEBLO FANTASMA

Si bien la navegación es más corta, la excursión a caballo permite conocer mejor la geografía donde se fundó Puerto Cristal. De esta manera, fiordos, bahías y estuarios del lago más grande de Chile son reemplazados por el cruce de campos ganaderos, bosques de coigüe y lenga, el río Müller y montañas que regalan estupendas panorámicas. Finalmente, la cabalgata entrega una primera vista de la planta procesadora y las casas que dieron vida al pueblo. Sólo el silencio da la bienvenida, luego vemos una alameda que desemboca en una explanada. Era el lugar de reunión y da a entender cómo estaba organizado todo. En el centro se encuentra una plaza en la que aún se mantienen resbalines y columpios y, al lado, una multicancha de cemento. A un costado de la plaza, la escuela que albergó a 180 niños. Esta área central va descendiendo hasta al muelle, donde atracaban barcos que llevaban en un principio el mineral a Chile Chico y, posteriormente, hacia Puerto Ibáñez. Hoy a este mismo muelle llega la lancha turística.

Alrededor del centro están las viviendas, que fueron aumentando y mejorando en la medida en que el pueblo crecía. Mil 500 personas llegaron a vivir aquí. Casas de distintos tamaños, diseños y comodidades según el cargo en la mina. Asomándose por las ventanas aún se pueden observar sillas, mesas, juguetes, ropas e incluso latas de comida que los cristalinos compraban en la pulpería.

Además, existía un club social donde se reunían los hombres. Sin embargo, Puerto Cristal era zona seca, por lo que no podía conseguirse de modo legal ningún tipo de bebida alcohólica. El comercio clandestino llevó a la instalación de un retén de Carabineros para evitar riñas en noches de farra.

MINERÍA DE CRISTAL

Al mirar la parte superior del campamento se encuentra la respuesta a su ubicación y existencia. Aquí está el cerro La Virgen, el mismo en el que en 1948 Guillermina Inallao, una niña de la zona, pastaba sus caballos, divisó varias piedras que brillaban en el suelo. Se las llevó a su padre, quien no tuvo dudas: su hija había descubierto una mina de plomo.

La noticia se divulgó por la Patagonia y, a partir de entonces, comenzó la explotación de esta mina, conocida en un primer momento como La Silva, por Antolín Silva, quien la inscribió a su nombre.

En sus inicios el mineral era llevado al muelle en carros tirados por mulas. Una faena artesanal que se modernizó cuando la minera Tamaya pasó a administrar Puerto Cristal a mediados de los 50, con lo cual llegaron a trabajar 600 personas al recinto.

Fueron sus mejores años, cuando se producían mensualmente 2.000 toneladas de mineral de “alta ley”, que era moldeado en lingotes en la planta procesadora, justo en la ladera del cerro. Esta planta era un enorme galpón de madera con un anguloso y largo techo. En su interior una serie de máquinas controlaban los procesos de refinamiento del mineral.

Hoy la planta resiste los embates del tiempo. En sus salas se aprecian herramientas, libros de registros, pizarras aún escritas, maquinarias con medidores, más de una docena de baterías, cables, cadenas, un jeep (éste sí ultrajado) y minerales extraídos en los últimos días que no llegaron a ser faenados debido al cierre de la mina por la devaluación en el mercado de los metales aquí explotados.

Hoy, edificaciones, plantas faenadoras, maquinarias y utensilios mantienen un sorprendente estado de conservación. Como si sus habitantes hubieran sido notificados que debían abandonar el pueblo un día antes y se fueron con lo que pillaron a mano.

Pero los cristalinos son agradecidos con su campamento. Por ello, cada año se reúnen aquí para mantener vigente la memoria y el legado del lugar que los cobijó y que a su vez fue de suma importancia para colonizar la cuenca del lago General Carrera.

Desde la planta procesadora salen los rieles que ascienden por al cerro La Virgen hacia la mina. En estas vías se halla el último carro que sobrevive de aquel pasado mineral. Hoy descansa junto a una espléndida vista de lo que fue este campamento escondido en los recovecos de la Patagonia chilena y declarado Monumento Histórico Nacional en marzo de 2009.

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