¿Quiénes son los griegos?

<P>Para entender por qué una economía que no representa más de 2.5 por ciento de la Unión Europea está en condiciones de mantener en zozobra desde hace casi dos años al resto del mundo hay que comprender, primero, la mezcla de primermundismo y tercermundismo que es ese país. </P>




Hasta hace muy pocos años, Grecia era conocida por tres cosas: su historia clásica, es decir, su condición de cuna de la democracia y parte sustancial de la historia de la civilización occidental; sus ruinas, un magneto para millones de turistas de todo el mundo, y su pujante industria naviera, la mayor del planeta, muy presente, por ejemplo, en todo el despegue asiático. Hoy, en cambio, la palabra "Grecia" evoca cualquier cosa menos historia, turismo y una marina mercante poderosa. Lo que evocan los poco más de 10 millones de ciudadanos de ese complejo archipiélago situado frente a Turquía, el enemigo de siempre, es caos y más caos. El que padece de puertas para adentro y el que ha creado en la eurozona y el resto del mundo.

Quizá para entender por qué una economía que no representa más de 2,5 por ciento de la Unión Europea está en condiciones de mantener en zozobra, desde hace casi dos años, al resto del mundo hay que comprender, primero, la mezcla de primermundismo y tercermundismo que es ese país. Aunque pertenece a Europa y ha pegado un salto desde que forma parte de las estructuras de la Unión Europea, su clase dirigente, su sistema político y su economía se parecen en cierta forma a los de la vieja América Latina populista. Todo está organizado para exprimir a la vaca lechera del Estado, es decir, que canalizar los esfuerzos del país hacia el sostenimiento de unos privilegios que han hecho muy ricos a unos cuantos y al resto, dependiente del poder político. Todo esto, bajo una cuantiosa corrupción.

La expresión política de este sistema es el bipartidismo de Nueva Democracia y el Pasok, que en teoría son la derecha y la izquierda, pero en la práctica son exactamente lo mismo e igualmente cómplices del statu quo. En los márgenes de este bipartidismo están grupos menores, el más fuerte de los cuales es el comunismo, que alguna vez incluso acabó aliada con la derecha, en lo que se conoce como el "pacto a la griega" contra el Pasok. Los partidos son grandes vehículos clientelistas, mediante los cuales se intercambian votos por acceso al Estado y subvenciones.

Este sistema es una de las razones por las cuales Grecia ha tenido, desde el regreso de la democracia tras la caída del régimen militar, en 1974, un déficit fiscal perenne y una deuda muy alta. Desde comienzos de los años 90, Grecia padece una deuda superior al tamaño total de su economía.

Sin embargo, durante buena parte de la década del 2000 pareció que el país helénico iba de maravilla, como muchas veces ocurre con sistemas así en circunstancias excepcionales. La economía creció a un ritmo -4,5 por ciento al año- superior al del resto de la eurozona, club que los griegos integraban casi desde poco después de su inicio. Recibía créditos muy baratos, gracias a que las tasas de interés eran bajas porque iban ligadas a la economía alemana, lo que se traducía en una sensación de bonanza incesante. Pero si uno pide créditos con intereses alemanes y gasta el dinero como griego, tarde o temprano habrá problemas. Los hubo, finalmente, cuando la crisis de 2007/8 provocó una recesión mundial. En ese momento, el turismo y la industria naviera -las dos ubres que dan leche tributaria al gobierno- tuvieron una caída importante. Esto precipitó dos cosas: que el déficit y la deuda aumentaran, pero también y lo que es clave para entender lo que pasa hoy, que ya no fuese posible ocultar un colosal fraude que Atenas llevaba tiempo infligiéndole a Europa.

A comienzos de 2010 se supo por fin que Grecia llevaba tiempo, con ayuda de Goldman Sachs y otros bancos, ocultando sus problemas mientras seguía endeudándose irresponsablemente. Fue así que entre abril y mayo de ese año, la verdad salió a la luz: el tamaño real del déficit era equivalente a entre 13 y 15 por ciento del producto bruto interno y la deuda ascendía a entre 110 y 120 por ciento del tamaño de la economía. O sea: Grecia había usado derivados con complicidad de los bancos para que su irresponsabilidad fiscal no fuera evidente a ojos del resto de la eurozona, mientras su déficit y su deuda crecían exponencialmente.

La complicidad de los dos partidos principales en todo esto era innegable. Nueva Democracia había gobernado desde 2004 hasta 2009, lo que convertía a la derecha en responsable del descalabro y el fraude para ocultar la verdad al resto de Europa. Pero la izquierda, o sea, el socialista Pasok, llevaba en el gobierno varios meses y no había dicho nada porque en el pasado este método de actuar -gastar y endeudarse y no decir la verdad, además de cubrirse las espaldas unos a otros- había tenido pocas consecuencias. Cuando Georgios Papandreu -el tercero de la dinastía de primeros ministros con ese apellido- admitió por fin lo que sucedía, se produjo una crisis política y financiera sin precedentes en la eurozona. Una crisis, hay que decir, se hubiera precipitado aun si Atenas hubiera tardado en decir la verdad, por una sencilla razón: Grecia ya no estaba en condiciones de hacer frente a sus compromisos.

Lo que siguió es conocido: una sucesión de negociaciones agónicas para armar planes de rescate del Fondo Monetario y los países europeos en medio de un contexto de infarto, pues cundió de inmediato la alarma por la situación de otros países que andaban con problemas fiscales y de deuda soberana no muy distintos de los de Grecia, aunque hasta entonces, menos urgentes. Primero fue el semi rescate de 45 mil millones de euros, en abril de 2010, convertido, el mes siguiente, en un plan formal de salvataje por 110 mil millones. A los pocos meses, un segundo plan, por un monto de 130 mil millones de euros, gatilló la crisis interna en Grecia que al final de esta semana mantenía la respiración de todos suspendida, cuando Papandreu convocó a un referendo y desató una rebelión de su partido, que el jueves por la mañana amenazó incluso con forzar su renuncia. El segundo plan de rescate (o tercero, según como se cuente) incluía, además del monto mencionado y otras cosas, una quita de 50 por ciento de los bonos griegos en manos de bancos sobre todo alemanes y franceses, a cambio de más reformas.

El problema interno del gobierno griego desde el año pasado no es difícíl de entender. Una mayoría de ciudadanos que había vivido del sistema populista, de pronto de vio enfrentado, en 2010, a medidas de austeridad draconianas, que incluían subidas masivas de impuestos, especialmente el IVA, y recortes que han llevado a algunos a tener que acudir a centros de atención médica de instituciones benéficas. Además, la privatización de dos terceras partes de las empresas públicas en un país que tenía más de ¡seis mil! El plan de ajuste no era, para los griegos, tanto un plan de austeridad como un cambio total de cultura.

Desde ese anuncio, al que han seguido algunos añadidos dramáticos al compás de las negociaciones con Europa, no ha habido un día sin huelgas, manifestaciones y alguna forma de descontento popular, a menudo con violencia. La impopularidad de Papandreu por aceptar las medidas de austeridad, fue aprovechada por la oposición -tal vez aun más responsable que el Pasok de todo lo que sucede-, para exigir el adelanto de elecciones. Y no pocos los miembros del Pasok se han opuesto a los planes de austeridad de su jefe, que van en contra de su ideología y tradición.

Es en este contexto que hay que entender la apuesta arriesgadísima de Papandreu, cuando el miércoles de esta semana, muy pocos días después de haberse anunciado el plan de rescate europeo descrito en esta misma columna la semana pasada, anunció que sometería a plebiscito lo acordado con sus pares europeos. Como nadie cree seriamente que el pueblo respalde ese plan de rescate y como se teme que eso, a su vez, provoque la suspensión de pagos, Europa -y los mercados- reaccionaron con pánico. La alemana Angela Merkel y el francés Nicolas Sarkozy, los que verdaderamente cortan el bacalao en la eurozona, detuvieron la inminente entrega de unos 8 mil millones de euros como parte del calendario de ayudas escalonadas y forzaron al gobierno griego a aceptar que el plebiscito fuera sobre la pertenencia de Grecia a la eurozona en general, para así asegurarse la ratificación indirecta del plan acordado. Las encuestas dicen que los griegos quieren seguir en la eurozona, de modo que un referendo de esas características, piensa Europa, lo ganaría el "sí". Pero eso no es seguro, de modo que la lectura que hay que darle a la presión europea es forzar a Papandreu a dar marcha atrás. Después de todo, ningún líder griego, ni siquiera Papandreu, quiere ser el responsible de la salida del euro.

Ante la presión de su propio partido, que amenazaba el viernes votar contra él en una moción de censura, el primer ministro, pues, se vio obligado a iniciar negociaciones con la derecha, con miras a hacer innecesario el plebiscito y más bien, acordar una aprobación del plan de rescate.

A estas alturas es irrelevante quién gobierne Grecia en un escenario de elecciones adelantadas cada vez más inevitable, si el Pasok o Nueva Democracia (los otros partidos, incluyendo los comunistas y distintas escisiones de izquierda y derecha, carecen de respaldo suficiente por sí solos). Cualquiera que gobierne depende de los planes de ayuda para poder hacer frente a los pagos y compromisos internos y externos, y cualquiera que gobierne tendrá que seguir infligiendo al país un plan de austeridad semejante al acordado en Europa.

La gran pregunta que tiene que plantearse Europa es si resulta sostenible tener un conjunto de instituciones que permiten que las dificultades de un país, incluso uno de economía tan pequeña, puedan afectar a todos los demás. Desde luego, no es justo acusar a Grecia de ser el único causante de la crisis de esta hora: varios otros países, como se sabe, enfrentan crisis parecidas. Pero lo que no está claro es cómo puede tener viabilidad la eurozona en un sistema que permite el grado descomunal de irresponsabilidad exhibido por el gobierno griego desde hace años y un desfase tan grande entre su cultura política y económica y la de países como los del norte del continente, que ahora van a tener que pagar por muchos años los platos rotos.

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